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Áurea Hernández, fotógrafa de celebridades
L

a fotógrafa Áurea Hernández trabajaba en la revista Foto Zoom cuando la conocí. Alta, guapa, alerta, nada presuntuosa, muy buena onda, quiso escoger el mejor sitio de mi casa para una fotografía. Con toda naturalidad, me pidió abandonar mis pants cotidianos y ponerme algo más formal. Lo hice con gusto, porque Áurea tiene muy bonito modo. Me conmovió que a todas horas recordara a su padre: mi papá esto, mi papá lo otro. ¡Ay, Áurea, qué suerte tiene su padre de tener una hija como usted!, y así de hilo en aguja, entre los flashes y los míreme, por favor, nos hicimos amigas.

–Elenita, desde la preparatoria tomé un taller de fotografía. Una amiga alemana le regaló una cámara Kodak a mi madre, y cuando entré a la Prepa 4, Vidal Castañeda me la pasó. Vi un taller de fotografía en la avenida Observatorio y entré. Todavía era la fotografía análoga de rollos, revelado, químicos, cuarto oscuro con luz roja. Obsesiva, retraté a toda mi familia: Sonríe, párate ahí, mira para acá. Insistí al grado de que todos echaban a correr apenas me veían.

“Estudié en la Kodak, en Nevada, Estados Unidos, porque un primo, Roberto Hernández, experto en rocas, me llamó para trabajar con él. Le ayudé desde tomar la pala y escoger las piedras. A la par, entré en la Universidad de Reno, y una maestra chilena me permitió asistirla en su clase de español. Con lo que me pagaba tomé cursos de fotografía durante tres años. También hice un diplomado en el Claustro de Sor Juana, con los maestros Jorge Sandoval, Freddy López y Óscar Casanova. Del Claustro, me invitaron en 1997 a la Asociación de Fotógrafos Profesionales de la Ciudad de México. Entré como secretaria de actas, porque ‘¿cómo una mujer va a cargar tripiés y telones? No; tú, secretaria de actas’.

“En 2002 me hicieron presidenta de la Asociación de Fotógrafos Profesionales de la Ciudad de México. Siempre he sido una muy buena administradora. Ayudé mucho a la asociación, conocí a gente del medio, como el maestro Robert Lino, gran arista de Miami; cubrí bodas, XV años, baby showers, festejos sociales que algunos críticos hacen menos, pero pienso que más allá de la vanidad, la fotografía de ‘sociales’ pone todos tus sentidos en alerta porque en una primera comunión no puedes decirle al cura: ‘Vuelva a dar la hostia a la niña para que yo tome la foto’.”

–¿La foto instantánea tiene que ser buena al primer disparo?

–Sí, tienes que ser muy hábil, muy rápida y alerta.

–Ha de ser difícil satisfacer la vanidad humana...

–Sí. Semo, fotógrafo ruso, logró hacerlo con mucha inteligencia. De todas las áreas, escogí el retrato. Es un reto fotografiar a quienes tienen una idea de sí mismos que no corresponde con su realidad. Las fotos de estudio son muy delicadas. Hacer un buen retrato toma tiempo, aunque ahora ya no se usa la de estudio, sino la de exteriores. Tuve un estudio y preferí hacerme de un equipo portátil y presentarme donde me llamaran. Retratar es un reto. Por ejemplo, a Cristina Pineda, de Pineda Covalín, le tomé fotografías de una colección muy elegante de vestidos para embarazadas con modelos profesionales venidas de España. Cristina declaró a la prensa que ninguna embarazada debía verse como una bolsa de pan. Me pidió que montara mi equipo en su casa. Al terminar, quise tomarla a ella. Tengo prisa, voy a salir. Insistí: Me falta una foto tuya. Si tomas una y me gusta, te lo permito, me desafió. En su recámara me atreví a decirle: ¿Puedes sonreír como si yo te cayera bien?, y echó la cabeza para atrás con una carcajada. En ese instante disparé, se la enseñé y sonrió: Me gusta, soy yo; tienes abierta mi casa. La retraté varias veces.

“He tenido el gusto de retratar a muchos personajes. Eugenia León es un verdadero encanto: ‘¿Dónde quieras monta tu equipo?’ Llegó su hijo Eugenio a media sesión, se abrazaron con tanto gusto que tomé fotos que no estaban programadas. El amor entre los dos se ve en las fotos. Lo mismo me sucedió con José Sacal, el escultor que estrenó su Estudio Blanco. Muy accesible, lo retraté para el Hola. Noté que Sacal sudaba mucho y pregunté si se sentía mal: ‘Estoy nervioso, porque no me gustan las fotos’. ‘Es que no lo he retratado yo’. Su esposa nos sirvió un tequila y nos relajamos; tomé fotos muy buenas. ‘Usted, Áurea, puede venir cuando quiera’, se entusiasmó. Sus esculturas monumentales, una afuera del edificio de la Lotería Nacional y otras en todos los estados de la República son muy celebradas. Cuando nos despedimos me dijo: ‘Pon la mano’, y me regaló un dije de plata con todo y su certificado.

“También retraté a Sebastián. ‘Mucho gusto, soy Áurea, la fotógrafa’. “Mucho gusto, soy Sebastián, el escultor. ‘Maestro, si me permite, voy a montar mi equipo’. A veces, los ‘famosos’ aceptan que lleve ayudante, a veces no; Sebastián no lo autorizó y monté todo sola. Cuando terminé, me atajó: ‘Una sola foto, porque tengo prisa’. La tomé y se la enseñé. ‘¿Es usted?’, pregunté. ‘Sí’. ‘¿Puedo tomarle otras?’ ‘¡Cómo no!’ Llegó su esposa y los retraté juntos. De los 20 minutos concedidos, pasamos a tres horas, porque me invitaron a comer. Sebastián canceló su cita para enseñarme sus proyectos en España. También diseñó un vestuario para teatro. Entraron a su estudio tres personas con maletas y en una mesa exhibieron joyería y dijes de plata. Decidí irme, pero Sebastián me retuvo: ‘No, quédate’, y me regaló unos aretes de plata de El Caballito, su escultura en Reforma. También me dio un libro firmado, una taza de plata llena de dulces; bueno... ya no sabía qué regalarme...”

–¡Qué generoso Sebastián!

–Hicimos clic. Después me llamó porque diseñó ropa mexicana para un espléndido desfile de modas.

–Áurea, usted trata a puros famosos.

–Retraté también la segunda boda de José Luis Cuevas con Beatriz. La misa fue en Catedral y la fiesta en su museo. Cuevas fue especialmente amable conmigo.

“En la sesión de fotos con el maestro José Sacal, tenía yo prisa, porque me esperaba Alberto Vázquez, el cantante de la época del rock, pero la esposa de Sacal insistió: ‘No te vas a ir sin comer’. Son personalidades muy generosas.

“Me tocó retratar dos veces a Teresa Salgueiro, cantante portuguesa reconocida y muy encantadora. Siempre fui su fan, y cuando pude retratarla me fui al cielo. A veces no quiero conocer a la gente que admiro, porque puedo desilusionarme. Teresa Salgueiro rebasó todas mis expectativas. La retraté en su concierto en Puebla. Teresa quería ver el teatro y la llevé cuando los tramoyistas checaban el sonido: ‘Venga a ver’. A ella le gustó tanto el escenario y el ambiente que se puso a cantar a capella. Todos se detuvieron a escucharla. Nunca se me va a olvidar el respeto en ese silencio. Salgueiro tiene voz de ángel. Es tan reconocida que quienes la contratan ponen pantallas en la calle con su efigie.

La gran fotógrafa Annie Leibovitz me contó que siempre ha visto las cosas a través del vidrio del carro; ella encuadraba todas las imágenes a través del marco de la ventana del auto porque viajó mucho con sus papás. Cuando supe que iba a estar en México e iba a dar una rueda de prensa asistí, y ella tuvo muchas deferencias conmigo y le tomé fotos en el campo. Hice las fotos para un medio digital, fui a un mercado y compré una bolsa de mandado y le pegué una Catrina de lentejuelas y una lotería de Frida Kahlo. En la rueda de prensa, con un mundo de gente, me distinguió y nos hicimos amigas.