Opinión
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Desde el desierto
L

as perspectivas de la economía, recientemente reseñadas por la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), están teñidas de incertidumbre y nubladas por fuertes tensiones que rebasan lo financiero. La guerra se ha vuelto cercana y los europeos, maestros en el oficio de la concordia y la acción multinacional, se ven obligados a revisar sus respectivas ideas de autodestrucción y muerte en masa.

Se ha dicho que la muy anunciada gran recesión se ha alejado del horizonte americano y que Europa saldrá de la crisis sin una gran recesión: Soy bastante optimista respecto a controlar la inflación sin pagar un peaje elevado, afirmó recientemente Krugman durante su participación en el Vigo Global Summit 2023. ( Europa Press, 27/06/23). Punto de vista no exento de llamadas que advierten del agotamiento de las audaces medidas de cambio y promoción desplegadas por el gobierno del presidente Biden precisamente para salir al paso del espectro recesivo.

Entre nosotros, nos dice el analista Enrique Quintana, no parece que la economía vaya a ser un vector contrario a los proyectos de continuidad presidencial de la Cuarta Transformación. Afirmación que no debería servir de plataforma para apresurados triunfalismos.

Si bien recientes cifras del IMSS muestran que se han creado poco más de medio millón de empleos en lo que va del primer semestre del año (514 mil 411), un crecimiento anual de 39 por ciento, y que las remuneraciones medias reales pagadas en la manufactura crecieron 1 por ciento en mayo, 5 puntos porcentuales con respecto al mismo mes del año pasado, no son suficientes para poner de rodillas a la pobreza general, multidimensional como se le nombra, ni a la vinculada con la propia vida laboral.

Tampoco borran del escenario mexicano la tragedia laboral donde lo que predomina son los malos salarios y las precariedades, condiciones propicias para mantener un ominoso ejército de reserva que azota esperanzas y alientos juveniles, estimula las peores opciones de vida en muchos de los contingentes jóvenes, que siguen al frente de nuestra demografía, y alimenta las filas de grupos delincuenciales.

Al drama laboral habría que sumar el educativo que tiene sus propias desventuras. De llevarse a cabo la tropelía a la educación básica con una reforma inaudita, sobre la cual nos alerta Gilberto Guevara Niebla, el país tendría varias generaciones mal educadas o de plano analfabetas, aunque tengan certificados aprobatorios.

Aquí, como ocurre en otros ámbitos, la opinión de los directamente afectados ha dejado de oírse y los profesores, en tanto actores políticos principales, prácticamente han hecho mutis. En cuanto a las protestas de organizaciones de padres de familia, éstas no han logrado la consistencia ni la profundidad requeridas.

En el desierto, la voz se escapa y el mensaje se pierde en el horizonte. Mientras el reclamo social es opacado por la propaganda oficial, cunde en todo el territorio el pavor provocado por el crimen. Apoderado de nuestras conjeturas, el delito se torna cotidianidad y la desolación se impone como diaria experiencia de muchos. No parece haber sendero ni paraje dónde refugiarse. Bajo el sol inclemente del verano, lo que nos queda es la sensación de estar solos, sin que el tamaño alcanzado por la población y su economía sirvan de consuelo alguno.

Desde este desconsuelo resalta la impotencia de la política convencional para concitar sentimientos y poner en movimiento ambiciones colectivas de mejoramiento y bienestar. Resignados o incapaces, los políticos acuerdan no debatir ni poner sobre la mesa los muchos y graves problemas que los antiguos llamaban nacionales. Todo queda para un impreciso y siempre móvil después, definido desde las cumbres del poder como tema impertinente. La plaza pública deja de ser espacio para discernir y debatir, deliberar y acordar, estudiar y proyectar; se excluyen y arrinconan las voces. Así, la imposición se quiere como forma principal de vida comunitaria; la idea de futuro queda sin sentido.

Desde el desierto, no está de más tener presente, sólo puede haber espejismos.