Vivir mal
odo sobre mi madre. De nueva cuenta, el realizador lusitano João Canijo abre las puertas del hotel Parque del Río en playa de Ofir, en el norte de Portugal, en Vivir mal (2023), segunda entrega de su díptico de relaciones familiares tóxicas iniciado con la película Mal vivir. Al juego de estos dos títulos tan parecidos corresponde una dicotomía más: la acción que en la cinta anterior favorecía la interacción de las mujeres que administraban y atendían el albergue, ahora se desplaza hacia las experiencias de los huéspedes de ese lugar, quienes nada tienen que envidiar a sus anfitriones en materia de ánimo conflictivo y tendencia a la manipulación sentimental. Un vez más, las figuras centrales son femeninas; predominando, en particular, el personaje dominador de la madre. No es un azar que la película adapte libremente relatos del dramaturgo sueco August Strindberg ( Jugando con fuego, El pelícano y Amor de madre) en las tres partes en que se divide la narración. Tampoco es fortuito que uno de esos relatos remita a suvez, en su descripción del malestar emocional que se instala entre una madre y su hija, a una obra como Sonata de otoño (1978) del cineasta sueco Ingmar Bergman.
La constante dramática en las tres historias que propone ahora Canijo es la de un desencuentro afectivo marcado por la frustración y los reproches, desde la tiranía todo abarcadora de los celos en un primer relato protagonizado por una pareja de enamorados, con la madre del hombre como presencia lejana, pero siempre invasora, hasta las retorcidas manipulaciones y chantajes afectivos a que se libran abiertamente otras dos madres, en los relatos siguientes, en su intento por entrometerse en la vida sentimental de sus hijos e hijas o en su resolución de simplemente deshacerlas. Destaca en esta dinámica la actriz veterana Leonor Silveira (memorable por su estelar en El valle de Abraham, Manoel de Oliveira, 1993) en el papel de Elisa, una de esas madres posesivas, presentada en inevitable sintonía con el duro personaje de Sara (Rita Blanco), la matriarca dueña del hotel.
Algunos diálogos y situaciones en Mal vivir provenían ya de lo que ahora relata Vivir mal, cinta en la que todavía perduran conflictos mal resueltos presentados ya antes. Las dos cintas funcionan así como vasos comunicantes, y mucho ganan los espectadores valorándolas en su conjunto, en revisiones no muy espaciadas. Amor de madre, tercer relato de la parte final del díptico, posee una fuerza dramática singular en su retrato de una progenitora de un narcisismo egoísta tan devastador que casi neutraliza los heroicos esfuerzos de su hija lesbiana por sobrevivir a su malevolencia. Como se ve, el gusto por la tragedia y el pesimismo radical del autor de Sangre de mi sangre (2011) sigue todavía presente e impermeable a toda retórica bienpensante. Signo de vitalidad y de una gran coherencia artística.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional Xoco a las 12:30 y 17:45 horas.