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Economía moral

Edward O. Wilson y el debate sobre la naturaleza humana/ VI

L

a parte medular de los capítulos 6 y 7 de La tabla rasa de Steven Pinker (SP) que he venido narrando en esta serie, se puede expresar, como lo hace SP, diciendo: En un ala del debate tenemos a Gould formulando la pregunta retórica:¿Por qué queremos atribuir a los genes la responsabilidad de nuestra violencia y de nuestro sexismo? Y en la otra ala encontramos a Ferguson planteando el mismo punto: La creencia científica parecería echar por tierra cualquier noción de libre albedrío, de responsabilidad personal o de moralidad universal. Para Rose y Gould, el fantasma en la máquina es un ‘nosotros’ que puede construir historia y cambiar el mundo a voluntad. Para Kass, Wolfe y Ferguson se trata de un ‘alma’ que formula juicios morales a partir de preceptos religiosos. Pero todos ellos consideran la genética, la neurociencia y la evolución como amenazas para el libre albedrío. ¿Dónde deja esto la vida intelectual hoy, se pregunta SP concluyendo el capítulo 7? Es previsible que la hostilidad de la derecha religiosa hacia las ciencias de la naturaleza humana vaya en aumento. La oposición a la teoría de la evolución limitará cualquier incursión de la derecha religiosa en la corriente principal de la vida intelectual. Se la conozca como creacionismo o con el eufemismo de ‘diseño inteligente’, la negación de la teoría de la selección natural se desmoronará ante la evidencia masiva que la teoría es correcta, pero antes de desmoronarse seguirá haciendo daño. Por otro lado, la hostilidad de la izquierda radical ha dejado una marca sustancial en la vida intelectual moderna, porque los llamados «científicos radicales» son hoy el establishment. Dice SP que conoce a muchos científicos sociales y cognitivos que manifiestan con orgullo que todo lo que saben de biología lo han aprendido de Gould y Lewontin. Muchos intelectuales respetan a Lewontin como el pontífice infalible de la evolución y la genética, y muchos filósofos de la biología fueron sus aprendices. El respeto que se les muestra a los científicos radicales es en parte merecido, dice SP. Aparte de sus logros científicos, Lewontin es un analista incisivo de muchos temas científicos y sociales, Gould ha escrito muchos ensayos magníficos sobre historia natural y Rose escribió un buen libro sobre la neurociencia de la memoria. También se han situado en el panorama intelectual. Como explica el biólogo John Alcock: Stephen Jay Gould detesta la violencia, se manifiesta contra el sexismo, desprecia a los nazis, el genocidio le parece algo horrendo, está infaliblemente al lado de los ángeles. ¿Quién puede discutir con una persona así? Esta inmunidad a la discusión de los científicos radicales permitió que sus injustos ataques a otros, en opinión de SP, se convirtieran en parte de la sabiduría convencional. Hoy, muchos escritores equiparan de manera ligera la genética conductista con la eugenesia, como si estudiar los correlatos genéticos de la conducta fuera lo mismo que coaccionar a las personas en su decisión de tener hijos. Muchos equiparan la sicología evolutiva (nuevo nombre de la sociobiología) con el darwinismo social, como si el hecho de estudiar nuestras raíces evolutivas fuera lo mismo que justificar la condición de los pobres. Las confusiones no sólo proceden de personas científicamente analfabetas, sino que se pueden encontrar en publicaciones prestigiosas como Scientific American y Science. Después que Wilson afirmara en Consilience que las divisiones entre los campos del conocimiento humano se estaban haciendo obsoletas, el historiador Todorov escribió en tono sarcástico: Tengo una propuesta para el próximo libro de Wilson: un análisis del darwinismo social, la doctrina que adoptó Hitler, y de qué maneras difiere de la sociobiología. Cuando en 2001 se completó el Proyecto Genoma Humano, algunos líderes científicos hicieron una denuncia ritual del determinismo genético –creencia que nadie profesa–, que “todas las características de la persona están ‘integradas’ ( hard wired) en nuestro genoma”.

Como señalan el antropólogo Tooby y la sicóloga Cosmides, el dogma de que la biología está intrínsecamente desconectada del orden social humano ofrece a los científicos un salvoconducto para deambular por el politizado campo de la vida académica moderna. Aún hoy, los manifestantes a veces silencian o acusan de nazis a quienes cuestionan la tabla rasa o al noble salvaje. Este tipo de ataques, incluso cuando son esporádicos, crean un clima de intimidación que distorsiona la vida académica en todos los sentidos. Pero el clima intelectual muestra signos de cambio. Las ideas sobre la naturaleza humana, aunque siguen siendo anatema para algunos académicos y expertos, están empezando a dejarse oír. Científicos, artistas, académicos de las humanidades, han expresado un vivo interés por las nuevas visiones sobre la mente que han ido surgiendo de las ciencias biológicas y cognitivas. El movimiento de la ciencia radical, con todo su éxito retórico, ha resultado ser un yermo empírico. Veinticinco años de datos no han sido bondadosos con sus predicciones. Los chimpancés no son vegetarianos pacíficos; ni es la heredabilidad de la inteligencia indistinguible de cero; ni el IQ una «reificación» sin relación alguna con el cerebro; ni la personalidad y la conducta social carecen de una base genética; ni las diferencias de género no son un producto exclusivo de expectativas sicoculturales. Hoy, la idea de guiar la investigación científica, continúa diciendo SP, con una aplicación consciente de la filosofía marxista es simplemente embarazosa y “está por materializarse aún la investigación suficiente para llenar un primer número de Biología dialéctica”. Contrariamente a lo que Sahlins había previsto, la sociobiología no resultó ser una moda pasajera. En el estudio de la conducta animal, ya nadie habla de ‘sociobiología’ ni de ‘genes egoístas’, porque estas ideas forman ya parte integral de la ciencia. En el estudio de la humanidad, hay varias esferas mayores de la experiencia humana –belleza, maternidad, parentesco, moralidad, cooperación, sexualidad, violencia– en las que la sicología evolutiva ofrece la única teoría coherente y ha generado nuevas y vibrantes áreas de investigación empírica, afirma SP. La genética conductual ha revitalizado el estudio de la personalidad y, con la aplicación de los conocimientos del genoma humano, se extenderá aún más, añade. La neurociencia cognitiva no rehuirá aplicar sus nuevas herramientas a todos los aspectos de la mente y la conducta, incluso aquellos cargados emocional y políticamente, dice en tono de reto. La cuestión no es si cada vez se va a explicar mejor la naturaleza humana con las ciencias de la mente, el cerebro, los genes y la evolución, sino qué vamos a hacer con estos conocimientos. ¿Cuáles son las implicaciones para nuestros ideales de igualdad, progreso, responsabilidad y el valor de la persona? Quienes desde la izquierda y desde la derecha se oponen a las ciencias de la naturaleza humana tienen razón en una cosa: se trata de cuestiones vitales. Lo cual es mayor motivo para que se afronten no con miedo y aversión, sino con la razón.

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