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De Bach y Beethoven a la tv: Jacaranda Correa
F

uera de la pantalla, entrevisto a Jacaranda Correa, joven entusiasta dedicada al cine y a la televisión. Me da mucho gusto que tenga una maestría en sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), porque siempre quise estudiar sociología. Seguramente mi amor por la esa materia se cumple un poco a través de las múltiples entrevistas hechas a lo largo de los años, y escuchar a esta joven maestra en sociología política es un aprendizaje y un gusto. Mujer de carácter, directora y productora de cinco documentales, recuerdo Morir de pie, su opera prima, que obtuvo el premio al mejor documental en Guadalajara en 2011.

–Elena, hoy llegué contigo con ganas de comer, de conversar, platicar como no había hecho hace tiempo. Soy periodista, documentalista y doy clases. De alguna manera, sin querer, me volví gestora cultural para generar proyectos que me apasionaban y, por tanto, me convertí en productora, gestora de mí misma. Para mí, el diarismo ha sido el cruce de muchas tareas y aspiraciones que logré hacer coincidir. Mis logros dependieron de diversas circunstancias, porque llegué al periodismo de manera accidental: iba a estudiar teatro, me había entregado durante 12 años al piano; mi padre, Gustavo Velázquez Méndez, fue concertista. Luego mi padre dio un cambio para volverse rocanrolero, un gran músico de la época del rock mexicano. Como él y mi tío eran pianistas, salieron de la música clásica, Bach y Beethoven, y, al igual que otros de su generación, se involucraron en el rocanrol mexicano: malteadas, crinolinas, moños y rocolas; un rock mucho más ligero, más soft, como el de Los Hooligans y Los Sinners, a diferencia del rock europeo o estadunidense. Luego, mi padre y mi tío, Alejandro Velázquez Méndez, tocaron con los Teen Tops, Los Locos del Ritmo... esa generación de rocanroleros muy ligeros.

“Mi padre, hombre de ciudad, se enamoró de mi madre, mujer del campo, Virginia Correa Zúñiga, y de ese momento maravilloso que fui entendiendo a lo largo de los años surgió una personalidad que tiene que ver con lo que constituye buena parte de nuestra cultura y nuestra identidad mexicana: la amalgama del campo con la ciudad. Mi madre viene de una familia entregada a la producción del pulque, porque mi abuelo y una parte de mis tíos hacían pulque.

Mi madre quedó huérfana muy joven y se volvió, a los 11 o 12 años, sin querer, una suerte de madre inesperada de sus 12 hermanos. Creo que parte de toda mi historia y mi interés por apoyar a las mujeres surge de los afanes compartidos con mi madre para ayudar a quienes dependen de ella; me di cuenta de cómo ella construyó la idea de su maternidad, su feminidad y una suerte de feminismo que peleó contra muchas violencias, discriminaciones que la llevaron a ser muy avanzada para su momento.

–¿Tu padre la ayudó?

–Ella amaba profundamente a mi padre. ¡Imagínate la mezcla de un padre músico, arquitecto de la UNAM y una joven proveniente de una ranchería en Hidalgo! En mi familia originaria nunca viví violencias de mi padre hacia mi madre, jamás, pero mi él nació de una cultura patriarcal, y quizá por eso el vínculo que generó con una mujer como mi madre fue el de dejar nuestra formación en sus manos. Sabía que mi madre venía de un rancho de Hidalgo, podría ser protectora, generosa, creativa, como fue hasta lograr constituir un núcleo de apoyo muy grande de su familia. Todo eso me marcó, porque en esta familia originaria se fueron tejiendo muchas aspiraciones y triunfos que mi madre, sin querer, fue dándonos a través de una educación entre conservadora y libertaria.

Mi padre también nos encauzó de una manera severa pero muy libre, muy creativo, por algo era músico; podría calificarla de educación libertaria y conservadora a la vez, llena de contradicciones parecidas a las de este México profundo, este México que teje sus raíces en el campo, siempre discriminado, siempre indígena, siempre crítico de lo indio.

–¿El pulque? ¿Los tinacales?

–Mi abuelo se dedicó a hacer pulque; medía dos metros, de piel blanca, ojos azules; mi abuela era morena –él le decía mi prieta, mi india–. Mi abuela era más morena que yo, de cabello muy negro, casi azulado y larguísimo, de trenzas que le caían debajo de las rodillas. Tengo una imagen de esta familia siempre en pugna y siempre en armonía, y me encanta, porque entreteje una parte de lo que es mi cultura y mi mexicanidad, y me repito que es de donde vengo.

“Tengo tres hermanas, dos que son gemelas y yo, que soy la única que estudió piano, porque así decidió mi padre. Nunca entré al Conservatorio porque mis papás escogieron para mí una escuela normal y estudié con una maestra del Conservatorio que mi padre escogió porque fue su profesora, Ella Rivas de Saldívar, quien ya murió. Dos veces a la semana, tomaba clases con ella, en la calle de Guadalquivir, en la Cuauhtémoc, e iba a pie y sola, porque nací y viví en la calle de Río Rin.

Una de mis hermanas tomaba piano, pero lo dejó por la guitarra. Fui la primogénita de la familia Velázquez Méndez, que deseaba un hombre, porque era una familia de arte, pero también conservadora, por eso soy tan masculina y me dediqué a defender mi derecho al arte y a la creación en una cultura patriarcal muy dura. Así me fui haciendo; fui la primogénita de esta familia de músicos; mi abuela Luz María Méndez cantaba y se dio a conocer como Lucha, cantante de tradición popular.

–¿Cómo te apasionaste por las artes?

–Durante 12 años estudié piano clásico. Lo he abandonado, pero puedo recuperarlo. A través del piano entré al teatro, a Bellas Artes, a los 17 años, gracias al apoyo de mi madre, a una de las escuelas de Iniciación Artística, durante tres años con Gerardo Campbell, quien murió de VIH.

“Campbell no sólo fue mi profesor, sino un gran amigo: generamos una comunidad y a los 17 años hice con él Un embrujo, Amores perros y otros papeles importantes. Se volvió un buen cómplice y entré a ese mundo de amigos homosexuales y lesbianas, y comprobé lo duro de su elección.

“Me involucré solidariamente y en vez de tres años, permanecí cuatro. Terminé la prepa y le dije a mi padre: ‘Quiero estudiar actuación’. Respondió: ‘De ninguna manera, primero haces una carrera y luego estudias actuación’. Comprobé su conservadurismo, porque decía que primero era la carrera universitaria y luego la vocación. Entré a literatura dramática y a teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y, al mismo tiempo, entré a la escuela de arte dramático de Televisa.

“La directora, Martha Zabaleta, madre de Susana Zabaleta, fue mi guía. Mi padre se opuso: ‘De ninguna manera, ¿cómo vas a entrar a una escuela de actores de Televisa? No’. Estudié teatro en la UNAM mientras él montaba una obra con Gerardo Campbell y al final tuve dudas: tal vez el teatro no era mi camino, y seguí escuchando las voces familiares que me aseguraban que me iba a morir de hambre, si no hacía una carrera universitaria. ¡He aquí el conservadurismo de las familias mexicanas!

Me decidí por ciencias políticas, lo más cercano al teatro. Escogí comunicación y ahora, a la vuelta de los años, mi carrera y mi experiencia se cruzan con el arte en todos los sentidos. Hoy por hoy, mis amigos y mi mundo profesional se teje a través de músicos, pintores, escultores y poetas. Cuando entré a ciencias de la comunicación escogí el periodismo. Gustavo García y Andrés de Luna me dieron clase y me incliné por el cine. Terminando la carrera, viajé a París e hice una maestría en sociología política en La Sorbona París IV, en la que conjunté sociología, política y cine. De regreso, en México, entré al Canal 22, una muy buena escuela, y en Televisa hice ciertas experimentaciones, pero mi gran formación proviene del 22. Mi primer reportaje fue la Muestra Internacional de Cine en Guadalajara y, a lo largo de los años, vi películas que me formaron e hice entrevistas a productores, directores, guionistas que confirmaron mi vocación. A diferencia de quienes descubren su vocación a los cuatro o cinco años, lo mío fue intuitivo, muy emocional, de mucha confrontación. Así llegué al periodismo televisivo que ahora está en un momento de crisis muy fuerte.