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Aprender a morir

Muerte digna, ¿imposible?

C

on o sin Génesis, desde que el ser humano apareció sobre la Tierra como mamífero superior le ha hecho igual que el resto de las especies en el planeta: nacer, crecer, reproducirse y morir, aprovechando apenas las alternativas para hacerle diferente, y no por su condición de racional sino porque, debido a diversos factores, piensa poco y mal. De otra manera habría sido menos instintivo, siquiera para no identificar apetito sexual con reproducción.

Tan ancestral confusión no sólo ha contribuido a la preservación de la especie, sino además a consolidar variados sistemas de poder a lo largo de la historia. Al multiplicar la población humana, aumentó el número de familias y con éste la mano de obra barata o gratuita, la cantidad de consumidores, contribuyentes, votantes, embarazos no deseados, abortos, migrantes y fieles creyentes, ah, y adúlteros, en cuanto las religiones elevaron la unión del hombre y la mujer a rango de rito sagrado o sacramento.

Con la bendición de Dios como testigo y aval de las virtudes y gracia del matrimonio, los individuos, sin información, formación ni responsabilidad suficientes, se han dedicado a multiplicarse como conejos, intentando permanecer unidos hasta que la muerte los separe, mientras el sometimiento, la dependencia y la abnegación han empezado a ceder su lugar al divorcio, pues el Supremo, sus representantes e intérpretes no calcularon bien las fragilidades de la bendecida especie humana.

Claro, a más nacimientos más muertes. Las añejas creencias estimularon la procreación indiscriminada e irreflexiva sin tomar en cuenta los efectos colaterales que acarrea, por lo que tampoco evaluaron, si no con sabiduría siquiera con sensatez, los desafíos de las muertes multiplicadas junto con el avance de la ciencia médica y su lucrativa prolongación de una vida marginada de la actividad laboral.

Pero así como en materia de reproducción se han ido revisando dogmas y preceptos arcaicos ante una realidad impensada, también es responsabilidad ética de ciudadanos y autoridades empezar a romper creencias y normas en torno a la muerte digna, para con mentalidad madura e innovadora comenzar a desechar, con decisión, ideologías sacralizadoras y castigos infernales. Es obligado preguntarnos si al legítimo derecho a una vida digna no corresponde, en el mismo sentido, la posibilidad de elegir, libremente, una muerte digna que no mate a nuestros seres queridos.