Opinión
Ver día anteriorViernes 15 de diciembre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Lo nuevo en la alternativa
E

n la década de 1980, un proceso de movilización antineoliberal se fue gestando en América Latina. En gran parte del continente, organizaciones populares y campesinas realizaron importantes manifestaciones contra las oleadas privatizadoras, el despojo de bienes comunes y la eliminación de derechos sociales que las clases dominantes imponían. Se trató de una resistencia desde abajo a la recolonización global del capital, una recolonización emprendida por estados y corporaciones. En países como México, Venezuela y Ecuador las resistencias populares llegaron a poner en jaque a los señores del dinero y sus mediadores políticos; quienes utilizando la represión, la cooptación y fraudes electorales, lograron mantenerse en el poder.

El proceso de insurrección popular antineoliberal tomó nuevas fuerzas en nuestra América hacia los 90. Los pueblos originarios y afrodescendientes emergieron con toda su potencia y experiencia de resistencia a siglos de dominación colonial e imperialista. El movimiento antineoliberal que se expandió por todo el mundo, y que tenía una composición multisectorial y diversa ideológicamente, encontró en el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en 1994. un espejo y una narrativa propia: contra el neoliberalismo y en defensa de la humanidad, otro mundo es posible.

En otros países de América Latina, el movimiento antineoliberal se fue convirtiendo en una forma de fuerza destituyente que logró remover a las fuerzas políticas dominantes y hacerse de la maquinaria estatal. Venezuela estuvo a la cabeza con aquella experiencia del socialismo del siglo XXI y el Estado comunal. También surgieron otras experiencias en Bolivia, Ecuador, Brasil, Uruguay, Argentina y otros países. Fueron años de formación de redes y plataformas comunes, de producción teórica y artística, de experimentos y prácticas concretas, de encuentros, diálogos y debates que buscaban construir alternativas regionales y globales. Se hablaba del socialismo del siglo XXI, del socialismo afroindoamericano, del buen vivir. Con impactos diferenciados, Europa se contagió de lo nuevo en las alternativas que empezaba a formarse en América Latina.

Pero la narrativa y práctica socialdemócrata se fue imponiendo y lo radical y popular de aquella revuelta transfronteriza fue quedando al margen. Pronto empezó a hablarse de revolución ciudadana, capitalismo andino-amazónico, populismo de izquierda, progresismo... Los dirigentes populares, campesinos, indígenas, sindicales y afrodescendientes se fueron remplazando por los chicos de las Samsonite, con sus ejércitos de bots y sus asesores de imagen, los rostros y atuendos frescos estaban listos para integrarse al espectáculo de la política de arriba.

Presas de contradicciones internas llevadas más allá del límite, agredidas constantemente por el imperialismo con sus golpes de estado abiertos o encubiertos, y aquejadas por la crisis mundial, la mayoría de esas experiencias progresistas fueron desplazadas del aparato estatal por fuerzas conservadoras. En su intento de construir hegemonía, algunos gobiernos progresistas cooptaron o se confrontaron abiertamente con el movimiento social y popular, que con nuevas y viejas demandas, no dejó de insistir en la ampliación de derechos sociales, en la defensa y recuperación de territorios, y en el carácter independiente del propio movimiento. Más problemático es que la segunda ola progresista abandone ya por completo demandas sociales y que no recoja los aprendizajes de la primera ola progresista.

Como en la segunda mitad del siglo XX, cuando América Latina vivió un ciclo de revolución-contrarrevolución, al que Cuba logró sobrevivir gracias al profundo alcance de su transformación, hoy pareciera que asistimos a un ciclo progresismo-conservadurismo. En este ciclo progresista-conservador, los primeros se corren al centro para ganar elecciones y la administración estatal, mientras los segundos se corren más a la derecha y muestran su verdadero rostro: el del neofascismo que va contra los derechos sociales, contra el pensamiento crítico y científico, y que habla abiertamente de poblaciones desechables y eliminables.

Pero, así como Cuba venció el ciclo contrarrevolucionario, Venezuela hoy supera el ciclo conservador que en otros países se impone con figuras como Bolsonaro, Milei y Bukele. En ambos casos, el de Cuba y Venezuela, resistir al ciclo conservador ha implicado superar golpes de Estado, intentos de asesinatos a sus dirigentes, y embargos y bloqueos económicos impulsados desde ­Washington.

Mención aparte merece la experiencia zapatista que a lo largo de 30 años transitó del antineoliberalismo al anticapitalismo, y se encaminó a construir estructuras autónomas que son alternativas más allá del Estado. Los pueblos zapatistas han combinado la resistencia creativa al sistema de explotación y dominación, al colonialismo y su racismo, al patriarcado. Atentos a los problemas de la humanidad, se organizan para resistir a las guerras, a la migración forzada, al ecocidio y al capitalismo rapaz.

Frente al difícil panorama mundial y a la pérdida de horizonte, hay que mirar las experiencias que han avanzado en la construcción de alternativas. Hay que mirar lo nuevo en la alternativa que se construye desde abajo para encontrar las salidas.

*Sociólogo

@RaulRomero_mx