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El maquinista acelera

Medidas de Ferromex dificultan aún más a los migrantes subir a los trenes
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▲ Algunos migrantes lograron trepar al convoy en el tramo que se encuentra en Huehuetoca y Apaxco, estado de México.Foto Víctor Camacho
Enviada
Periódico La Jornada
Lunes 16 de octubre de 2023, p. 10

Huehuetoca, Méx., Por falta de dinero para tomar un autobús que los lleve a los estados del norte, y con la idea de que montados en los trenes de carga hay menos probabilidad de que agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) los detengan, continúan llegando decenas de migrantes, entre ellos familias con niños y mujeres embarazadas, hasta las vías férreas para probar suerte y subirse a La Bestia.

Sin embargo, luego de que Ferromex impulsó medidas para evitar que viajen en los vagones de carga, hace un mes, subirse se ha vuelto más complicado. El tren pocas ocasiones para y si el maquinista observa presencia de migrantes no baja la velocidad, por el contrario, algunas veces la aumenta para que no tengan posibilidad de treparlo.

Esto ha provocado que las personas, principalmente de Honduras y Venezuela, permanezcan más días varadas cerca de las vías, a la buena de Dios, cazando al tren entre los montes, algunos escondidos para no ser detenidos por Migración o para protegerse de la delincuencia, ya que, a decir de los propios huehuetoquenses, después de las 7 de la tarde es peligroso estar en la zona por los asaltos.

Los indocumentados más osados aguantan en las vías, comiendo lo que pueden, pero si tienen suerte encontrarán a personas que les ofrecen alimento; en tanto, los demás van y vienen de los albergues cercanos.

Muchos de los que arriban a la zona despoblada conocida como El Basurero, debido al tiradero a cielo abierto, no tienen la certeza de a dónde los llevará el tren, sólo tienen claro que hay que subirse a como dé lugar. Algunos comentan que los lleva a la Coca Cola, al parecer en Hidalgo; otros que a Guanajuato, a Guadalajara, Jalisco; a Monterrey, Nuevo León, o a Ciudad Juárez, Chihuahua.

En el día, por el sol que cae a plomo, se refugian en cualquier sombra de árbol. En una de ellas estaba Roel, hondureño de 18 años de edad, sentado entre las piedras. No hay de otra, dijo al reflexionar sobre el riesgo que implica montar y viajar en La Bestia.

En noviembre de 2020, la casa de este joven menudo fue una de las 300 que quedaron destruidas por el derrumbe del cerro La Correa, en la aldea La Reina, en Santa Bárbara, en el occidente de Honduras.

La mayor parte perdió la casita y ahora mi familia vive alquilando. Por eso me vengo para ver si les ayudo, mencionó.

Su travesía la ha hecho solo, y ha andado en tren desde Coatzacoalcos, Veracruz, hasta Apizaco, Tlaxcala. En la ruta fue detenido por Migración y pagó derecho de paso, 850 pesos, a un cártel en Frontera Corozal, Chiapas.

En toda la zona de las vías, que pasa por Apaxco, Huehuetoca y Tequixquiac, hay grupos pequeños de migrantes, de tres a 10 integrantes. La mayoría se conoce en la travesía.

Todos saben detectar el tren a lo lejos, por el ruido que produce la maquina o su silbar: ¡Ahí viene el tren!, ¡sí!, ¡ya viene!, comentan cuando lo escuchan. Alrededor de siete minutos antes de que pase, los migrantes se preparan: entre los nervios y la adrenalina, se cuelgan las mochilas, toman a los niños pequeños de las manos, algunos los suben a sus hombros.

En un solo día el tren puede pasar hasta tres veces. En una de esas ocasiones un grupo de migrantes, entre ellos Roel, y otro joven venezolano que andaba en muletas, hizo señas al maquinista para que se parara, pero éste no hizo caso y siguió su ritmo. Nadie pudo subir.

Poco más de dos horas después, pasó otro tren. ¿Es la máquina 4 mil?, preguntó Juan Carlos, otro hondureño. Esa es la poderosa, la que levanta buena distancia, exclamó.

Mientras se acercaba la máquina, analizó cómo subirse, pues sabía que le sería difícil porque es diestro y dada la forma en que estaba colocado tenía que intentar agarrarse con la mano izquierda.

¡Llegó la hora!, se escuchó. Juan Carlos corrió a la par del tren, pero por más que estiraba el brazo no alcanzaba a sujetarse, una y otra vez lo intentó hasta que desistió.

Lo he subido otra veces, pero ahora tengo 37 años y sí siento menos velocidad que antes en mi cuerpo. Hay que correr al lado de él, con todo el potencial y arriba, la inercia lo jala a uno y uno tiene que responder.

Relató que cuando intenta subirse en lo que piensa es en las ganas de llegar a Estados Unidos. También “lo hago porque no llevo dinero, si llevara agarraría un autobús para no correr, pero es el sueño americano. Sólo le pido a Dios no caerme, si veo que está muy difícil no insisto, pues la vida vale mucho”.

Después de que el tren parte con tan sólo unos cuantos que lograron subir, los que se quedan no esconden su tristeza, pues ven cómo se aleja la oportunidad de seguir avanzando.