Opinión
Ver día anteriorDomingo 4 de junio de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Crónicas de viaje
U

n atractivo imperdible en toda visita a la ciudad de París es pasear por el legendario barrio Saint-Germain-des-Près, que fue sitio de encuentro de artistas e intelectuales en la primera mitad del siglo XX.

Es uno de los pocos vecindarios de París que ha conservado el aire medieval con callejuelas estrechas y tortuosas, que contrastan con las amplias avenidas, bulevares y plazas que caracterizan gran parte de la ciudad que transformó Haussmann en el siglo XIX.

Se desarrolló alrededor de la abadía de Saint Germain en el siglo XII, donde estuvo una primera iglesia que mandó construir el rey merovingio Childeberto para ubicar las tumbas de los reyes, incluida la de él mismo en el año 558. El hecho coincidió con la dedicación de la basílica por Germain, obispo de París. Es la primera iglesia de la ciudad. Hasta la fecha, su campanario es el emblema del barrio.

A lo largo de los siglos padeció daños, entre otros en la revolución, y tuvo diversas modificaciones y reconstrucciones, lo que hace que, igual que nuestra Catedral, tenga diferentes estilos arquitectónicos. Fundamentalmente destacan el románico y el gótico. De las partes más antiguas es el campanario, que comenzó a construirse en el año 990 y en el siglo XVIII se convirtió en el lugar de recogimiento de los monjes encargados de copiar libros a mano.

Una centuria más tarde, al pintor Hippolyte Flandrin le comisionaron toda la decoración interior. Apoyado por otros artistas de la época, se inspiraron en el arte bizantino y el romano, así como en los pintores primitivos italianos, y realizaron una colorida y vibrante decoración, que tras una excelente restauración se puede admirar en la actualidad. La constante limpieza y mantenimiento se aprecia en buena parte de los templos y edificios históricos.

Quienes visitaron París hace un par de décadas se sorprenden de ver la manera en que lucen las prodigiosas fachadas góticas (antes grises y sucias) ornamentadas con sus figuras y adornos labrados finamente en la piedra, con su luminoso tono original de arena dorada.

Saint-Germain-des-Près es conocido como el Barrio Latino debido que en la época medieval la mayoría de los habitantes eran estudiantes que utilizaban el latín para comunicarse.

Aquí nació la Universidad de París, la más antigua del mundo junto con la de Bolonia, y todavía hoy está poblado por múltiples instituciones académicas: varias universidades, entre otras la Sorbona, colegios, liceos y bibliotecas. Permanece la histórica Escuela de Bellas Artes, la academia más prestigiosa de arte a principios del siglo XIX y cuyos antiguos alumnos fueron, entre otros, Delacroix, Degas, Monet y Renoir.

A orillas del Sena están los tradicionales buquinistas, que en sus cajas verdes venden libros usados, revistas y carteles y fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

El barrio guarda muchas historias y leyendas de personajes y lugares, como los famosos cafés Les Deux Magots y De Flore. En estos lugares se reunían intelectuales de la talla de Sartre, Simone de Beauvoir y Samuel Becket. En la rue de l’Ancienne Comédie está desde 1686 el legendario café-restaurante Le Procope, colmado de historia. Se dice que fue idea de Francesco Procopio, italiano originario de Palermo, quien buscó innovar los escenarios de la época y abrió el primer café de París para la aristocracia.

Fue un gran éxito y al paso del tiempo notables intelectuales del siglo XVIII, como Voltaire y Rousseau, se hicieron asiduos al lugar. Se convirtió en un verdadero café literario. En prolongadas tertulias las ideas se difundían libremente y se cuenta que aquí se gestaron las revolucionarias de Robespierre, Danton, Desmoulins y Marat. También se dice que entre cafés y licores se generó la primera enciclopedia por Diderot y D’Alembert y que Benjamin Franklin –quien gestionó el reconocimiento de la independencia de Estados Unidos– era asiduo comensal.

Ocupa una enorme mansión decorada al estilo siglo XVIII y ofrece platos clásicos de la cocina francesa, algunos de los cuales, afirman, datan de 1686: los escargots (caracoles) de Bourgogne, el tradicional coq au vin (pollo al vino tinto) y la tête de veau (cabeza de res). Aunque no data de esa época, pedí un hígado con perejil en salsa de vino, que estaba suculento. De postre presumen los helados o nieves de la casa con sabores como fruit de la passion, vainilla, amaretto o café blanc.