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Penultimátum

A 100 años de la muerte de Sara Bernhardt

C

uando en 1880 Sara Bernhardt partió a su primera gira por América, el dramaturgo francés Jules Lemaître la despidió así: Va usted a mostrarse allá a hombres de poco arte y de poca literatura, que la comprenderán a usted mal, que la mirarán como mirarían una ternera de cinco patas, que verán en usted al ser extravagante y ruidoso, no a la artista infinitamente seductora, y sólo le reconocerán a usted talento porque tendrán que pagar muy caro para oírla. Procure usted salvar su gracia y devolvérnosla intacta. Porque yo espero que usted volverá, aunque esté bien lejos esa América, y aunque haya sufrido ya más fatigas y atravesado más aventuras que las fabulosas heroínas de los antiguos romances.

Estaba muy equivocado Lemaître, porque en su gira por nuestro continente la egregia figura de la escena teatral tuvo enorme éxito y el idioma no fue barrera para ello. De su visita a México, Manuel Gutiérrez Nájera escribió una elogiosa crónica. También el historiador Moisés González Navarro en su obra sobre la vida social en la época porfirista, cuando nos visitaron figuras destacadas de la danza, la música y el teatro europeo. En sus cartas y en sus entrevistas en la prensa ella expresa su fascinación por nuestro país y por la capital, que algunos llamaban el París de América.

Se cumplen 100 años de la muerte de la primera celebridad global, a quien Oscar Wilde llamó La Divina. Para recordarla, el museo Petit Palais de París organizó la que es una de sus exposiciones más visitadas este siglo: Sara Bernhardt: Y la mujer creó a la estrella.

Por medio de 400 objetos se destaca su enorme talento como actriz, directora, empresaria, escultora, ícono de la moda y cineasta, así como su paso de cortesana a gran figura admirada por escritores, compositores, políticos y un público fiel. Mujer liberada con múltiples amantes, que derribó las barreras masculinas, los papeles de género y la moralidad entonces en boga. Y que manejó muy bien la publicidad en su favor.

Encarnó lo mismo obras de Victor Hugo, Wilde, Rostand y Racine que de Shakespeare, Dumas y Molière. Ni siquiera el accidente que sufrió y por el cual le fue amputada una pierna hizo que abandonara el escenario.

A su muerte, el gobierno se negó a celebrarle un funeral de Estado. Se lo hicieron las más de 30 mil personas que acompañaron sus restos hasta el visitado cementerio de Père Lachaise.

La Divina Sara, insuperable.