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Pancho Villa, el criminal
E

l 27 de marzo de 1916 Pancho Villa recibió la más dolorosa de sus heridas en combate: en un ataque sorpresivo a los carrancistas que guarnicionaban la región de Ciudad Guerrero, Chihuahua: una bala fría le astilló la tibia (fría, o sea de rebote, debilitada, por eso no atravesó la pierna, sino que quedó incrustada en el hueso). Dada la carencia de materiales curativos y de tiempo, el general Francisco Beltrán sólo pudo desinfectar y vendar la herida, dejando dentro la bala y las astillas de hueso. El general Nicolás Fernández sacó a Villa hacia el sur en una carreta, porque aunque torpes y lentos, los estadunidenses de la Expedición Punitiva se acercaban peligrosamente y al no poder montar a caballo, Villa perdía la gran ventaja que había tenido contra los invasores y los carrancistas (su agilidad y ubicuidad).

Villa ordenó que sus fuerzas se dispersaran y con terribles dolores, ardiendo en fiebre y bajo tremenda nevada, condujo a su pequeña escolta a las cercanías de Satevó, pueblo del que surgieron 20 o 30 de sus más leales generales y coroneles, mientras partidas villistas distraían a los invasores y el pueblo les mentía. Su jefe, el general ­Pershing, informó a su gobierno: Vagos rumores y afirmaciones positivas de los nativos indicaban que Villa había partido en casi cualquier dirección y hablaban de su presencia en varios lugares al mismo tiempo. La imaginación popular redujo este hecho a una frase: Villa está en todas partes y en ninguna.

El 30 de marzo despachó a su escolta y se quedó con sólo cuatro leales y el 1º de abril se escondió en la cueva del Coscomate, cerca del rancho del padre del general José E. Rodríguez, jefe de la legendaria Brigada Villa, asesinado por los carrancistas dos meses atrás. Sólo el viejo ranchero y dos compañeros sabían dónde estaba Villa y le llevaban agua y comida. En una ocasión, un destacamento estadunidense pasó a la vista misma del general y acampó al pie del cerro en que se escondía.

Tras dos meses en la cueva, Villa salió para ponerse al frente de los suyos. Empezó ahí una campaña guerrillera que enloqueció a los carrancistas. Sin acercarse a los invasores, Villa recuperó el control de buena parte del territorio de Chihuahua, atacó la capital del estado y tomó Parral el 5 de noviembre. Ahí felicitó a la maestra Elisa Griensen, joven parralense que en­cabezó semanas atrás una insurrección popular contra los invasores y, por fin, hizo que le extrajeran la bala incrustada en la pierna: esa campaña guerrillera la hizo entre dolores terribles, fiebres intermitentes y una infección que cedía y regresaba sin terminar de irse, pero ahora se curaría definitivamente.

¿A qué viene la historia de esta bala fría? Más allá de que sigo instalado en el año de Pancho Villa, me parece que explica una inflexión definitiva en la vida del Centauro del Norte: antes de esos meses encerrado como fiera, solitario y entre atroces dolores, en su historial militar no se registran acciones que, de acuerdo con los cánones de la época, puedan llamarse crímenes o crímenes de guerra, salvo alguna ejecución extrajudicial (como la del prepotente hacendado británico William Benton) o alguna acusación que se ha demostrado falsa (el supuesto terror en la Ciudad de México en diciembre de 1914). Hay otro evento muy discutible: las ejecuciones de San Pedro de la Cueva, en 1915: incluso esas pueden inscribirse dentro de las leyes de la guerra de la época (no así, si existieron, las violaciones cometidas por villistas ese mismo día, aunque son dudosas, pues en la División del Norte la violación estaba penada con la muerte).

Es después de aquellos meses de encierro cuando Villa comete acciones que sin duda califican como crímenes de guerra, en el contexto de una brutal campaña contrainsurgente en la que las fuerzas del Estado no se quedaban atrás (es curioso: se han documentado y sistematizado los crímenes de guerra de los carrancistas en Morelos, en 1916-20 y ya no se discuten, pero no lo hemos hecho para el norte villista, donde pasan desapercibidos).

En fin, los vulgarizadores y falsificadores de la historia de la derecha nos han acusado a los estudiosos del villismo como movimiento revolucionario (y me honran al ponerme al lado de Friedrick Katz, Paco Ignacio Taibo II y Jesús Vargas Valdés) de omitir o eludir los crímenes de guerra de Pancho Villa. Nada más falso: Katz y Taibo las estudian e incluso difieren entre sí, por la enorme dificultad que presentan las fuentes sobre el tema, impregnadas de propaganda carrancista y de la teoría de la historia me contó mi abuelita, que atribuye a Pancho atrocidades inauditas en lugares o momentos donde nunca estuvo (en cambio, para el Morelos zapatista ha sido posible desechar esas mismas fuentes y sus relatos esperpénticos).

¿Eso justifica a Pancho? Creemos que la historia no busca juzgar, condenar ni justificar, sino entender. ¿Sus crímenes de guerra descalifican el movimiento revolucionario anterior, derrotado en 1915? No, sin duda.