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Agua la boca
N

o cabe duda de que el cine sobre el arte culinario ya se ha vuelto un género, al grado de que algunos festivales dedican una sección para ofrecer los más recientes ejemplos. El año pasado compitió en Cannes El sabor de la vida, del cineasta vietnamita nacionalizado francés Tran Anh Hung, y desde ese estreno debe contarse como una de las aportaciones más impresionantes. A su lado, la cocina de Como agua para chocolate (Alfonso Arau, 1992) se ve, en comparación, como digna de una fonda de comidas corridas.

No hay mucha trama en El sabor de la vida. El guion del propio Tran, basado en la novela de Marcel Rouff, prácticamente no sale de la cocina de Dodi Bouffant ( Benoît Magimel), un chef gourmet de la Francia de fines del siglo XIX, a quien se le considera el Napoleón de la gastronomía. En compañía de su amada Eugénie (Juliette Binoche), la pareja prepara minuciosamente los más refinados manjares, ayudados por la eficiente Violette (Galatéa Bellugi) y la adolescente Pauline (Bonnie Chagneau-Ravoire), quien muestra grandes dotes para la cocina.

La película inicia con la preparación de un banquete digno de alguna figura de autoridad. Pero no. Es sencillamente el menú destinado a ser disfrutado por la pareja y cinco amigos gourmands. Todo ese comienzo ilustra la metodología perfeccionista de Bouffant en la cual la cámara de Jonathan Ricquebourg se regodea en la habilidad manual de los cocineros, la forma y textura de los alimentos; y uno casi podría decir en los olores que emanan de los guisos, pues tan íntima es la recreación de Tran.

Existe empero una subtrama afectiva. La de Dodi y Eugénie, quienes llevan más de 20 años cocinando juntos. Y amándose por las noches en que el primero visita la alcoba de la otra. Sin embargo, algo puede ensombrecer ese estado idílico, pues la mujer empieza a sufrir desmayos. Pero los doctores que la atienden no alcanzan a dictaminar cuál es su mal. Dodi decide organizar un banquete para anunciar su compromiso nupcial con Eugénie. La disposición visual de dicha celebración, donde los comensales están vestidos fundamentalmente de blanco y parecen estar esperando sólo a que venga Renoir a pintarlos.

Según se sabe, Tran obtuvo el premio a la mejor dirección en Cannes. Distinción que sorprendió a varios, aunque es difícil pensar en otra concursante que haya ostentado una puesta en escena tan amorosa. Y tan sutil. Baste recordar cómo el realizador resuelve un desenlace fatal que, de alguna forma, es previsible. Tran mueve su cámara mediante un plano secuencia que es una lección en mesura y contención.

Gran parte del mérito lo tienen los actores. Binoche y Magimel, quienes fueron pareja en la vida real, parecen haber sido entrenados por profesionales del arte culinario. Y su interacción habla de un genuino afecto. (En una entrevista con el New York Times, la actriz afirmó que descubrió muy recomendable la colaboración profesional entre ex parejas).

Para cualquier aficionado al buen comer –la cocina francesa es uno de los puntos más prominentes de esa cultura– El sabor de la vida es una película imprescindible. No digo que sea exclusiva para foodies. Cualquier interesado en el cine mismo encontrará que se trata de un banquete para los sentidos.

El sabor de la vida

(La passion de Dodi Bouffant)

D: Tran Anh Hung / G: Tran Anh Hung, basado en la novela de Marcel Rouff/ F. en C: Jonathan Ricquebourg / Ed: Mario Battistel / Con: Juliette Binoche, Benoît Magimel, Emmanuel Salinger, Galatéa Bellugi, Jan Hammenecker / P: Curiosa Films, Gaumont, France 2 Cinéma, Umedia. Francia, 2023.

X: @walyder