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Negaciones y desgobierno
R

ecurrir al olvido de acontecimientos o dichos es una negación convertida en estrategia política y de la política. Su primera y envenenada fruta es, está siendo, un desgobierno sin que hasta hoy sea posible vislumbrar alguna finalidad de los estrategas.

Vivir en la negación no es la mejor de las estrategias posibles, no lo es ni aquí en la Tierra, que parece estar llegando a su fin. Catástrofes le llaman etnólogos y geógrafos a eventos que la mayoría de nosotros, entre asustados y presas de la incertidumbre, preferimos calificar de calamidades, hasta de tragedias, con tal de evadir ese adjetivo finalista y fatalista que se presenta ante nosotros como algo intolerable, una monstruosidad.

Las llamadas que desde Acapulco o Coyuca se transmiten desde que la fuerza de Otis arrasó con vidas, esperanzas y edificios, tendrían que ser inscritas en este panorama mental y conceptual de negaciones poblado de múltiples escenarios. Donde ninguno, empero, permite algún atisbo de optimismo, de salida hacia adelante, a pesar de los triunfalistas anuncios a que se han dado con singular entusiasmo los grandes empresarios y sus acompañantes del gran capital.

Después de su homilía del pasado 20 de noviembre, en la que un ángel de la guarda, vestido de verde oliva, nos anuncia la buena nueva, todos deberíamos respirar con calma, a pesar de que los recuentos que se hacen de la catástrofe no hayan podido encontrar todavía respuesta mínimamente satisfactoria en planes y programas del Estado y aquí sí, sostenidos por la energía pudiente de los dueños del dinero y la esperanza.

Algunos dirán que esto es necedad conservadora, pero hasta el día de hoy la historia del mundo no guarda registro de una sola experiencia de libre mercado o libre pensamiento y acción y decisión que hayan llevado a las sociedades dañadas a buen puerto.

Actuar ya, con mirada de largo plazo, significa tener programa y plan a más de compromisos claros de gobernantes y sociedad civil organizada o aposentada en sus propiedades. Actuación que no puede ser remplazada por ningún voluntarismo ni buena fe reclama rigor y sostenibilidad de discurso y realización. Asumir plenamente las responsabilidades que no por sensatas tengan que ser menos audaces.

El rescate y reconstrucción de Guerrero, de su puerto y localidades dañadas, debe señalar la hora de la unidad, del acuerdo de los mexicanos, para empezar del gobierno y sus coaliciones todavía contaminados por el virus de la negación y el triunfalismo necio. El peor de los caminos para una sociedad en apuros. Como la nuestra.