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Gilly y los orígenes del trotskismo argentino
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no. Hubo tres Adolfo Gilly (1928-2023): el argentino, el latinoamericano y el mexicano, quien en el penal de Lecumberri entendió que Villa, Zapata y Cárdenas guardaban credenciales similares a las de Lenin, Stalin y Trotsky para interpelar la realidad nacional. ¿Pero quién era Gilly antes de llegar por primera vez a México, en 1964?

Dos. En una exhaustiva investigación de 480 páginas, el politólogo argentino-brasileño Osvaldo Coggiola sostiene que los primeros trotskistas argentinos aparecieron hacia finales del decenio de 1920. Casi todos eran anarcosindicalistas y comunistas que seguían con atención las tribulaciones de la oposición de izquierda en la Rusia soviética y el avance del nazifascismo en Alemania.

Tres. Entre ellos, la olvidada Angélica Mendoza (1889-1960), compañera sentimental de Rodolfo Ghioldi, fundador del Partido Comunista (PCA, 1920). Expulsada de sus filas, Angélica editó el primer periódico trotskista ( La Chispa, 1925-26), y fue calumniada por el PCA (“aventurera trotskisante de vida turbia que vino al partido a través de una huelga de maestros en Mendoza, y chillaba hasta desgañitarse ‘estos son tiempos de revolución y no de reformas’”).

Cuatro. Junto con Angélica, militantes, como Mateo Fossa (1896-1973), quien se carteaba con el cubano Julio Antonio Mella y se entrevistó tres veces con Trotsky en Coyoacán (1938); Antonio Gallo (1913-90), difusor de las ideas del peruano José Carlos Mariátegui, y Héctor Raurich (1903-69), amigo del sindicalista catalán Andeu Nin, fundador del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Y en 1936, cuando Franklin D. Roosevelt apareció en Buenos Aires predicando la política de buena vecindad, el hijo rebelde del general y dictador argentino Agustín P. Justo, Liborio (1902-2003), gritó en sus narices: ¡Abajo el imperialismo yanqui!

Cinco. Los infames juicios de Moscú (1936-38), y el asesinato de Trotski (1940), agitaron las aguas de las izquierdas argentinas, con batallas que giraban en torno al contenido de los poemas Oda a Trotsky, del insigne historiador y poeta Luis Franco (1898-1988), y Muerte de un traidor, del no menos insigne poeta Raúl González Tuñón (1905-74).

Seis. El golpe militar nacionalista de junio de 1943 y el triunfo democrático de Juan D. Perón, en febrero de 1946, cortaron transversalmente a las minoritarias, combativas, eruditas y cosmopolitas izquierdas argentinas. Fenómeno similar, en suma, al de la revolución boliviana (1952), la cubana (1959) y la venezolana de inicios del siglo.

Siete. Coggiola ubica a Gilly en la generación de trotskistas que surgen en la década peronista (1945-55) y el debilitamiento que en 1953-54 sufre la primera de las incontables divisiones de la cuarta internacional creada por Trotsky en 1938.

Ocho. Guillermo Almeyra (1928-2019), su amigo y correligionario, recuerda al Gilly adolescente. “Adolfo era delgado y pálido y reforzaba su aspecto de poeta bohemio con un moño a título de corbata y se había hecho célebre porque en su palco frente a la Casa del Pueblo, sede central del partido (socialista), había defendido a la Unión Soviética (URSS) y atacado al imperialismo estadunidense, en pleno nacimiento de la guerra fría y en plena alianza de los socialistas con la embajada estadunidense” ( Militante crítico , pp. 62 y 63, Ed. Peña Lillo, Buenos Aires, 2013).

Nueve. Sin embargo, a diferencia de Almeyra, y quizá por razones inherentes a su personalidad, Gilly no dejó nada escrito acerca de su tránsito en la increíble secta que dio en llamarse Cuarta Internacional troskista/posadista. De la que ambos, con dolorosa y extensa autocrítica, renegaron a mediados del decenio de 1970.

Diez. Gilly perteneció a la generación de jóvenes idealistas que concibieron futuros imaginables. Cosa que a partir del decenio de 1980, los aprendices de brujo de la historia a modo vienen tergiversando con deliberada impunidad y descaro.

Once. Durante decenios, izquierdas y derechas subestimaron el rol nacional y popular de la revolución mexicana, reduciéndola a meramente nacionalista, burguesa, caudillista. Y esto, a mi juicio, es lo que Gilly enmendó con su libro La revolución interrumpida (1972), sin incursionar en los resbaladizos y azotados caminos del internacionalismo ­proletario.

(Datos del Diccionario biográfico de la izquierda argentina; de los anarquistas a la nueva izquierda 1870-1976 , dirigido por Horacio Tarcus, Emecé, Buenos Aires, 2007.)