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Más allá de La Banda
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▲ Imagen de Robbie Robertson con la cual su familia notificó el fallecimiento del artista el pasado 9 de agosto y dio a conocer su última voluntad.Foto publicada por The Band Official Store
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ras la disolución de The Band, el único que siguió arando el futuro fue Robbie Robertson, demostrando a qué grado fue el alma del grupo. Años después, el resto grabaría un par de discos solventes pero sin composiciones propias, con piezas de Springsteen, Dylan y otros (Jericho, 1994, y High On The Hog, 1996). Y fueron muriendo, hasta llegar a Robbie. Hoy sólo queda el de mayor edad, Garth Hudson (1937), el tío bueno, formidable al piano, órgano, sax y acordeón que dieron un sello único al quinteto.

Difundidos El último vals (1978) y la tardía colección de Islands obligada por Capitol (1977), Robbie emprendió caminos insospechados. Su nueva amistad con Martin Scorsesse lo convirtió en compositor y productor musical de 14 de sus siguientes películas, de Carny (1980) y El Toro Salvaje, a Killers of the Flower Moon (2023, sobre los misteriosos asesinatos en serie de indios osage hace 100 años). También trabajó con otros cineastas. Hollywood lo encontró carita y quisieron hacerlo actor. Debutó en Carny, pero no llegó mucho más lejos.

Su verdadero salto musical lo determinan su propia creatividad y su activismo indígena. Debieron pasar 10 años para que produjera un primer álbum solista, titulado Robbie Robertson (1987). Sin nada que ver con lo hecho hasta entonces, de la mano de su paisano el indispensable Daniel Lanois, elaboró una obra maestra sorprendente y diversa. Guitarrista incomparable, su seguridad le permitió acompañarse de Peter Gabriel y su gente (Katché, Levin), U2, los coros de BoDeans y Maria McKee, las percusiones de Terry Bozzio y Abraham Laboriel. Su voz narrativa (¡al fin su voz!) deja atrás a Dylan y la música sureña, hace guiños a Tom Waits y se decanta por los native americans y las primeras naciones de Canadá.

Storyville (1991) lo ubica en Nueva Orleans y desenreda más la bola de hilo propia con letras fuertes y reveladoras. Sus acompañantes, otra vez de lujo, son los hermanos Neville y The Rebirth Brass Band. Refrenda su identidad mohawk, que asomaba en The Band (Acadian Driftwood, The Night They Drove Old Dixie Down) y se decantó en su primer álbum solista.

Mitad judío por su padre biológico, Alexander Klegerman, apostador profesional, a quien no conoció pues fue asesinado en una carretera, adoptó el apellido del segundo marido de su madre. Su otra mitad fue mohawk; Rose Marie Chrysler procedía de la reservación Six Nations, a orillas del lago Erie, donde Robbie pasó de niño frecuentes temporadas. Allí, su primo Herb Myke le dio las primeras lecciones de guitarra. A los 14 años se convierte al blues y el rock, mientras trabaja en teatros y circos ambulantes. En 1957 forma el grupo Robbie and The Robots, con inspiración espacial 10 años antes del extraterrestre David Bowie.

Devorado por la vida urbana de Toronto y con el rock en los nervios, se une a Ronnie Hawkins en 1960. En 1964 se inicia el ciclo Hawks-Dylan-The Band. La mala conducta inherente a la Edad Dorada del rock acaba por agotarlo y se baja del carro en 1976. No deserta. Se sube a otros carros y pisa el acelerador. Ocasionalmente grabarían con él Garth Hudson, Richard Manuel y Rick Danko; la ruptura fue total con el cofundador de The Band, baterista y cantante Levon Helm, quien sostuvo en sus memorias (These Wheel’s On Fire, 1993; en 2013 Chicago Review Press la relanzó) que las acciones de Robbie contribuyeron al suicidio de Manuel en 1986 y la muerte de Danko por abuso de sustancias, en 1999. Fuerte la carga emocional de Helm, quien ocupó el liderazgo en los rencuentros del grupo, sin perdonar nunca el abandono y los robos de su amigo de adolescencia.

El documental Once We Were Brothers (Daniel Roher, 2019) cuenta la más benigna versión de Robbie. Va de su infancia hasta el viaje con The Band, de la cual recuerda: fue algo tan hermoso que terminó en llamas; la suma era más grande que las partes, pero a fuerza de reventón y locura su estructura cristalina estalló en pedazos.

El fantasma indígena que lo rondaba desde la infancia halla vía musical cuando forma Red Road Ensemble. Suma algunos de sus acompañantes regulares con grandes músicos nativos y las hermanas Rita y Priscilla Coolidge, mestizas como él (cheroqui). Con ellos crea la pista sonora para la trascendental serie televisiva de PBS The Native Americans (1994). En Golden Feather canta: ¿Pintaré mi cara / perforaré mi piel / me hará eso un pagano / sudando sus pecados? / Comimos el hongo sagrado / vadeamos el río / aullando como coyotes / bajo la luna desnuda.

Para el siguiente álbum, Contact From The Underworld of Redboy (1998), radicaliza la opción indígena. Su propuesta lo coloca entre los mayores músicos indígenas modernos de Norteamérica: Buffy St. Marie, John Trudell, Kashtin. Convoca al líder lakota Leonard Peltier, el preso político más antiguo en Estados Unidos, lo graba y reproduce su mensaje elocuente y conmovedor. También recurre al hip hop y la música electrónica.

La memoria de sus primeros 33 años (Testimony, Knopf Canada, 2016) servirá de base para Once We Were Brothers. Todavía compone dos grandes álbumes: How To Become Clairboyant (2011) con Eric Clapton y la colaboración de Steve Winwood, Tom Morello y Trent Raznor, y Sinematic (2019), donde prosiguen la fusión electro-nativa y sus vocación roquera.

El último deseo de Robbie, según reveló su familia, fue: No manden flores. Mejor hagan donaciones para el Centro Cultural Woodlands de la reservación indígena Six Nations en Canadá. Coherente y creativo hasta el final, suya es una de las más venturosas aventuras del rock.