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Rulfo y Borges disertan sobre literatura en la puesta en escena La inmortal desdicha

La obra se montará por segunda y última ocasión en el teatro Alarife Martín Casillas, en Guadalajara

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▲ El montaje teatral está basado en el cuento ganador del concurso organizado por el Festival Rulfiano de las Artes en 2019. Juan Rulfo es interpretado por Francisco Rodríguez Mariscal, y Jorge Luis Borges por Jesús Hernández, ambos, actores jaliscienses.Foto Juan Carlos G. Partida
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 18 de marzo de 2024, p. 5

Guadalajara, Jal., La inmortal desdicha, montaje teatral basado en el cuento ganador del concurso organizado por el Festival Rulfiano de las Artes en 2019, hizo que Juan Rulfo y Jorge Luis Borges tuvieran un diálogo que fue del llano grande entre Sayula y Comala a las calles de Buenos Aires, con disertaciones sobre las intermitencias de la literatura, las erudiciones del escritor argentino o los silencios del literato mexicano.

Aquí todos habitamos en el silencio; la palabra es un momento nomás, declara Rulfo, interpretado por Francisco Rodríguez Mariscal, en una librería donde se encuentra con Borges, caracterizado por el actor Jesús Hernández, ambos histriones jaliscienses.

La palabra está sobrevalorada, dice más el silencio ¿cómo hacer para que nazca el tiempo? Sin el tiempo la palabra no es nada, no trasciende, no camina, pero nosotros sí, apunta Borges.

La obra, del también jalisciense Teófilo Guerrero Manzo, se presentó en el teatro Alarife Martín Casillas de esta ciudad la noche del viernes con la producción de Umbral Escénico y Pata de Conejo, y dirección de Alberto Sigala, primera de dos funciones en la corta temporada que concluye el 22 de marzo.

Debería hablarme de su pueblo, invita Borges a Rulfo, quien contesta con una pregunta: ¿De cuál? ¿Del que soñé o del que imagino viendo?

Comienzan a escucharse notas de piano, de contrabajo, de una línea de bandoneones y otra de violines, un tango sobre la calle Florida de la capital argentina, mientras la nostalgia de Borges se apodera del recinto.

“Florida se llama y es más bonita, porque es la Florida de los años 20 con el cielo de los años 40. Mire nomás, Juan: un automobile, dos automobile, tres automobile y un autobús”, canta sonriente Borges en la infantil tergiversación porteña de La Donna è Mobile.

Usted disculpará, don Juan, el exabrupto, pero es la calle de mis mocedades; el olor a café y a torta me asalta, se excusa.

Juárez esquina San Juan

El efecto multimedia que sirve de escenografía transporta a los espectadores a un llano ventoso, reseco, casi un desierto, mientras cánticos religiosos y gritos cristeros de una mujer vestida de negro acompañan a los actores.

Mire, como en Sayuma, dice Borges. Sayula, corrige Rulfo.

Ahora está la avenida Juárez de Guadalajara, haciendo esquina con el San Juan de Buenos Aires, porque estamos en un punto donde todo es posible, incluyendo a Rulfo sentado junto a Adolfo Bioy Casares en un atardecer que comienza en Apulco, la hacienda del abuelo del escritor jalisciense, en el sur del estado, y termina en Praga, con una llovizna parisina.

Abro los ojos y veo con otros colores, otras texturas como si a la poesía se le pudieran ver las entrañas. Luego las largas caminatas que comenzaban en Ginebra y terminaban en Buenos Aires, suspira Borges al describir la ceguera con la que vivió sus últimos años.

Luego, al final, vuelta a esa librería fantástica, llena de escritores y ánimas de Comala, de personajes inmortales que pueden ver todo lo que pasa en todas partes y en todos los momentos de la eternidad del tiempo.

Hay un libro que quien lo mira no puede dejar de leerlo jamás; sus páginas no tienen fin, evoca Rulfo.

Quiero verlo, pide Borges.