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Guerrita: final de una época, inicio de una era
I

nvariablemente, a las 6:30 am en punto hago pis. Pero en aquel inolvidable 2006, no bien salía somnoliento del baño, Ángel Guerra me ponía al tanto de las noticias del mundo. Con su inconfundible acento cubano, mi roommate decía:

–Oye esto… ¡Evo nacionaliza los hidrocarburos!; ¡Israel invade la franja de Gaza!; ¡Rebelión de los pingüinos en Chile!; ¡AMLO impugna el fraude de Calderón!; ¡Lula asume la segunda presidencia!; ¡Chávez gana con 60 por ciento de los votos!; ¡Saddam Hussein condenado a la horca por los yanquis!…

Apoyando la cabeza contra la pared, cerraba los ojos suplicando: ¡Piedad, Guerra! Ni modo. En estado zombi, me preparaba un café cargado mientras su hipercinético Amadeus, sabiendo que en el siguiente paso manotearía una caja que distinguía perfectamene, se alzaba con la segunda galleta del día. “¡Sí, Ángel…ya sé que es el año del perro”. Doy fe, entonces, que hacia las 8 am de casi todos los días de 2006, Guerrita, Amadeus y yo (de rebote), éramos los tipos más informados de la colonia Nápoles.

Decir que conocí a Guerrita hace más de 20 años, sería puerilidad de almanaque. Pues si la primera impresión es lo que cuenta, en milésima de segundo recordé que habíamos cantado juntos La Bayamesa durante la Guerra Grande, y en Key West cuando José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano (PRC).

Fuimos amigos, confidentes y, digamos, hermanados en una suerte de antimonroismo militante. A Guerrita le interesaba la intrincada génesis del peronismo (poco idónea para izquierdistas de cubículo), y a mí la martiana del fidelismo. Procesos que, al final del día, compartían objetivos. En Argentina, los de la Constitución de 1949 (independencia económica, justicia social, soberanía política), y en Cuba los del PRC que Fidel actualizó en 1953, tras el ataque del Movimiento 26 de Julio al cuartel Moncada (independentismo, latinoamericanismo, anticolonialismo, antimperialismo, antirracismo).

En el segundo lustro previo al derrumbe del socialismo que cayó sin luchar, pude apreciar el renovado esfuerzo de los cubanos para afrontar sus consecuencias: agresividad de Ronald Reagan y las mafias de Miami; Nicaragua y la lucha “contra la contra”; ocupación de embajadas en La Habana; retorno victorioso de las tropas cubanas en África; ofensiva del FMLN en El Salvador; invasión militar yanqui en Panamá; caso Ochoa, y a mi hija mayor diciendo “…hoy aprendí a lanzar granadas, no te preocupes”, mientras veíamos Doña Beija, la telenovela brasileña que, Fidel incluido, seguía con atención.

En aquella convivencia de 2006, coincidíamos en que ningún análisis acerca de Cuba podía prescindir del bloqueo imperial a la isla. Discutíamos de todo con serenidad, y fui advirtiendo de que, tras haber sido soldado de la revolución desde su adolescencia, Guerrita era de los que no necesitaba orientación para pensar, opinar y escribir con cabeza propia.

Cinco años antes, Guerrita y Claudia Haro, íntegra y hermosa, me visitaron en casa, y me propusieron participar en los foros de Casa Lamm, en los que lunes a lunes, durante 16 años, desfilaron cerca de 800 intelectuales y activistas. Y luego, Ángel me presentó a Jorge Bolaños, legendario caballero y diplomático de la revolución que consiguió desbaratar a los políticos y mariachis fifí que torpedeaban las excelentes relaciones entre ambos países.

Con Ángel, nos guardábamos de las izquierdas ideológicamente armonizadas, y políticamente desafinadas. Así, desde el arranque apoyamos la revolución bolivariana y la 4T de AMLO, que luego de una serie de reveses electorales y golpes en el continente, nos remitía al grito de Hidalgo, a los liberales de Juárez, a los insurgentes de Villa, Zapata y Cárdenas.

Me consta que en el tramo final, los dolores físicos de Guerrita eran similares a los deparados por los enemigos de Cuba y la revolución. Su pueblo, nuestro pueblo. Su revolución, nuestra revolución. ¿Algo más que añadir? Ya no tengo palabras, compañero, y hago tuyas las de Julius Fucik (1903-43), el otro periodista que iluminó tu camino: Que la tristeza jamás se una a mi nombre. He vivido para la alegría y por la alegría muero. Agravio e injusticia sería colocar sobre mi tumba, un ángel de tristeza.