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La Doctrina Monroe y México/II
L

a Doctrina Monroe, proclamada por el presidente James Monroe en su informe al Congreso el 2 de diciembre de 1823 (aunque redactada por su secretario de Estado, John Quincy Adams), fue la declaración de principios que regiría la política de Estados Unidos desde entonces y hasta la fecha. Se resume en la frase América para los americanos, que expresaba el interés estratégico de Estados Unidos de no permitir una nueva intervención de las potencias europeas en el continente americano. Cualquier intervención sería interpretada como una agresión a ese país. En 1823, al gobierno le preocupaba la Santa Alianza, formada en 1815 por Rusia, Austria y Prusia para defender a las monarquías absolutistas europeas y combatir a las revoluciones que tenían lugar en Francia y en las colonias hispanoamericanas. Temía un intento de reconquista de España para recuperar sus colonias y en particular México, y quería frenar la expansión de Rusia, que se había adueñado de Alaska. La Doctrina Monroe tuvo el respaldo de Reino Unido, al que le convenía debilitar a sus rivales España y Francia, alejándolos de América.

En realidad, la esencia de la Doctrina Monroe comenzó mucho antes de 1823. A partir de su Independencia, la joven nación aumentó la ocupación de tierras que pertenecían a los pueblos indígenas, a los que combatieron y derrotaron. Los nuevos límites serían provisionales, pues las tierras conquistadas servirían para continuar la conquista del Oeste y del Sur. Tan sólo entre 1795 y 1809 se apoderaron de 20 millones de hectáreas indígenas. Durante la guerra de Independencia de México, trataron de sacar provecho de la inestabilidad ocasionada por la lucha entre insurgentes y realistas y plantearon al monarca español Fernando VII la adquisición de la Florida Oriental. En 1819 la Corona española cedió, y los estadunidenses ocuparon completa la península de Florida. Fernando VII pensó que con eso aplacaría el espíritu expansionista del vecino del norte y que abandonarían su deseo de quedarse con Texas. Muy pronto, la nueva nación mexicana se daría cuenta de que los estadunidenses no olvidaron nunca sus pretensiones de apoderarse de Texas. Durante toda la década de 1820 y los primeros años de la siguiente, los miles de nuevos colonos que ocuparon Texas se empeñaron afanosamente en lograr la independencia de México. La estrategia fue similar a la empleada con Florida: invadir con miles de familias, obtener concesiones de tierras, presionar para conseguir un tratado que garantizara su propiedad, reclamar derechos que en realidad no existían, promover la sublevación de los residentes y dar un ultimátum: la cesión territorial por compra o la guerra.

Los gobiernos mexicanos, en la inestabilidad política y la bancarrota financiera, con bandos enfrentados que se disputaban el poder, fueron incapaces de aumentar la colonización de Texas y de controlar militarmente esa vasta y rica región. Gómez Farías propuso en 1822 y 1830 una ley de colonización de las provincias que no se aplicó. Entre tanto, se incrementó el arribo de familias anglosajonas que prometían respetar las leyes y la autoridad del gobierno mexicano. En todos los territorios anexionados por Estados Unidos desde la adquisición de la Luisiana la esclavitud de los afrodescendientes era la columna vertebral de su economía. Por eso, la abolición de la esclavitud, una de las mayores conquistas de la independencia mexicana, fue rechazada por los colonos anglosajones y una de las causas que alentaron la separación de Texas.

Después del fracaso de la reconquista de México por España en 1829, el embajador estadunidense Joel Robert Poinsett propuso a México la compra de Texas, ofreciendo por ella un precio máximo de 5 millones de dólares. Para los esclavistas del sur de Estados Unidos era vital conseguir Texas para mantener la esclavitud. Pusieron todo su empeño en ello, consiguiéndolo en 1836, con la rebelión de los colonos anglosajones de Texas, que contaron con el apoyo del gobierno de Estados Unidos y de miles de ciudadanos de sus estados en quienes se despertó la ambición por tierras y riqueza. La pérdida de Texas fue una dolorosa derrota para la nación mexicana.

Hubo destacadas voces de patriotas mexicanos que hicieron ver el peligro que se cernía sobre México con el expansionismo del vecino del norte. Entre las voces más lúcidas estuvieron las de Servando Teresa de Mier y Carlos María Bustamante, quien escribió en 1830: El Departamento de Tejas está ya en contacto con la nación más ávida y codiciosa de tierras. Los norteamericanos, sin que el mundo lo haya sentido, se han apoderado sucesivamente de cuanto estaba en roce con ellos. En menos de medio siglo se han hecho dueños de colonias extensas que estaban bajo el cetro español y francés, y de comarcas aún más dilatadas que poseían infinidad de tribus de indios que han desaparecido de la superficie de la tierra.

*Director general del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México