Opinión
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Ciudad perdida

La democracia como demagogia

L

a democracia, no cabe duda, es el mejor instrumento de la demagogia y el manjar de los truhanes.

Ayer, en un Zócalo que, aunque se vio lleno, sólo atiborraron las palabras de los noticieros y no los confundidos, los decepcionados y los contrarios, que hubieran querido más gente sobre la plancha de la plaza mayor del país, se repitió el fracaso rosa.

La democracia volvió a caer en manos de los mismos que la enmascararon, aunque esta vez, como ya ha sucedido, no convenció ni a los jefes del cártel inmobiliario que se paseaban entre las filas ralas de los asistentes, porque en boca del falsario la democracia no es más que demagogia.

El disfraz no le iba bien. No le quedaba la sencillez de camisa blanca y el pantalón de mezclilla. Tieso como es, parecía como si nunca se hubiera quitado el traje y la corbata de las fotos de su reinado, tantas veces repetidas.

No obstante, había que admitir su valentía. Sin vergüenza alguna apuntó que la democracia está en riesgo por los cambios que se pretenden para hacer la vida más justa, porque dijo que no se vale cambiar las reglas que engendraron la confusión y el desánimo ciudadano porque se ataca a la democracia.

Es más, pretendió hacer creer que el triunfo electoral de la izquierda se debe al enviciado INE y no a los más de 30 años en los que reinó la deshonestidad y el saqueo reflejados en el aumento de pobreza y el nulo o poco crecimiento del país, indiscutible caldo de cultivo para enraizar la violencia.

Eso defiende el que ahora aparece como el abanderado de los que ya no pueden robar. El que en su ambición salió a medir sus posibilidades por si la seño de las gelatinas ya no crece y él encuentra el hueco y el pretexto legal para montarse en el fracaso.

Y si no es para la grande, pues para cualquier otro puesto que le permita mantener el tranco de gastos que le dio el reinado en el castillo del sur.

Total, se trata de impedir que alguien con ideas de justicia vuelva a ocupar Palacio Nacional, al que gente como él despreció porque era un símbolo del pueblo.

Allá, al Zócalo, arribaron muchos, muchos que no están de acuerdo. Fueron muchos miles, muchos menos de los que se pretendía, pero son muchos, algunos militantes de la intransigencia y la impunidad; otros, decepcionados. Un río de gente malinformada, pero a fin de cuentas contraria al proceso de justicia que propone la 4T.

Y sí, son muchos, pero no tantos, no todos, apenas la minoría beligerante que ya no tuvo de otra, y sin decirlo, presentó a un nuevo contendiente de la derecha, que si no es para ahora, dentro de poco se envolverá en la bandera de la imposición democrática, desde luego, para asaltar la voluntad confundida de las víctimas de la información tóxica.

Como siempre sucede en esto eventos, el de ayer, que llevó el nombre, y sólo eso, de la defensa de la democracia, hizo que cada quien viera con su propio cristal el acto. Unos aseguran que en el Zócalo se reunieron hasta medio millón de adversarios de la 4T; otros, que no fueron 500 mil, sino 700 mil, y que no hubo acarreados.

Pero del otro lado se dan cifras que, sin hacer caso a las matemáticas del jefe de Gobierno, que no parecen ajustarse a lo que sin ceguera parcial y sin vidrio de aumento sucedió, buscan llevar agua a su molino, que tampoco se vale.

Es decir: se necesita estar lorenzo para poner o quitar lo que pasó ayer, aunque sea otra página deprimente de la historia.

De pasadita

También ayer, pero en la plazoleta del INE, Claudia Sheinbaum quedó registrada como la candidata de las izquierdas electorales del país. Los militantes de los partidos postulantes llenaron el lugar, pese a que las rejas de la institución permanecieron cerradas para ellos durante un buen rato. Ya ni la hacen.