Opinión
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Palestina y los ojos en blanco frente al horror
U

no. Faltando un año para el final de la Primera Guerra Mundial, los previsores ingleses anunciaron el establecimiento de un hogar nacional judío (sic) en Palestina. La Declaración Balfour (2 de noviembre de 1917) fue incluida en una carta al banquero Walter Rotschild (líder de la comunidad judía de Inglaterra), para su transmisión a la Federación Sionista de Gran Bretaña e Irlanda.

Dos. Palestina quedó bajo el Mandato Británico, y el gobernador inglés de Jerusalén, Richard Storss, pidió consejos al primer ministro David Lloyd George para hacer frente a las críticas que recibía tanto por judíos como por árabes. El jefe giró una respuesta muy british, de formidable alcance: Muy bien. Si alguna de las dos partes deja de quejarse, será usted destituido.

Tres. Apunto el dato porque siempre, siempre, siempre, el diablo está en los detalles. Y para que no sigamos haciéndonos bolas con el eufemísticamente llamado conflicto árabe-israelí. Aunque admito que el milenario debate notarial en torno a las escrituras públicas que agitan los tres pueblos elegidos (judíos, cristianos, islámicos), goza de mayor glamur.

Cuatro. Los ingleses fueron amos y señores de un vasto imperio talasocrático (1487-1997). No obstante, se vieron en figurillas en dos parajes del orbe. Allí donde sus primos declararon el nacimiento de la nueva Jerusalén (Estados Unidos, 1776), y en la Jerusalén bíblica, única ciudad del cosmos que existe dos veces: en el cielo y en la tierra.

Cinco. El lector u oyente medianamente ilustrado (lo siento, especie en extinción), sabe que los grandes credos monoteístas surgieron de los que se negaban a vivir, fatalmente, en un valle de lágrimas. Empezando por el pastor hebreo Abraham, y el judío de abajo que, látigo en mano, expulsó a los mercaderes del templo, llamados fariseos.

Seis. Los fariseos eran eruditos judíos que pertenecían a los de arriba, y hacían buenos negocios con los romanos. Y según Jesús, merecían ser castigados porque reverenciaban al Dios-mercado, fingían una moral o creencias que no tenían y eran sumamente injustos a la hora de repartir panes, peces y… territorios. Aunque (y ahí está el detalle), faltaban 600 años para que Mahoma diera su opinión.

Siete. Directa o indirectamente, casi todas las guerras de Occidente hicieron de Jerusalén su centro de gravedad. Una ciudad que el papá del insigne pensador palestino Edward Said odiaba, porque le hacía pensar en la muerte.

Ocho. Las razones de la guerra se piensan en elegantes despachos ministeriales donde se expiden órdenes… poco razonables. Sin embargo, bien saben los militares, obligados a ejecutarlas, que los políticos responden a intereses que condicionan tales razones. Cuando no son ellos, claro, los beneficiarios de tales intereses.

Nueve. Las bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki (1945), cambiaron la tecnología de la guerra, que no es una ciencia. Y en adelante, las potencias occidentales libraron sus guerras contra los movimientos de liberación nacional y la causa anticolonial de los pueblos.

Diez. ¿Resulta ético permanecer neutral en las guerras? Depende. Si los bandos son abrumadoramente asimétricos, el dilema se convierte, por omisión, en complicidad con el genocidio y las masacres. Rescato, entonces, un breve pasaje de aquella crónica aterradora contada en Judea, provincia del imperio romano: “Tan espeluznantes eran las escenas que se desarrollaban alrededor de las murallas, que parecía que el infierno había invadido la tierra. Miles de cuerpos se pudrían bajo el sol, el hedor era insoportable y manadas de perros y chacales se daban un festín de carne humana…”

Once. ¿Gaza, ahorita? En efecto. Gaza ahorita, y en apenas cinco líneas de La guerra de los judíos. Crónica de Yosef ben Matityahn (mejor conocido como Flavio Josefo), escrita durante la conquista de Jerusalén por el comandante militar y luego emperador Tito Flavio Vespasiano (70 d. C). Ahora bien: ¿Josefo era judío o romano? En realidad, ambas cosas. Porque los emperadores de verdad necesitan de cronistas objetivos. En cambio, si Josefo estuviera narrando ahorita la tragedia de Gaza, estoy seguro de que Benjamin Tito Netanhaju, sicario de Washington, lo hubiera empalado por terrorista y antisemita.

Doce. Con la imposición en Palestina del enclave terrorista llamado Israel (1948), los fariseos modernos regresaron al templo. Hechos que niegan los intelectuales, escritores y académicos judeo-sionistas que presumen de reflexivos y profundos. Año y medio atrás, nos dijeron: ¡Todos amamos a Ucrania!. Y hoy: ¡Todos amamos a Israel!

Trece. Bueno… no todos. Creo que las personas conscientes nunca amaron a nazis, fascistas y mucho menos al sionismo antisemita y fariseo, única ideología que durante 75 años consiguió expandirse, chantajear y embrutecer al conjunto de los medios occidentales.

Catorce. Entre el saber absoluto y la ignorancia absoluta, la opinión ocupa un escalón intermedio. A más de conllevar su contrario. Enseñanzas que nos dejaron los escribas del Talmud, cuya primera versión fue redactada en el siglo II d. C, en la actual franja de Gaza.