"La Jornada del Campo"
Número 190 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
El rapto de las hijas de Leucipo.  Peter Paul RubensEl rapto de las hijas de Leucipo. Peter Paul Rubens

EditorialEl secuestro fundacional

Fuimos robadas violenta e injustamente. Ningún caso se hizo de nosotras por el tiempo en que fuimos obligadas a las cosas más odiosas.

Ercilia

Es evidente que estas mujeres no habrían sido raptadas sin su consentimiento.

Plutarco

Cómo no va a haber secuestros y trata de personas si el fundamento mítico de la civilización occidental es una providencial violación multitudinaria.

Centro de la cultura grecolatina que dio origen a occidente, Roma se funda a partir de un acto extremo de brutalidad patriarcal: el violento secuestro y masiva violación de más de un centenar de jóvenes campesinas del vecino Quirinal. Asalto cometido por los desarraigados, prófugos y soldados de fortuna que Rómulo había reunido para establecer la nueva ciudad y que necesitaban mujeres.

En sus Vidas paraleles Plutarco menciona versiones sobre el número de las raptadas que van de 30 a 600, todas ellas jóvenes solteras del pueblo agrícola de los sabinos. El historiador recoge la voz de una de ellas: Ercilia, quién años después reclama: “Duros son los males que padecimos y que nos resta padecer a raíz de que fuimos robadas violenta e injustamente por los que nos tienen en su poder. Y después de esta desgracia ningún caso se hizo de nosotras por el tiempo en que fuimos obligadas a las cosas más odiosas”.

El poeta Ovidio justifica que los primeros romanos consiguieran por la violencia lo que no se les ofrecía voluntariamente: “Las fieras se unen con los animales de su especie, únicamente al romano se le negaba el himeneo. Pero la inspiración de su padre Marte de la guerra dijo a Rómulo que lo que en vano pedía se lo darían las armas”. Por lo visto el excelso autor de El arte de amar consideraba que las mujeres son un legítimo botín de guerra.

Tiempo después del rapto y para vengar la ofensa, los sabinos emprendieron una cruenta guerra contra los romanos que se suspendió cuando las mujeres secuestradas que ahora tenían hijos con sus raptores les hicieron ver a unos y otros que sumar una nueva violencia a la violencia no resolvía nada.

Así, gracias a la sensatez de las mujeres entre sabinos y romanos se hizo la paz… Pero el agravio original no se reconoció. Para los historiadores y poetas grecolatinos, y a través de ellos para la posteridad, la decisión de Rómulo a la postre resultó correcta pues condujo al varonil abrazo y la viril reconciliación de dos pueblos… ¿Y las mujeres? Las mujeres debían también alegrarse pues su rapto y violación fueron providenciales: un mal menor fácilmente superado gracias a la proverbial amorosidad femenina; gracias a la preocupación materna por los hijos y por la vida que hoy llamamos ética del cuidado.

¿Es decir que si el violador es el padre de mis hijos debo perdonar al violador? Decisión difícil -y debatible- que hace cerca de tres mil años tomaron las sabinas y que hoy sigue imponiéndose a muchas mujeres, no necesariamente secuestradas, pero si violentadas por sus maridos.

El mito fundacional de los romanos -y con ello de la civilización occidental- es narrado por Plutarco en el capítulo de Vidas paralelas dedicado a Rómulo y al griego Teseo:

“El cuarto mes desde la fundación de Roma se verificó el rapto de las mujeres. Rómulo, siendo belicoso por índole, se propuso usar la violencia contra los sabinos a los que robaron treinta mujeres. Eso porque la ciudad en brevísimo tiempo se había llenado de habitantes, pocos de los cuales eran casados, que siendo advenedizos no ofrecían seguridad permanecer. También contaba con que para los mismos sabinos este insulto se había de convertir en un principio de afinidad y unión por medio de las mujeres…

“Dada la señal desnudaron las espadas y acometiendo con gritería robaron las doncellas de los sabinos. En cuanto al número de robadas, unos dicen que no fueron más que treinta, pero Valerio Ancio dice 527 y Juba 683. Algunos que traían una doncella de extraordinaria hermosura se encontraron con otros que trataron de quitársela. La mejor apología de Rómulo es que no fue robada ninguna casada.

“Después de que los sabinos, hecha la guerra, se reconciliaron con los romanos se hizo tratado acerca de las mujeres, para que no se les obligara a hacer en casa otro trabajo que los relativos a la lana.

“Al interponerse entre los guerreros Ercila habló de los duros males que hemos padecido y nos resta que padecer. Fuimos robadas violenta e injustamente por los que nos tienen en su poder y después de esta desgracia ningún caso se hizo de nosotras por el tiempo en que fuimos obligadas a las cosas más odiosas ¿Tendremos ahora que llorar por los que nos robaron e injuriaron? Porque aquí no vais a tomar satisfacción de quienes ofendieron a unas doncellas, sino que priváis a unas casadas de sus maridos y a unas madres de sus hijos. Y así hízose un tratado por el que las mujeres que quisieran quedarían con los que las tenían consigo”.

Destinado a exaltar el papel del mítico abrazo fraterno entre campesinos y citadinos en la fundación de Roma, el relato deja ver sin embargo el papel ciertamente providencial pero siempre subordinado de las mujeres como hijas, esposas, madres y trabajadoras domésticas, y lo que es peor la normalización del secuestro: “necesitaban mujeres”. Una frase de Plutarco referida a este y otros raptos acaecidos en Grecia y en Roma evidencia sin reservas la complicidad patriarcal del historiador con los violadores: “Es evidente que estas mujeres no habrían sido raptadas sin su consentimiento” ¡Orale!

Como deja ver el autor de Vidas paralelas al espejar la trayectoria de Rómulo fundador de Roma con la de Teseo forjador de la grandeza de Atenas, los romanos imitaron a los griegos en eso de secuestrar mujeres y vanagloriarse de ello. Veamos.

Es verdad que Teseo, el gran héroe de Ática, impide el secuestro de Hipodamia, futura esposa de su amigo Pitítoo que iba a ser robada por un centauro. Pero luego ambos guerrean con las amazonas y Teseo secuestra a una de ellas: Antíope. Mas tarde los dos amigos participan en la batalla contra el Peloponeso y en Esparta se roban a Helena la hija de Zeus y Leda, a la que se sortean. Le toca a Teseo que para entonces tiene 50 años, cuatro veces la edad de la núbil Helena. Pero poco le duró el gusto pues Castor y Polux, también hijos de Leda, incursionan en Ática, rescatan a su hermana y de paso secuestran a Etra, madre de Teseo. Ya mayorcita y casada con Menelao Helena es otra vez secuestrada ahora por los troyanos -enojados porque los jonios se habían robado a Medea, hija del rey Aetos- y en su forzado exilio es seducida por Paris que Afrodita ha hecho que se parezca a Menelao. Luego hay una guerra -la que cuenta Homero en la Ilíada- y finalmente Helena regresa con su marido.

En la Hélade el rapto de las mujeres con fines políticos o sexuales era cotidiano. Así, los fenicios de Creta robaron en Argos a la hija del rey Io, la que violada por el piloto de la nave que la llevaba fue dejada preñada en Egipto. Los griegos por su parte robaron en Tiro a Europa, hija de un rey fenicio. Perséfone, hija de Zeus y Demeter, fue secuestrada por su tío Hades. Y así.

No siempre se las raptaba, a veces se las forzaba a emplear su sexualidad para deshacerse de enemigos. Tal es el caso de Dánao que obliga a sus 50 hijas a casarse con sus primos, los 50 hijos de su hermano y competidor Egipto, con la consigna de que en el himeneo los acuchillen. Pero Hipermnestra no mata a Linceo por lo que Dánao trata de matarla a ella.

En el mundo antiguo el derecho de disponer sobre la sexualidad de las mujeres con fines religiosos, políticos, eróticos o reproductivos que ejemplifican las jóvenes raptadas y forzadas por sus captores, se muestra también en la prostitución ritual a la que eran sometidas las vírgenes que en Chipre antes de casarse debían cohabitar con extranjeros en el templo de Afrodita y en Siria eran obligadas a prostituirse con extraños en la casa de Astarté. La misma costumbre había sido instituida en Pafos por el rey Cimias e inaugurada por sus hijas.

Me too habrían dicho las sabinas, las fenicias, las sirias, las atenienses, las espartanas, las amazonas… las de mil maneras forzadas mujeres del mundo grecolatino, si entonces hubiera existido ese movimiento. Y la violencia sobre sus cuerpos se volvió emblemática. Así como Grecia y Roma nos transmitieron conceptos filosóficos, artísticos y políticos que consideramos clásicos, nos heredaron también estereotipos de sumisión del cuerpo femenino. El secuestro de las hijas de Leucipo es un clásico. Veamos.

Hilaria y Febe, hijas de Leucipo rey de Mesenia fueron secuestradas por los afamados medio hermanos Castor y Polux que se las disputaban a sus primos. Pero lo que no hubiera pasado de un rapto más, fue inmortalizado por el pintor Pedro Pablo Rubens, un artista flamenco adicto a los raptos que también representó el Rapto de Perséfone, El rapto de Europa y la Batalla de las amazonas en que fue secuestrada Antíope.

En el traslado pictórico de los raptos, Rubens sigue los pasos de Nicolas Poussin y Pietro de Cortona que habían abordado la captura de las sabinas por los romanos. Pero el flamenco quien en su barroquismo carnal gusta de representar cuerpos abundantes y rotundos, transforma a Hilaria y Febe en un emblema de secuestrable carnalidad, en un remolino de pechos y nalgas sonrosados que opaca a Castor a Polux, a los caballos y al cupido que sostiene una brida.

El reprobable atractivo erótico de forzar a las mujeres, de tironear de sus cuerpos desnudos están poderosamente representados en la pintura de Rubens que traduce pictóricamente la mitologización del secuestro y de la violación propias del mundo grecolatino.

El Rapto de las hijas de Leucipo es un admirable experimento formal que inspiró al propio Pablo Picasso quien en su representación del rapto de las sabinas en que deconstruye la pintura del mismo nombre de Jacques Louis David, coloca en el centro una figura femenina que viene de Rubens y de otro rapto.

Obsesión permanente de la civilización occidental, el cuerpo femenino subyugado es emblema de un sexismo que se remonta al mundo grecolatino y mucho más atrás. Hoy en que los secuestros, la trata, la violación, el acoso y otras formas de violencia de género proliferan y en la misma proporción se denuncian y se combaten es pertinente traer a colación su profundidad histórica y las figuras plásticas y literarias sutiles y no tan sutiles en las que se replica. •