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Ryuichi Sakamoto y el arte del haikú
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▲ Ryuichi Sakamoto (1952-2023) captado por el fotógrafo Fernando Aceves.Foto
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de abril de 2023, p. a12

El poeta Ryuichi Sakamoto nunca escribió música, lo que hizo fue amasijar ungüentos en un perol donde juntaba gemidos de sirenas, llantos de mirlos, ecos de cavernas iluminadas por el canto de mil aves y eso lo untó a las epidermis enteras de nuestra alma.

Te vas, -
¡Qué largo el camino!
¡Qué verdes los sauces!

El místico Ryuichi Sakamoto no acostumbraba componer partituras. Lo suyo era juntar pedazos de nubes, aguja e hilo, para coserlas con restos de trajes ceremoniales de antiguos samuráis. Una vez terminada esa labor a diario, nos cubría de pies a cabeza mientras soñamos, en la cama, en el sofá, sobre el piso.

Lleno de esperanza y promesa.
El castillo en la cima,
Cubierto de verdes hojas.

La música resultante de los bellos oficios del señor Ryuichi Sakamoto, en adelante El Señor Ryui, estalla como una hilera de géiseres: hay muchos Ryui, porque su música es un poliedro.

Ryui abandonó el cuerpo físico el pasado 28 de marzo, aunque la noticia fue dada a conocer por sus cercanos apenas el domingo 2 de abril.

Su disco póstumo se llama 12 y es una serie de cantos en teclados: piano y dispositivos electrónicos y se escuchan como lo que son: haikús.

El Gran Buda
y su frescura
implacable

El adiós de Ryui es una lección de vida. Es un ejemplo de cómo enfrentar la adversidad: en paz, en calma.

Le diagnosticaron cáncer hace meses. Nunca se rindió. Su disco es una carta de amor llena de pensamientos, reflexiones, introspecciones, visiones, ilusiones. Esperanza.

20210310, 20211130, 20211201, 20220123… los títulos de la pieza del álbum último de Ryui son fechas, registros de su diario.

La tercera de ellas posee belleza demoledora. Es poesía en estado puro. Y ese es uno de los muchos Ryui que existen, el del compositor al piano acústico.

También está el compositor que utiliza dispositivos electrónicos. Ambos territorios fueron su última habitación propia.

Atardecer primaveral.
¿Qué lee
el hombre que no tiene mujer?

La velocidad de sus versos al piano en su disco póstumo es la de un estanque quieto dibujado por Bashuo:

Un estanque viejo y en silencio
una rana salta en el estanque
¡plasss! Silencio otra vez

El silencio como expresión triunfal de la poesía. El silencio como idioma, prosodia, vocabulario. He ahí al poeta Ryui: un maestro del silencio.

El track 12 de su disco titulado 12: campanas tibetanas movidas por el viento; prácticamente todas las veces que he escuchado el disco desde el domingo en mi oficina, volteo a la ventana para ver el movimiento de mis campanas tubulares tibetanas: no se mueven; hay viento, sí, que entra por la ventana, pero es el disco de donde sale la danza de estas campanas, como una despedida.

El sonido de esas campanas, pequeñas, risueñas, solemnes en su sencillez, cristales romos romados por el tiempo, se quedó flotando en mi mente. Fue lo último que escuchó Ryui antes de marcharse. Levantó su mano a lo lejos. Y sonrió.

Ese sonido es la culminación de la obra de un gigante. Un gigante sabio, muy sabio. Un mago.

No en balde su primera y única banda se llamó Yellow Magic Orchestra y así tituló esa joya de disco en 1978: YMO. Música sonriente, muy sonriente. Efervescente, de bolitas de colores saltarinas, de crepitar de soniditos retozones, como una orquesta de juguete, como los juegos que planteó John Cage (su maestro, su inspiración) con sus pianos de juguete, para luego, track 3) Simoon, plantear de plano una música paradisíaca.

Semejante a la necesidad de encasillar a los poetas (existencialistas, malditos, románticos… romántico insoluto...je), la industria de la música cobija apellidos innecesarios para Ryui: techno, industrial, ambient…. y sinsentidos sinfín.

Lo único cierto es que muchos músicos, muchas bandas posteriores a la magia de la Yellow Magic Orchestra no se explican sin la existencia del bandononón que formó Ryui con sus amigos Haruomi Hosono, Yukihiro Takahashi, Hideki Matsutake y él, Ryui, al frente del navío.

Hay otro Ryui como parte del poliedro: el hacedor de magia para el cine, donde la obra de referencia es Merry Christmas, Mr. Lawrence, preferentemente nombrada Furyo, del maestro Nagisa Oshima, con David Bowie, hermano del alma de Ryui, donde pendula la melodía más celebrada del maestro Sakamoto.

De todo ese universo, me quedo con el arrebato de amor que puso en vida para The Sheltering Sky, El Cielo Protector, a partir de Paul Bowles. Ese tema de amor es un vendaval, un torbellino y ese es el valor supremo de la música de Ryuichi Sakamoto: su poder hipnótico, su capacidad de levantarnos en vilo y lanzarnos por los vientos, por los cielos, por el cosmos.

Es una música que mueve montañas, hace girar el molino de viento, catapulta cataratas de trigo cayendo sobre lagos quietos. La música de Ryuichi Sakamoto es de las pocas músicas que tienen ese raro encanto de trasladarnos, mutarnos, transformarnos, movernos.

Rebasa, por ejemplo, la cualidad dinamogénica de la música de Wagner, el poderío brutal de los tutti orquestales de Anton Bruckner con sus oleadas de cobalto en alientos-metales. Supera el arrastre megatónico de las sinfonías más espectaculares por una sencilla razón: la música de Ryui no es espectacular, porque es poética.

Para demostrarlo, observemos otra cara del poliedro: un disco cuya portada es solamente el color azul cielo, con letras esculpidas por una computadora: Discord: una sinfonía en cuatro movimientos: Grief, Anger, Prayer, Salvation (Dolor, Ira, Oración, Salvación): el primer movimiento es como el Adagietto de la Quinta Sinfonía de Gustav Mahler: un poema para orquesta de cuerdas.

En la bocina izquierda gimen los violines y en un momento determinado (Ryui es el maestro del tempo, del momento adecuado) suenan en la bocina derecha violonchelos y contrabajos y comenzamos a experimentar un extraordinario efecto sinestésico: vemos claramente cómo las oleadas de sonido se convierten en columnas de sonido que se mueven de abajo hacia arriba y luego de derecha a izquierda y se mueven en bloques de colores iridiscentes.

Queda con toda claridad de manifiesto el linaje de Ryuichi Sakamoto: un compositor clásico, japonés. En esta obra, más que en cualquier otra, se notan sus puntos de contacto con el modus scribendi del más importante compositor de música de concierto de Japón: Toru Takemitsu (1930-1996).

Hay en toda la obra de Ryuichi Sakamoto una profundidad de estilo que contiene elementos poderosos: la música ritual, la filosofía zen, la identidad cultural de Japón y de todo Oriente. El elemento más poderoso de entre todos: el misterio.

Es por eso que la música de Ryuichi Sakamoto nos mueve, nos impele, nos motiva, nos transfigura: porque posee el poder absoluto del misterio.

En el altar de Buda
las violetas
inclinan la cabeza

En el disco titulado 12, la carta de despedida de Ryui, están todos los elementos que distinguen su monumental obra: en primer lugar la poesía, hermana gemela de la magia; luego, la sabiduría, escanciada en formas que Ryui hizo canónicas a partir de su imaginación.

Sobre la campana del templo
duerme
la mariposa

Es una música que está en la mente. Nos da la sensación de que lo que pensamos ya lo escribimos, pero eso que escribimos no se ve reflejado en el texto porque lo redactamos pensando, solamente con el pensamiento, como un haikú de los varios que coseché de los mejores autores clásicos que he citado entre los párrafos de este texto que no sé si existe o está solamente en mi mente: Yosa Buson, Masaoka Shiki, la gran poeta Chiyo-ni, Issa Kobayashi, y el gran maestro Bashuo.

El sonido de la campana
inmóvil en el cielo
al atardecer
los cerezos en flor

La música de Ryuichi Samoto flota en el atardecer como una campana adormilada que florea en su florear mientras Ryui se aleja: levanta una mano en señal de despedida.

Y sonríe.