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Que cese la guerra, paz para todos
L

a tercera década del siglo XXI desmiente la concepción neoliberal de una historia lineal, una marcha ascendente del mundo hacia la pacificación y la concordia. La violencia ha irrumpido de nueva cuenta. Primero fue la guerra Rusia-Ucrania, que no termina, con sus costos al alza, comenzando por la dolorosa pérdida de vidas humanas; ahora es la guerra de Israel con una facción de Palestina, una espiral de muerte y devastación en ambos lados de la incierta frontera, sumado a conflictos bélicos en todos los puntos cardinales.

Como han dado cuenta los medios, la madrugada del 7 de octubre la organización islámica Hamas lanzó desde la franja de Gaza miles de proyectiles contra Israel y envió a cientos de activistas armados a ese territorio, con saldo de 700 muertos, la gran mayoría civiles, y más de 100 secuestrados; pero con el paso de los días han sido más los muertos y heridos en Palestina, víctimas igualmente inocentes.

Hay que precisar, de entrada, que no se trata de una guerra convencional entre dos países ni entre dos gobiernos. Se trata de una confrontación entre Israel y una organización no estatal, que ha acudido a métodos violentos de fuerza, los cuales sólo han generado una reacción virulenta que ahora lastima también al pueblo palestino.

Hamas no es un jugador político ordinario de la comunidad internacional. Si bien tiene el control de la franja de Gaza, no forma parte de la Autoridad Palestina, el gobierno que encabeza el presidente Mahmud Abás, emanado de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que desde los tiempos de su líder histórico Yasser Arafat busca consolidar un Estado nacional y secular, mientras Hamas es un grupo religioso, como otros más en la región, que busca la creación de un Estado islámico.

Sin embargo, en la raíz de la violencia letal que ha detonado ahora está la falta de una solución estructural y de fondo al derecho de ambos pueblos, el israelí y el palestino, a un territorio, un Estado y una patria propios. El conflicto viene desde el origen de la vida en sociedad; desde las más añejas civilizaciones, con antecedentes de dos milenios, pero sobre todo avivado desde los tiempos de las cruzadas, cuando Francia, el Imperio Romano Germánico e Inglaterra enviaban en la Edad Media a miles de soldados para rescatar tierra santa, Jerusalén, y luego con mayor intensidad a partir del siglo XX.

Vista con mayor detalle esta última etapa, los judíos que huían de la persecución en Europa, sobre todo del fascismo y el nazismo, querían establecer un Estado en lo que entonces, en Medio Oriente con vista al Mediterráneo, era un territorio de mayoría árabe y musulmana. Los árabes se opusieron desde el primer momento, aduciendo que la tierra era suya por historia y derecho; en ese contexto de versiones encontradas, Israel y sus vecinos árabes han sostenido varias guerras, abiertas y soterradas, por el mismo territorio.

La guerra de 1967 marcó un punto de inflexión en esa desavenencia historia, ya que dejó a Israel en control de Cisjordania y la Franja de Gaza, dos territorios que albergan poblaciones palestinas mayoritarias, pero en donde se han venido incrementando los asentamientos israelíes, sobre todo los últimos años, generando un malestar creciente, como han señalado varios analistas.

Gaza, epicentro hoy de la violencia, es una estrecha franja de tierra densamente poblada que está rodeada en su mayor parte por Israel, que retiró en 2005 su presencia militar, pero se encuentra todavía bajo su bloqueo y supervisión; es decir, no tiene un gobierno palestino soberano ni tampoco uno plenamente Israelí. Gaza, en los hechos, está gobernada por el grupo Hamas, que se formó en 1987 y ganó ascendencia justamente con la bandera de la resistencia contra la ocupación de Israel.

Por eso, construir una solución que satisfaga la aspiración legítima de un suelo y una patria propios de ambos pueblos, el palestino y el israelí, debe ser el objetivo medular. Los esfuerzos locales y las iniciativas supranacionales, de preferencia encabezadas por la ONU conforme a los protocolos del derecho internacional, debieran apuntar, como un primer paso, al cese inmediato de la violencia, la confrontación bélica, que tanto lastima a inocentes, mujeres, niños, adultos mayores, sin distingos ideológicos ni de creencias particulares.

Respeto, pero disiento de quienes en sus análisis hacen cálculos sobre qué actores ganan y quiénes pierden. Sé que en la geopolítica internacional el tablero se mueve, algunos acuerdos en difícil construcción se debilitan, mientras, por el contrario, algunos actores avanzan en sus agendas y estrategias. Pero en lo esencial, la guerra es un esquema de perder-perder, donde el objetivo de la paz se aleja y ambas partes pierden, en vidas cegadas, en pérdida de la tranquilidad, la seguridad, la infraestructura y la vivienda de miles de hogares enlutados.

Por eso, nada más pernicioso que la prolongación de la guerra, de cualquier guerra. Es imperativo que la violencia cese. Es necesario que prive la sensatez en las partes en esta hora difícil. Es indispensable también que los gobiernos nacionales de la comunidad internacional no sean parte beligerante de un lado o de otro, sino constructores de puentes para arribar a una paz sustentada y firme, sobre la premisa de un territorio, un Estado y una patria, tanto para Israel como para Palestina.

Paz para todos ya, ni un espacio más a la violencia fratricida, pues todos provenimos del mismo origen, todos somos seres humanos. Que en Medio Oriente, y en todo el mundo, todos vivan y todos convivan.

* Presidente de la Fundación Colosio