Opinión
Ver día anteriorViernes 12 de mayo de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Economía moral

Dos importantes autores buscan salidas a la crisis ambiental, 4ª y última entrega

A

lgunas investigaciones han encontrado, continúa Rifkin hacia el final de The Age of Resilience, que la resiliencia está predicada en dos conceptos centrales: adversidad y adaptación positiva y concluyeron que el apego seguro es, entonces, prerrequisito de la adaptación positiva. La extensión empática –la conexión biofílica con las criaturas-compañeras– es la fuerza individual más poderosa para animar la Edad de la resiliencia, lo cual nos trae de regreso al apego, en esta instancia, ‘apego al lugar’. El apego al lugar es particularmente crítico para el desarrollo infantil y el sentido de pertenencia cuando se refiere al mundo natural, como se evidencia en la fascinación que los menores ( toddlers) experimentan con cada criatura que se arrastre, camine, vuele o nade. En la prisa de la urbanización se puso poca atención a la pérdida de conexión natural que es tan crucial para establecer apego con el mundo natural. Un apego seguro al medioambiente natural es la vía para lograr felicidad personal así como el camino hacia adelante en la evolución de la extensión empática que incluya la naturaleza en sentido amplio. Hay consenso que el consumismo es una adicción como las drogas, y que mientras uno más participa en él, más miserable se vuelve. Mientras más poseemos, más terminan nuestras posesiones poseyéndonos. Mientras más nos rodeamos de ellas, más estamos encerrados en mundos artificiales desapegados del mundo natural. Nuestras más importantes funciones corporales están asociadas con los ritmos y flujos de la naturaleza. Darnos cuenta de esto nos lleva de regreso a la biofilia: la idea que cada tendón de nuestro cuerpo está alerta al socorro y a los peligros de la naturaleza, caracterizados por nuestros instintos biofílicos y por nuestras biofobias. Hay múltiples evidencias que una simple caminata lenta en el bosque restaura la salud en mayor medida que en una caminadora. La diferencia es la conexión biofílica. La evidencia muestra que el conocimiento y la experiencia de la naturaleza nos hace en general personas más felices y sanas. Los estudios mostraron que la inmersión en la naturaleza mejora la salud física, reduce el estrés, aumenta la autodisciplina, restaura la salud mental. Promueve mayor espiritualidad. Extiende el lapso de atención, aumenta la capacidad de aprendizaje, inspira la imaginación, profundiza el sentido de identidad, y estimula mayor conectividad y sentido de pertenencia.

Cita a Fromm y a E.O. Wilson como los autores del término biofilia. El segundo sostuvo que la biofilia es una característica innata profundamente tejida en nuestro DNA: un sentido primario de pertenencia a la familia de la vida. Define biofilia como tendencia innata a focalizarse en la vida y en procesos similares a ella. Sugiere que el impulso innato del ser humano, y de todas las especies, no es dominar, sino florecer. Y que la biofilia refleja nuestra inclinación inherente a empatizar con nuestras criaturas-compañeras y el mundo natural, lo que nos lleva a florecer. Si hubo una buena noticia de la pandemia de covid-19, fue el repentino interés en las escuelas-bosque o escuelas-naturaleza. Los profesores de escuelas-bosque dicen que la experiencia de la naturaleza como salón de clases introduce a la niñez a las complejas relaciones del mundo natural, en especial a la interactividad evolutiva y adaptativa que ocurre en un sistema vivo y pulsante. Cualquier cosa con la que los menores se tropiezan en la naturaleza puede convertirse en un manantial de aprendizaje. El instinto biofílico es más fuerte entre los menores de uno a 5 años y disminuye a medida que ascienden en el trayecto escolar, lo que implica que la educación tiende a extinguir este instinto al enseñarnos que la naturaleza es un recurso para ser expropiado. La conexión biofílica ha sido observada incluso en niños menores de 2 años. Es promisorio el número creciente de escuelas en Estados Unidos que han incorporado cursos de medioambiente en su currícula que involucra trabajo de campo. Escuelas y universidades están cambiando el paradigma en la pedagogía que preparará a las generaciones jóvenes a pensar y actuar como especie. Una nueva extensión de la ciencia está floreciendo. Se llama ciencia ciudadana. Millones de personas alrededor del mundo hacen trabajo voluntario como científicos ciudadanos: monitorean la vida silvestre, la biodiversidad, hacen medición de la contaminación del aire y de la huella de carbón, reforestando, estudiando la salud de los suelos y formulando planes de recuperación. Esto otorga a los ciudadanos experiencia de campo más profunda en las prácticas de la ecología y democratiza el conocimiento científico a través de las biorregiones. Rifkin cita su libro The Empathic Civilization (2009, edición en español de Paidós), para presentar una paradoja incorporada en la evolución de la empatía: “En el centro mismo de la historia humana está la paradójica relación entre empatía y entropía … Las civilizaciones tecnológicamente más avanzadas han traído más gente cerca, elevando la sensibilidad empática y expandiendo la conciencia humana. Pero estos más complicados medios han requerido expropiar más franjas de la naturaleza, agotando los recursos de la Tierra. La ironía es que nuestra creciente conciencia empática ha sido posible mediante un consumo cada vez mayor de la energía y recursos de la Tierra, resultando en un deterioro de la salud del planeta”. Ahora señala que no debemos desesperar, que la conciencia ideológica que estaba al unísono con la Edad del Progreso y la infraestructura industrial fosilista, ha desgastado su dominante atractivo anterior. La conciencia biofílica está en ascenso, especialmente entre los jóvenes, con su promesa de expandir el impulso empático para abrazar la totalidad del mundo natural. Pero un cambio de conciencia de esta magnitud, añade, no viene sin reacción. Los remanentes de las viejas formas de conciencia se están levantando, porque ven amenazado el muy leve control que les queda sobre la narrativa humana. Nuestro neurocircuito empático nos empuja a trascendernos, a vivir la vida, y a usar esa experiencia para hacer conexiones y ajustar el mundo a nuestro alrededor. Sin la empatía no seríamos capaces de sentir la fragilidad de la vida de otras personas y su impulso al florecimiento. Es esos momentos logramos entender el asombro de la existencia. Asombro, maravilla, imaginación y trascendencia, generados por el gatillo del impulso empático, nos permite a todos ir más allá de nosotros en búsqueda del significado de la existencia. Estas son cualidades fundamentales ligadas con el impulso empático. Son las que nos hacen humanos. La jornada ha sido larga, estimulante, y a veces tortuosa, y ahora, en el momento en que sentimos el fin de nuestra existencia terrenal, empezamos a encontrar el camino al hogar. Como especie estamos despertando a la conciencia biofílica, el sentimiento de intimidad universal, de ser uno con la fuerza vital de la Tierra.