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Las pasiones de Toni Negri
E

l mundo intelectual asociado a las diversas izquierdas amaneció el sábado 16 de noviembre con la noticia de la pérdida de Antonio Negri (1923-2023), reconocido teórico y militante italiano. Hace no un tiempo atrás fueron publicadas sus memorias ( Historia de un comunista), en cuya redacción se nota la pasión alegre de una vida entregada, de diversas formas, a la causa comunista.

Como otros de su generación, Negri fue un comunista sin partido, influidos primero por la desestalinización de 1956, el movimiento de 1967 (el 68 italiano) y, finalmente, por la radicalización del movimiento de masas en la década de 1970. Forjada su militancia en cercanía del teórico del trabajo Raniero Panzieri, pronto Negri y otros –como el también ya fallecido Mario Tronti– construyeron una corriente que aportó una concepción propia. Así nació una de las variantes del operaísmo, mismo que tuvo en el corazón de su despliegue conceptual las nociones de autonomía y autovalorización de la clase, como resistencia a los procesos de subsunción real y formal. Con Panzieri y más allá de él, Negri desarrolló la categoría de composición de clase, misma que le sirvió para analizar el vínculo entre práctica política y cambios técnicos en la producción. De ahí surgirá la noción de obrero-social, propio de una época que había superado el encierro fabril y se levantaba sobre las capacidades productivas de la sociedad en su conjunto.

Sobreviviente de los años de plomo de la violencia política italiana de la década de 1970, Negri dejó plasmada en La estación de Finlandia y en otros escritos –como sus referidas memorias– su experiencia de encierro y el exilio. Acusado de ser el cerebro del grupo terrorista Brigadas Rojas, en 1979, siendo profesor de ciencia política en Padua, fue encarcelado. Gracias a su elección como diputado, pudo salir hacia Francia. Regresó a Italia años después (1997), acordando una reducción de su pena. Su fama intelectual y política por fuera de Italia aconteció en el siglo XXI. Con la aparición de Imperio (2000) generó un vendaval de lecturas, celebratorias y críticas. Su planteamiento reforzaba la idea de la pérdida de centralidad del Estado, algo que se respiraba en el ambiente teñido por la llamada globalización neoliberal, que en ese momento parecía incontenible. También dejaba ver la posibilidad de un gobierno mundial.

Antes de ese momento la legendaria El Viejo Topo publicó Dominio y sabotaje en 1979, otras traducciones vinieron a cuentagotas en las décadas de 1980 y 1990. Fue en el amanecer del siglo, cuando Imperio catapultó su posición. Las traducciones de sus piezas antiguas comenzaron a aparecer en los estantes de las librerías, alternando con sus trabajos más recientes que articulaban una nueva gramática política ( Multitud, Asamblea, Declaración). Quienes lo descubrimos en esas primeras décadas nos sorprendimos con la aparición de La forma-Estado, donde figuras como el jurista soviético Pashukanis aparecían de la mano de los debates y combates del marxismo italiano, espacio de desarrollo de la teoría marxista del Estado. En Los libros de la autonomía obrera nos acerca a otro concepto de autonomía, ajeno de la tradición gramsciana. Sin embargo, entre esos trabajos más añejos destacamos dos: La fábrica de la estrategia y Marx más allá de Marx, ambos resultados de su magisterio. El primero es una potente lectura de Lenin, producto de un curso dictado en Padua, que colocó a éste en una estela distinta a la tradicional del leninismo. Así, apreciamos al líder político como un teórico marxista de la organización y no como un santo laico. En tanto que el segundo –curso dictado gracias a Althusser en la normal parisina– es una lectura no hegeliana de los Grundrisse de Marx. Frente al consenso académico, Negri aventuró una alternativa frente a la interpretación dialéctica de aquellos manuscritos. En una oda contra el dinero, asume que la superación que contenga lo negado es imposible: El dinero tiene una sola cara, la del patrón. En ese curso, además, extremó la hipótesis marxiana de la cualidad social del trabajo, a partir de la noción General Intellect, que mostró que el conocimiento se convertía en una fuerza productiva cada vez más importante, como lo muestra el tiempo de la inteligencia artificial.

En otro campo, su La anomalía salvaje ha sido reconocido como un hito en la aproximación a Baruch Spinoza. Urgido por encontrar sentido a la vida carcelaria, en medio del juicio, el italiano encontró el aliento spinoziano en la pasión alegre. Recordó en sus memorias: “Debíamos dirigir nuestra atención a Spinoza –y ya no a [Walter] Benjamin y a su mística revolucionaria–: porque sólo Spinoza indica una vía constituyente, promovida por la potencia de las pasiones y constituida por la urgencia del común. Sin saltos, sin prefiguraciones, sin promesas de un final feliz: Spinoza propone construir mientras se avanza”.

Podría pensarse en esto mismo para Negri. Aportó, como buen crítico del marxismo hegeliano, una salida spinoziana, es decir, sin dialéctica o momento de superación. Más bien apeló a la pasión alegre de la vida entregada a la causa del comunismo, no como un estado, sino como construcción siempre inacabada de lo común. Su obra aguarda a ser releída. Con seguridad aparecerán nuevos estudios y críticas, mismos que tendrán que diferenciar sus diversos periodos de producción, lograr ubicar las continuidades y, sobre todo, marcar las rupturas internas. Pero más importante es captar la potencia de un pensamiento que marchó contra el dominio del tiempo del capital.

* UAM

**FFyL-UNAM