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Homenaje a Leonardo Nierman
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alleció el gran artista Leonardo Nierman, mexicano excepcional miembro distinguido de la comunidad judía de nuestro país. Hombre generoso, sencillo, afable y cariñoso al que quienes lo conocimos y tratamos recordaremos siempre.

La vida de Leonardo Nierman fue apasionante y digna de admiración. Hijo de migrantes judíos que llegaron a nuestro país provenientes de Lituania, el padre, y de Ucrania, la madre, en los albores de la persecución nazi. Nació en la Ciudad de México en 1932 y falleció aquí mismo a los 90 años de edad. Su partida el miércoles pasado víctima de un padecimiento que lo tuvo postrado y sin conocimiento durante los últimos años, es realmente lamentable y dolorosa.

El maestro Nierman dejó de producir durante los últimos ocho años de su vida; al no pintar ni realizar obras como pinturas, esculturas y tapices que son los virtuosos y formidables trabajos que le dieron fama como gran exponente mundial del arte abstracto.

Sus múltiples obras se exhiben en más de 120 países. Arte de caballete a base de acrílico y obras monumentales en tela y esculturas modernistas de acero inoxidable.

Fue un portentoso artista cuyas obras plásticas se ubican en la enorme dimensión del arte abstracto de gran colorido, donde los brillantes y vibrantes colores rojo, negro, gris, azul, blanco y plateado destacan con fuerza y energía radiantes que impactan a la simple vista. Este arte, junto con sus esculturas y sus tapices le dieron renombre mundial y tuvo la oportunidad de exponer en infinidad de ciudades del mundo en muchas de las cuales incluso existen obras perennes, en museos, instalaciones educativas, gubernamentales, deportivas, en interiores y en exteriores, en calles y en circuitos urbanos, plazas y demás rutas de ciudades y capitales importantes del orbe.

Leonardo Nierman participó en infinidad de exposiciones dentro del territorio nacional y prácticamente en todo el mundo.

Se publicaron innumerables libros y catálogos que muestran su prolífera obra plástica.

Un tema curioso muy recurrente de su obra fueron los violines, fijación que la trajo en su mente y en su corazón como gratitud y como frustración, como un grato dolor; porque durante más de veinte años tocó el violín; sin embargo, después de uno de sus grandes conciertos en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de las Bellas Artes, decidió colgar su entrañable instrumento musical en la pared de su casa, y decidió no tocar, ¡nunca más! ese bello y excepcional instrumento; autodeterminación que decidió después de escuchar la grabación magnetofónica de aquel recital: No le gustó para nada lo que interpretó, y se dijo a sí mismo, según me comentó: “¡…hay muchísimos mejores violinistas que yo… por lo tanto no volveré a tocar…!” Y nunca, ni por asomo ni por solicitud de sus innumerables amistades, volvió a tocar su violín.

Durante sus últimos años de su vida activa como pintor incursionó en otra técnica, muy interesante, para plasmar sus obras en inspiraciones basadas en su visión de las Montañas Rocallosas, a las que él observaba desde la ventanilla del avión que lo transportaba de su México a territorio estadunidense. Amó profundamente a la Ciudad de México donde nació, y a Chicago, Illinois, donde solía pasar temporadas completas con su gran compañera Eugenia Pérez del Toro, también recientemente fallecida, y quien fuera una destacada exponente de las artes plásticas.

De las esculturas de Nierman destacan las alas, las gaviotas, el fuego imaginario del milenio, El Quijote de la Mancha y muchas obras más.

A Leonardo Nierman no se le puede calificar como el mejor artista mexicano de su género, pero tampoco se le puede adjetivar como el menos bueno de los grandes y más famosos artistas de la plástica mexicana de trascendencia internacional. Simplemente podemos llamarlo como uno de los grandes y famosos pintores y escultores mexicanos de esta época, y sobre todo el que más y mejor promovió y colocó sus obras en el mundo.

Él privilegió de manera muy destacada a Chicago, lugar a donde llegaron familiares muy queridos, también procedentes de Europa tras las infamias de la Segunda Guerra Mundial.

Durante sus últimos 30 años visitaba La Ciudad de los Vientos con muchísima frecuencia, la recorría y la disfrutaba intensamente. Solía hospedarse en el hotel Ritz Carlton, ubicado sobre la Michigan avenue y la calle Pearson, en cuyo restaurante, gracias a mi hija Jimena, lo conocí una mañana junto a su fiel y bella compañera Eugenia Pérez del Toro, quien también era una gran pintora y escultora.

Nierman se enamoró de lo que promovíamos en materia cultural en el Consulado General de México, en la galería de arte del Instituto Mexicano de Cultura y Educación de Chicago, cuando me desempeñaba como cónsul general. Y a partir de allí trabamos una bellísima amistad que conservamos hasta el final de su vida, a pesar de su estado físico tan penoso.

Tuve una bonita relación con él y con su vecino el gran José Luis Cuevas, con quien convivimos.

Una frustración y un dolor que Leonardo Nierman se lleva a su tumba es no haber podido ver realizado uno de sus sueños: La creación del museo que llevara su nombre, para lo cual seleccionó varias decenas de obras monumentales escogidas por él mismo y por el gran museógrafo Rodolfo Rivera para ese propósito.

¡Descanse en paz el gran Leonardo Nierman!