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La resurrección de la cancillería mexicana
Q

uizás haya jóvenes que no tengan conciencia plena de ello. Pero lo cierto es que hubo, antes de que comenzara este milenio, una larga época en que la política exterior mexicana gozaba de gran prestigio internacional y también entre los sectores progresistas del propio país.

Fue sin duda durante el sexenio del presidente Fox cuando se empezó a echar a perder, como tantas otras cosas. Simbólicamente, el principio de la debacle podía ser el famoso comes y te vas que nuestro brillante mandatario le endilgó a Fidel Castro Ruz, asesorado por Jorge Castañeda, el hijo del que llamamos el bueno, en virtud del contraste con su vástago…

De ahí pa’l real (aunque con un paréntesis en que la canciller fue Patricia Espinosa y otro más corto en que fue José Antonio Meade), la degradación y las vergüenzas que nos hicieron pasar los demás estuvieron en el orden del día.

Tal vez las peores estuvieron a cargo de la sucesora de Meade y de quien la siguió para cerrar el sexenio traidor de Peña. ¿Se acuerdan que incluso sugirió que el PRI cambiara de nombre, de colores y de ideario? No sucedió así, pero el resultado con su actual dirigencia da lugar a lo mismo, pues ha traicionado por completo a sus colores, a sus siglas y a los principios de su plataforma. No en vano ya estamos rogándole al tal Alito que no se olvide de apagar la luz cuando sea el último en salir. La luz es nuestra, pero no hay que desperdiciarla.

Entre los grandes valores que el gobierno de López Obrador recuperó del México de antaño se encuentra la política exterior que, gracias a la consistencia con que se ha rescatado el respeto a los principios que le dieron tanta prestancia, nuestra cancillería vuelve a ser motivo de orgullo de la mexicanidad verdadera.

No es obra de un solo individuo, pero lo cierto es que el principal responsable es quien tomó la decisión de poner al frente de la secretaría correspondiente a dos magníficos mexicanos que, sucesivamente, se han esforzado en izar de nueva cuenta la bandera de la dignidad perdida.

Difícilmente podría encontrarse un caso más vergonzoso, por no decir repugnante, que el del canciller Videgaray, cuando expulsó al embajador de Corea del Norte, sin motivo alguno, para quedar bien con su cuate gringo…

Mi respeto por la política exterior de antaño es precisamente lo que me impele a tributar mi respeto a Marcelo Ebrard y a su sucesora, Alicia Bárcena Ibarra, ambos de patriotismo y capacidad impecables.

Si la doctora Sheinbaum dará pie a que se continúe esta línea tlatelolca en aras de acabar de recuperar el prestigio internacional de antes, que nos permitía, a los servidores de la SRE ir por el mundo con la frente muy en alto, de seguro que votaré por ella… y me sospecho que muchos otros viejitos con buena memoria harán lo mismo que yo.