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Los miedos de hoy
L

os vertiginosos avances de la ciencia en los tiempos recientes han dado lugar a invenciones y prodigios técnicos que caracterizan nuestra época, considerada el mundo moderno. Han desaparecido miedos ancestrales y recientes gracias al llamado progreso: los vampiros no salen de sus tumbas y muchas epidemias son sólo parte de una vieja Historia gracias a las vacunas. Los asilos que servían de encierro a los leprosos han desaparecido, la sífilis es curable, se avanza en la lucha contra el cáncer.

Pero si muchos miedos se han desvanecido, nuestro moderno mundo ha traído, a la par de sus progresivas ventajas, su cortejo de nuevos temores e inquietudes. La bomba atómica para empezar. Y, también, problema que altera la visión de los seres humanos y su filosofía, una transformación de la moral. Nuevas dudas, nuevos miedos, deseos impensables que ahora pueden realizarse.

Cambiar de sexo, gestar en vientres alquilados, cirugía plástica y nueva identidad, electricidad, teléfono, Internet, trenes de gran velocidad, aviones supersónicos, satélites, televisión, computadoras… La lista de deseos ahora posibles es vasta: nuevas invenciones que facilitan la vida diaria, que la transforman, sí, pero hasta dónde. Habría que preguntarse si no cambiamos nosotros mismos con todas esta y otras innovaciones. Surgen miedos desconocidos, producto de ese mismo progreso.

Ante la evolución de las capacidades cada vez más avanzadas de las máquinas, el ser humano de nuestros días teme ahora ser remplazado por ellas, volverse inútil, perder su empleo. ¿No desaparecen cajeras y vendedores en las tiendas? Obreros y técnicos se ven sustituidos a causa del rendimiento de nuevos aparatos y maquinarias inimaginables todavía ayer.

La inteligencia artificial se perfecciona día tras día. Las competencias entre los hombres y los robots se vuelve ruda. Los campeones de ajedrez juegan contra máquinas programadas por ellos mismos corriendo el riesgo de ser los perdedores, cuando no lo son ya. Resquemores y alarmas no son debidas a una exasperación de la sensibilidad exacerbada. Las causas no son subjetivas, son enteramente reales en algunos oficios y profesiones. Los ejemplos de trabajadores ya sustituidos por máquinas se van multiplicando en fábricas, oficinas y comercios. Si los profesores siguen presentes en las escuelas, existen enseñanzas a través de videos que suplantan a maestros en carne y hueso. Para qué hablar de agentes de tránsito suplidos desde hace buen tiempo con la instalación de semáforos y radares.

Desde luego, hay profesiones que hacen sentirse seguros a quienes las ejercen. Artistas, escritores, deportistas. Aunque algunos músicos se pregunten a veces si una computadora, programada para crear nuevas gamas de sonido, podría fabricar una sinfonía digna de los grandes compositores, puesto que ya producen canciones ligeras. Los escritores se aferran a la alta idea que se hacen de la creación, barriendo cualquier duda sobre la eternidad de su existencia… desde luego, mientras el ser humano exista. Quizá nadie duda menos de sí mismo que un corredor, un futbolista u otro campeón deportivo. Pero, cuando se utilizan sustancias dopantes, ¿es el propio cuerpo el victorioso o una máquina instalada en su organismo mediante una droga?

Antes de temer robots, valdría releer El golem, clarividente poema de un Borges ciego, donde se pregunta sobre la creatura hecha por un rabí: ¿Quién nos dirá las cosas que sentía / Dios, al mirar a su rabino en Praga?

El miedo de ser remplazado equivale acaso al de una desaparición, aunque no sea sino de escena. Sentimiento de turbación con el que se remplaza el miedo a la muerte. Cabría preguntarse si los diversos y múltiples temores, a lo largo de la Historia, no son sino sustitutos que sirven para escondernos el pavor inspirado por la propia muerte. Acaso, la única forma de perder este miedo es ver la desaparición como continuidad de la vida. De la milagrosa aparición que somos.