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El salón de profesores
L

a tiranía de la posverdad. En El salón de profesores ( Das Lehrerzimmer, 2023), el realizador turco alemán Ilker Catak muestra de modo provocador y muy incisivo el poder desestabilizador de los rumores, las mentiras deliberadas y el recelo generalizado en una sociedad crecientemente inclinada a la paranoia. Para explorar este fenómeno, la cinta no acude al territorio previsible de los medios o las redes sociales, esos grandes depósitos y generadores de posverdades malintencionadas, sino a un ámbito escolar –una secundaria en Alemania– que funciona como el microcosmos de un tejido social más amplio. En ese recinto educativo, caracterizado por el carácter multirracial de su alumnado, se han detectado algunos robos inexplicables. La sospecha podría recaer en cualquiera de los adolescentes, aunque no es fortuito que al revisar las pertenencias de los estudiantes de una clase, el descubrimiento de una billetera con una cantidad inusual de dinero autorice a centrar la desconfianza en su dueño, un estudiante de origen turco, en una situación que provoca tensiones no sólo intergeneracionales, sino potencialmente racistas. Contrariamente a cualquier estudiante alemán blanco, un hijo de inmigrantes debe explicar aquí con más precisión por qué puede tener en su poder una suma de dinero mayor a la indispensable.

Este clima de recelo sube de tono cuando Carla Nowak (Leonie Benesch), profesora de matemáticas de origen polaco, comienza a su vez a desconfiar de los robos hormiga que sus colegas pudieran estar también cometiendo en un salón de profesores debidamente vigilado y por encima de toda sospecha. Para disipar sus dudas, Carla deja su propia laptop de trabajo abierta, estratégicamente colocada y en modo de grabación con el fin de registrar cualquier posible ilícito, mismo que efectivamente captura, pero de modo parcial, permitiendo identificar el hurto, aunque no la imagen completa de la persona responsable del mismo. De esta manera, el director y guionista construye un clima de exasperación creciente que se apodera tanto de los alumnos que se organizan para defender sus intereses, pero también para hostigar con señalamientos apresurados y posverdades convenientes a la maestra, quien de modo ingenuo y con las mejores intenciones, ha desencadenado un escándalo con su imprudente violación de la privacidad ajena.

Los espionajes internos en una institución escolar, comunes en sociedades con un gobierno autoritario, se vuelven deleznables en un sistema que presume y ser democrático, y no deja de ser irónico que el mecanismo de prevención y defensa de este último genere a su vez fuertes suspicacias que suelen expresarse a través de esa vigilancia alternativa y radical que suele ser la corrección política. Se trata así de un círculo vicioso y tóxico en el que cada acto, palabra o supuesta intención de una persona se vuelve objeto de un escrutinio censor implacable. Este es el clima opresivo que describe el director de la cinta. Resulta no menos provocador que los menores de edad asuman en esta película un papel preponderante, en ocasiones incluso agresivo, como sucedía ya en la cinta histórica del austriaco Michael Haneke, El listón blanco (2009) o mucho antes, en tono intimista, en aquel relato perturbador de Lillian Hellman, The Children’s Hour (1934), llevado a la pantalla por William Wyler en La mentira infame (1961), sobre los estragos que provoca en la vida de dos profesoras la calumnia, de ningún modo inocente, proferida por una niña inquisidora. El salón de profesores describe ahora el doble patrón moral de la intolerancia y de una corrección política que al tiempo que la cuestiona, paradójicamente termina prolongándola.

Se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional Xoco a las 14:15 y 16:30 horas.