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Disquero
Tres brujos: Pascal, Chausson, Froberger
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▲ El escritor francés Pascal Quignard, durante una conferencia que ofreció en el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, el 29 de noviembre pasado.Foto Arturo Campos Cedillo
 
Periódico La Jornada
Sábado 16 de diciembre de 2023, p. a12

Hay escritores que pocos leen debido a razones insalvables, la principal de ellas porque no tienen reflectores sobre ellos. La obra de Marcel Schwob, los libros de Robert Walser, las novelas de Chico Buarque, la poesía de Elizabeth Bishop son tesoros de unos cuantos y sus autores no aparecen en el imaginario colectivo.

Curiosamente, hay autores cuyos nombres son pronunciados doquier, pero muy pocos de quienes los nombran, los leen. He ahí a James Joyce, Don DeLillo, hasta el mismísimo Shakespeare.

Algo semejante sucede con la música, donde los territorios insondables de Gyorgy Kurtag, la música para ballenas de George Crumb, los paisajes interiores de Jóhann Jóhannsson, la maravillosa música de Morton Feldman, son ajenos al deleite colectivo. Y también hay nombres que muchos pronuncian sin conocer al menos una de sus obras: Karlheinz Stockhausen, John Cage, vaya, hasta el mismísimo Philip Glass.

Todo esto para anunciar nuestro tema de hoy: la música de Ernest Chausson y el universo de Johann Jakob Froberger.

Los une un paisaje interior, un dejo de profunda humanidad, un matiz delicado y salvaje al mismo tiempo: la condición humana.

Ernest Chausson (1885-1899) es el típico caso de autor nombrado pero desconocido, y, si se conoce, difícilmente es entendido.

Johann Jakob Froberger (1616-1667) es el ejemplo cabal de la mano que mece la cuna, pues sin él no hubiera existido la obra prodigiosa de Johann Sebastian Bach (1685-1750). Es evidente que no hubo contacto entre ellos, a pesar de que ambos fueron alemanes, pero cuando Juan Sebastián nació, Juan Jacobo hacía 18 años que había fallecido. Aun así, Bach eligió a Froberger como su maestro. Y esos son los mejores, los que se eligen sin necesidad de sentarse frente a ellos, vaya, sin necesidad de cruzar palabra; solamente con la observación aguda de sus obras, uno aprende de ellos, primero por imitación, luego como tutelaje, cuando ya se adquirió un estilo propio.

En el caso de Ernest Chausson, eligió como maestro nada menos que a Richard Wagner, a quien fue a ver dirigir su Tetralogía en dos ocasiones. Lo que a la fecha se conoce entre melómanos como el gran peregrinaje: ir a Bayreuth, o simplemente poner a sonar un disco wagnerita.

Ernest Chausson sufrió los horrores del desprecio por ser rico, por ser buena persona y por escribir despacio. Fue el tercer y único hijo logrado de un matrimonio altopudiente. No conoció a sus dos hermanos porque murieron en parto o a edad muy corta. Lo diré de una vez: murió a los 44 años de manera casi absurda: se rompió el cráneo al caer de su bicicleta y estrellarse contra un muro.

Como es normal en las familias con trauma, estudió abogacía solamente por complacer a sus padres, quienes anhelaron en sus hijos no logrados, logros académicos y profesionales, pero al doctorarse se dedicó a lo que amaba: la pintura, la poesía, la música. Se hizo asiduo a los salones parisinos de Madame Jobert y de Madame Saint-Cyr de Rayssac, donde se hizo amigo de Henri Fantin-Latour, Odilon Redon, Paul Chevanard. Se hizo periodista. Redactó noticias y comenzó una novela.

Cuando se encontró con Vincent D’Indy, selló su futuro: se inscribió en la clase de composición de Jules Massenet en el Conservatorio de París y en el estudio de Cesar Franck, amigo de D’Indy.

Como era tan buena persona, cuidó de sus amigos músicos que padecían los horrores de las deudas. Así salvó varias veces a Debussy, rescató a Fauré y a Duparc. Formó un círculo de ayuda mutua con ellos y otros compositores como Isaac Albéniz, Pierre de Bréville y Eugene Ysaye, entre otros genios.

Fue amigo íntimo de Stephane Mallarmé, con quien se le emparenta estilísticamente: Pascal Quignard dice que Ernest Chausson es el Stephan Mallarmé de la música.

También fue muy amigo del novelista Henri de Régnier y del dramaturgo ruso Iván Turgénev. Sus amigos pintores: Claude Monet y el exquisito Puvis de Chavannes.

Escribió poco, sufrió mucho.

Hay un pasaje de él que ha causado conmoción entre escuchas más que exigentes: el movimiento lento, conocido entre esos expertos como el Movimiento Grave en fa menor de Chausson, que forma parte de una obra que parece una novela: el Concierto para violín, piano y cuarteto de cuerdas, opus 21.

Recomiendo, de entre las grabaciones asequibles en disco, la que registraron en 1983 el violinista Itzhak Perlman, el pianista Jorge Bolet y el Julliard String Quartet.

Es la típica obra del típico autor heterodoxo.

Por eso Chausson es conocido sólo por unos cuantos, porque se aparta del lugar común. No es el autor de sinfonías potentes ni el de conciertos para piano espectaculares, ni de los Cuartetos de Cuerda ultrapoderosos, como los de Beethoven (autor dominante en todas las categorías que mencioné). Por el contrario, Chausson es autor de una música tan excéntrica como la de Erik Satie: pensaba fuera de la caja. Su música posee hondura, pasión, potencia tal, que embruja a los brujos, como Pascal Quignard, quien escuchó a Chausson en los descansos de la escritura de su novela más reciente: El amor el mar.

He ahí: Ernest Chausson tiene una partitura titulada así: Poeme de l’amour et de la mer, opus 19.

He ahí.

Recomiendo, de entre las grabaciones discográficas a la mano, la registrada en 2015 por Natalie Dessay, en su álbum Francailles pour rire, donde se incluyen otras obras sublimes de Chausson: Les temps des liles, en el track 4, y Le colibri, en el 19.

También sugiero la escucha del bellísimo disco que grabó Sandrine Piau: Évocation, que comienza con otra pieza inefable de Chausson: Hébée, opus 2, número 6.

Hay otras músicas que embrujan al brujo Quignard. Una de ellas es la de Johann Jakob Froberger y en especial sus tombeaux, género en sí mismo precursor de los trenos, lamentos y réquiems.

Recomiendo poner a sonar ahora el track inicial del álbum Homages & Ectasies, del pianista Valery Afanassiev. La pieza se titula Tumbeau y es la quintaesencia del summum de la síntesis de la médula de la raíz de la poesía. Hay quienes se conforman con el término genérico Lamento, pero se quedan cortos. No es la melancolía donde reside la belleza de esta obra, sino en sus dejos, sus quiebres, sus matices, sus guiños, sus rincones y todos sus recovecos.

He aquí una música extraordinariamente diferente a toda la música conocida. Vaya, ni la música de Bach. Y eso que Johann Sebastian tomó como su maestro a Froberger.

Es diferente porque no depende de una melodía bonita ni de un ritmo que atrape ni de una estructura que tienda al virtuosismo. Su poderío radica en su delicadeza, su magia, su belleza misteriosa, su poesía.

Eso, misterio. La música de Froberger, en especial sus tombeaux, se adentran en las profundidades del misterio y nos arrastran con ella, nos alientan, nos toman de la mano, nos conducen a un paraíso que es superior a la melancolía y se llama pasión. Lo que conocemos como felicidad.

En la novela El amor el mar, Pascal Quignard pone en primer plano a Johann Jakob Froberger y lo inmortaliza, y cuando Johann Jakob muere, canta así Pascal:

“De todos los suyos sólo quedaba él.

Isak llora a Jakob.

Mira el mar, reluciente ante sus ojos. Y llora.

Así que Isak se convirtió en Basilius y Basilius, convertido en Basileus, se presentaba en góndola de mar, sentado al lado del pope, acompañado por el chantre del monasterio, para cumplir con su trabajo de violinista en los palacios…

“Cada día, sentado en la terraza, al final de la mañana, Basileus, el último de la estirpe de los Froberger, afinaba el instrumento y luego se ponía a tocar melodías alemanas…

“A veces, al tocar salmos, al interpretar melodías de su padre Basile, al recuperar la línea melódica de ciertos tombeaux que le había enviado su hermano Jakob desde la capital de Viena, su angustia se aliviaba…

El sol lanzaba un resplandor de oro cada vez más vivo, cada vez más deslumbrante en el cielo uniformemente azul.

X: @PabloEspinosaB

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