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Reconstruir el pensamiento estratégico
E

stamos atravesando uno de los momentos más críticos para la humanidad de abajo, en mucho tiempo. Podemos volver a decir que un fantasma recorre el mundo: la limpieza etno-social, el desplazamiento de millones de personas para liberar territorios al dominio de los poderosos para la especulación con la vida. Nos hemos convertido en un estorbo para la acumulación por despojo. Ese es el trasfondo de las guerras en curso, que son guerras contra los pueblos.

El pensamiento crítico debería ser capaz de vincular lo que hoy sucede en la franja de Gaza con, por ejemplo, el genocidio maya y la política de tierra arrasada en la década de 1980 en Guatemala, que se cobraron 200 mil asesinados, medio millón de desplazados y 200 mil refugiados. Y con las políticas contrainsurgentes en el Cono Sur sudamericano, en Colombia y en tantos otros países.

Hoy mismo, ¿somos capaces de comprender lo que hay en común entre la guerra del sionismo contra el pueblo palestino y la guerra contra las drogas en Colombia, México y en otras geografías de nuestra región?

La guerra nunca ha sido un fin en sí. Es apenas un medio para conseguir otros fines: en este momento, obtener el poder suficiente como para acumular riqueza convirtiendo la vida en mercancías. Lo que el EZLN ha denominado cuarta guerra mundial, tiene su eje en despoblar zonas enteras para reconstruirlas según las necesidades del poder, o sea del capital más concentrado.

Este es el núcleo de la política de arriba, no sólo en Palestina, sino en todo el mundo, con las variantes propias de cada situación, de cada geografía y de cada población. No estoy insinuando que sean lo mismo Gaza que Chiapas, sino que existe un vínculo entre todas esas realidades que es el modo de acumulación del capital en este periodo.

Derivado de ello, debemos aceptar que tenemos apenas una caricatura de lo que fueron las democracias, que las libertades están siendo seriamente recortadas, como ya sucedió durante la pandemia de Covid y que ahora tiende a implantarse en varios países de Europa, donde portar una bandera palestina se ha convertido en delito.

Cada vez resulta más necesario distinguir entre régimen electoral y democracia real, porque los estados-nación mutaron, ya no defienden ni la soberanía nacional ni los derechos y libertades de los ciudadanos. En su lugar, tenemos militarización de las ciudades y de los emprendimientos extractivos, para controlar poblaciones y asegurar el flujo de mercancías.

En Río de Janeiro denominan como Estado miliciano a esa institución modelada por tres vertientes: la colonial, la dictadura que creó los escuadrones de la muerte y la actual acumulación por despojo. La policía ya no es un instrumento del gobierno sino un fin en sí, destaca la filósofa brasileña Camila Jourdan en la reciente edición de Archivos Brasileños de Sicología (https://goo.su/h5sO).

La policía como fin, escribe, borra las fronteras entre legal e ilegal, convirtiéndose en milicia, heredera de los escuadrones. En Río el poder dice de las madres de las favelas que son fábricas de traficantes, con la misma odiosa naturalidad que el ministro de Defensa israelí calificó a los palestinos como animales humanos (https://goo.su/dtBHg).

Lo que está sucediendo ante nuestros ojos es la reconfiguración del mundo por la violencia dura y pura. Como ya lo anunció Immanuel Wallerstein, la clase dominante está jugando duro para mantener sus privilegios cuando ya no existan el capitalismo ni las naciones que conocimos. Para eso hacen las guerras e instalan el estado de excepción permanente que denuncia Agamben.

Creo que lo decisivo y lo más importante no es la denuncia (que seguirá siendo necesaria), sino trazar políticas para afrontar esta situación inédita para los de abajo. ¿Qué caminos debemos tomar como movimientos de abajo, como pueblos en movimiento, como colectivos y personas dignas?

Si concluimos que vienen por el nosotros colectivo, si aceptamos que lo que está en juego es la vida, algo debemos hacer. Ese algo pasa por recuperar el pensamiento estratégico, capaz de alentar resistencias que sean capaces de abrir un escenario tan cerrado como el actual, a los mundos nuevos que pelean por sobrevivir.

Ese pensamiento ha caído en los agujeros de lo inmediato y de lo posible, se ha subordinado a los estados y ha hecho de la geopolítica su eje vertebrador, dejando de lado los objetivos de largo plazo de los pueblos, la autonomía y la autodeterminación colectivas.

En este periodo no es posible retornar a las viejas estrategias. Ellas fueron acuñadas para otros periodos y fueron elaboradas por un conjunto de varones blancos, académicos, de capas medias, formados en ideas eurocéntricas e individualistas.

La potencia creativa de los pueblos originarios y de las mujeres organizadas, vuelve improbable que se repita esa manera de elaborar objetivos y estrategias.

Surgirán del hacer colectivo de los pueblos y de los sectores populares, de los de abajo.