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La cantilación de José Agustín
 
Periódico La Jornada
Miércoles 17 de enero de 2024, p. 6

El ritmo en las palabras, la cantilación de los párrafos, el trote de la prosa; la música es elemento esencial de la literatura de José Agustín, más allá de lo obvio, es decir, de sus libros sobre música. Es en las novelas, los relatos y los cuentos donde esplende su lección de música.

En la novela De perfil (1966), por ejemplo:

Colgó e iniciamos la expedición sigilosamente, los pasos suaves, como si nuestros pies estuvieran aterciopelados. La mano en la cintura y nuestras miradas acechantes, a través de la frialdad de la casa, que reproducía con ecos ensordecedores tamtaram kyrie eleeeyson

Me coloqué junto a la ventanita. Sudando. A lo lejos el pim pumtaca tacata.

–Chin –musitó Esteban, contemplando el cajón abierto (ya casi no se oía el chaca chacachás buga éi lejano)

Gracias a José Agustín, escribir sobre música es un gozo, un privilegio ganado a punta de estudio y desenfado. Por él, decimos Elvis Pelvis, Lehmon y McCarthy…

Leímos sus libros tutelares cuando teníamos la edad de sus protagonistas. Gozamos del humor coloquial, las situaciones espejo de sus libros y las melodías que imprime en sus páginas se convierten en haunting melodies en nuestras mentes.

Primero de secundaria, clase de inglés. El maestro mofletudo pone a Protagonista a cantar en inglés (es un decir, je):

–Donchu güer mai rin
–Turuuu rutú
–araun yur nec
–tuuu rutú
–dara chu piche
–tuuu rutú

Y de la burla de sus compañeros en el salón de clases, llegamos a la alcoba:

Donchugüer mai rin –digo sin darme cuenta, sin llevar la tonada, incoherentemente– araun your nec

Mi mano comienza a abrirse paso y llega a la rodilla, siento las arrugas

–tuuu rutú laberínticas

–tu tel di nuez y el calor de la rodilla

–dara mmmjm e ahora mi mano empieza a sentir el muslo, el principio del muslo; Queta está silenciosa, dejando oír sus pasos prolongados

–lesi cui tuuu rutu bosi

acaricio del muslo ardiente, mi mano entera se adhiere a la carne ligeramente húmeda, Q. se retuerce (jmmm, oigo a lo lejos) ya no siento el pie que quedó bajo mi estómago.

–tuuu rutú donchu güer jalí si pi jorchí birri ay Queta ay –jadeo.

Buena parte de esa música la debe José Agustín a James Joyce, con los juegos de palabras, aliteraciones, quiebres de lenguaje. Libertad de lenguaje.

En Inventando que sueño (1968):

Estás loquilla, Rejilla, eres bonitilla; además, son palabras que van muy bien juntas

Y, páginas más adelante, resuelve el juego que inició, así:

Requelle, ma belle, sont des mots qui vont très bien ensemble

Clarines –dijo Trombones

Le acarició un seno con naturalidad y se recargó en el estómago requelliano, y ella pudo relajarse al ver que Oliveira permaneció quieto.

Sólo musitó, esta vez sinceramente:

Foto
▲ José Agustín en octubre pasado, leyendo La Jornada y, de acuerdo con su hijo Andrés, escuchando Truckin’, de Grateful Dead.Foto Imagen tomada de la cuenta de la red social X de Andrés Ramírez

Siento como si escuchara a Mozart.

Y se descose de lo lindo:

Requeya, Reyuela, Rayuekla, hija de Cortázar; además de ser el amo con la batería, sé tocar guitarra rickenbaker, piano, bajo eléctrico, órgano, moog synthetizer, manejo el gua, vibrador, assorted percussions, distortion booster et fuzztone; sé pedir eco lejano para mis platillos y el feedback y medio le hago al clavecín, digo, me encantaría tocar bien el clavecín y ser el amo con la viola eléctrica y con el melotrón; y además compongo, mi vida, minboda, mi bodorria; te voy a componer sentidas canciones que causarán sensación

En su obra maestra titulada Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973), hace gala de contemplación y música que suena todo el tiempo, así:

Solía sentarme y escuchar la lluvia de caída lenta

Y prepara así sus escenarios:

La mirada de Rafael se detuvo en el tocadiscos, los discos y las cassettes. Silencio. El principio de la tarde tiñendo de dorado la habitación. Qué curiosa es la luz, cómo la complementa la sombra, cómo sin luz todo estaría sumido en la oscuridad más espantosa, cómo cambia el ánimo si se recibe al sol directamente o su reflejo dorado. Qué milagro. Sólo la brisa constante y el ruido lejano de autos y camiones transitando la Costera.

Cito por último un pasaje de Se está haciendo tarde (final en laguna) que nos transporta así:

Gladys mecánicamente llevó la botella a sus labios pero no bebió. Vio una playa extendiéndose, la arena meciéndose como si fuera el mar. Un círculo dorado, casi rojizo, encima de las nubes triangulares. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa aquí? Aquí hay algo raro. You can’t always get what you want but if you try sometimes you may get what you need. Un nuevo brinco la hizo recordar que se hallaban en el charger, a toda velocidad sobre el camino de arena, y que la música parecía salir de su propia cabeza: unos coros celestiales alzándose como si quisieran arañar el cielo, mientras abajo de los coros explotaba un ritmo frenético, incontenible, de batería, piano, tumbas y bongós. El ritmo hacia abajo y los coros hacia el cielo ¿cómo podía haber equilibrio si llevaban rumbos irreconciliables? Gladys sacudió la cabeza. Vio el cielo y le pareció ver una corola de llamas alrededor del círculo incandescente.

Y así transcurren las páginas. La música parece salir de nuestra propia cabeza y vemos un círculo dorado en llamas, mientras Autor hace desfilar nombres de equipos de sonido, bocinas, tocadiscos, discos, autores: The Cure, The Feelies, Peter Murphy, los Waterboys, y todo se detiene cuando hace su aparición la imponente The Serpent’s Egg, de Dead Can Dance.

Leer a José Agustín es un acto glorioso, donde la música y la literatura se dan la mano, se abrazan, se besan.

Mientras tanto, desde algún lugar de la eternidad, José Agustín sonríe.