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La muestra

Enferma de mí

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▲ Fotograma de la cinta del noruego Kristoffer Borgli.
E

l frenético anhelo de visibilidad es una de las patologías más comunes en nuestra era digital. Se trata del deseo de ser visto, escuchado, admirado, incluso detestado, pero nunca ignorado, en ese vasto foro de vanidades en que se han convertido las redes sociales. Si se traslada esa manía al universo de las artes y la moda, se advierten conductas de un narcisismo aún más exacerbado: por cinco minutos estelares, las personas hambrientas de notoriedad son capaces de todo. Tal es el caso que presenta la cinta Enferma de mí (Sick of myself, 2022), del noruego Kristoffer Borgli, donde la joven Signe (Kristine Kujath Thorp) y su novio Thomas (Erik Saether), dos jovenes veinteañeros en la ciudad de Oslo, se libran a un insidioso duelo competitivo para atraer la mayor atención mediática. La rivalidad se vuelve tan intensa que Signe, para poder triunfar, decide desfigurarse el rostro con un medicamento ruso altamente tóxico y convertirse así en un icono publicitario de la vulnerabilidad social, algo más radical y efectivo que todo lo que Thomas, artista vanguardista, ha podido lograr con sus instalaciones fraudulentas.

Los dos personajes mienten compulsivamente, roban, gastan bromas pesadas, sorprenden a incautos, todo en una exitosa escalada de simulaciones invariablemente impune. Pero es Signe quien elige la estrategia de autopromoción más novedosa: aprovechar la tendencia cultural bien-pensante de la corrección política y las ventajas del victimismo social para presentarse como poseedora de una extraña enfermedad que le transformará el rostro en un repelente amasijo degenerativo de pústulas y ampollas imposibles de sanar. Llegado a este punto, la comedia del absurdo se ha vuelto un drama y poco después una cinta de horror. Una comedia por la manera jocosa en que exhibe la recuperación mediática de una desgracia ajena con la anuencia satisfecha de la víctima que la padece; un drama, por la serie de complicaciones que esa aventura narcisista propicia y que escapan a todo control. El elemento de horror reside no tanto ya en la exhibición del rostro deformado de Signe, como en el morbo colectivo que pronto se vuelve una oportunidad para hacer rentables la diversidad y la inclusión social, y lucrar de paso con la conmiseración pública hacia las deformidades físicas. Una buena conciencia vale su peso en oro. Kristoffer Borgli propone aquí, con acidez y humor negro, una crítica al egocentrismo como culto viraliza-ble de la imagen propia y a las veleidosas modificaciones identitarias que tantas ganancias económicas favorecen. Una sátira divertida, mordaz y en definitiva incómoda.

Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca nacional a las 14:15 y 18:45 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1