Opinión
Ver día anteriorMiércoles 6 de septiembre de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Entreverado
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uriosos, y de varias maneras extraordinarios acontecimientos, se han sucedido en el mundo. Y, como si hubieran tocado resortes íntimos en esta localidad nacional, penetran afectando algo de lo que sucede en México. Bien se puede decir que entreveran sus movimientos para dar forma a una realidad que exige ser esclarecida.

La reciente extensión de asociados, que aprobaron los miembros fundadores del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) es un hecho que conllevará cambios importantes a escala planetaria. El actual panorama del poder hegemónico mundial, mediante esas inclusiones, se modifica de manera sustantiva. El ya famoso Grupo de los Siete, (G-7) que forman las economías más ricas, tendrán enfrente singulares actores que le obligará a compartir o matizar muchas de sus decisiones. Decisiones que, hasta hace poco tiempo, adoptaban de forma unilateral. El BRICS y demás aliados recientes ya derraman un caudal de influencia suficiente que planta cara, a los anteriormente privilegiados y los obliga a trastocar la llamada unipolaridad.

La multipolaridad es ya un hecho. Por el propio peso de sus economías y poblaciones, conforman un poder notable: sobrepasan, con sus PIB sumados, al volumen del G-7. Agregan, además, la mayoría de las reservas petroleras y no digamos en cuanto a los números de sus poblaciones. Serán, por tanto, actores de peso por derecho propio.

Quizá México debería formar parte sustantiva del BRICS. Pero las condicionantes estratégicas del país, sus intereses comerciales, políticos, económicos, sociales y hasta militares, adheridas al grupo norteamericano, no le permitan ni le convenga hacerlo.

Al tiempo que este fenómeno de dispersión del poder ocurría en el ancho espectro internacional, aquí se sucedían varios acontecimientos. Quizá el más relevante se refiera a la anticipada lucha por el futuro político del país. La oposición de partidos –PRI, PAN, PRD– sumados a fuerzas adicionales de la sociedad, han podido, por fin, encontrar quién abandere sus aspiraciones e intereses.

La euforia mediática que acompaña y alienta tan inesperado hallazgo de liderazgo, no parece corresponderse con la efectiva fortaleza requerida para la lucha futura. Tampoco alcanza la altura para hacer frente a la fuerza que viene acumulando, en especial en estos últimos tiempos, el oficialismo transformador. Así lo informan, con amplitud, todas las encuestas hasta hoy publicadas. Pero, mientras, se abren las compuertas de la competencia electoral y la escena que se entrevé es de rivalidad compartida. Hoy mismo será revelada la persona que encabezará la facción que intenta continuar los trabajos, ya bien encaminados, por el actual gobierno. Al momento de escribir este artículo no se sabe el nombre preciso pero, seguramente, será alguien comprometido, a cabalidad, con los cambios que ya se concretan por muchos lados.

Cómo se ve, ahí están, bien situados, los contendientes: unos ansiando retomar, al menos parte, lo que perdieron en la pasada disputa de 2018. Otros por continuar con las promesas que, entonces, les permitieron triunfar. La intensa rivalidad así establecida se ha contaminado con muchos otros factores incidentales. Asuntos que bien podrían separarse de lo que sería un enfrentamiento normal. Pero se han inducido, por distintos avatares, ingredientes que hablan hasta de temas sobrenaturales y odios incontenibles, lo cual poco se deben seguir alentando.

Lo mismo sucede con tamices que inducen tercas y exageradas críticas sobre la persona del Presidente. Un muy espinoso tratamiento electoral, dado el sólido apoyo que él goza, por parte de la mayoría del pueblo. Pero tal parece que ya es tarde para que la oposición recapacite sobre los objetivos que pretende alcanzar: detener la continuidad transformadora. Por ahora saben que ganar la Presidencia es tarea que los supera. Pero, en esta lucha singular y sin cuartel, se van perdiendo proporciones con gran facilidad.

La candidata opositora, ya consagrada a pesar de los tropiezos del proceso, cojea de evidentes límites, tanto propios como de sus acompañantes. Los dirigentes partidistas mucho harían con dejarla sola. La cátedra difusiva de sus apoyadores la infla de manera desmedida y la hace vulnerable en lugar de ayudarla. Aunque no se puede evitar que la realidad flote. Y esta realidad habla de fragilidades múltiples. Unas por su ignorancia que es notoria. Otras por sus gracejos en los que confía sobremanera. Y lo demás porque enfrente tendrá una experimentada(o) rival que la supera en casi toda la línea de combate.

Volviendo al contexto externo, este será un elemento complicado para su manejo por la oposición. Las relaciones externas de México navegan con buenos aires. Las variables internas son, por demás, halagüeñas. Columpiarse en la supuestamente fallida estrategia de seguridad no tiene asideros sólidos. Y la salud mejora a pasos agigantados. Un ciertamente difícil escenario para los opositores.