Opinión
Ver día anteriorMartes 4 de abril de 2023Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¡Justicia!
M

igrantes y activistas rodearon el vehículo del Presidente en Ciudad Juárez, lo frenaron, gritaban hasta desgañitarse, agitaban cartulinas; la presencia del mandatario operó como impetuoso revulsivo a la intensa ira colectiva y provocó ardientes reclamos; intentaban detener su avance, ¡justicia!, ¡justicia!, demandaban desgarradamente. En un instante la confusión y el caos mostraron la desesperación aguda, la desesperanza, el agotamiento, la impotencia, la desolación de los tan gravemente ofendidos y lastimados. Tras el martirio infernal de los caminos recorridos para llegar a la frontera con Estados Unidos, un grupo halló, en un tris, la muerte por asfixia. Su situación amarga y su circunstancia, todo, era páramos y abismos, un mundo absurdo: ¡justicia!, ¡justicia!

Una tragedia así no puede ser creada en un tris. Sus raíces son ramificaciones innumerables, sus causas son múltiples y vienen de lejos; el grito de ¡justicia! las abarca. No hay hecho social que termine en los bordes de su acontecimiento: su evolución diacrónica es dilatada y un corte sincrónico muestra los hechos interrelacionados y/o los actores sociales involucrados.

De cara a un suceso macabro como el de Ciudad Juárez, el mundo práctico inmediato impone necesariamente el deslinde legal: quiénes son los responsables. Y la desazón llega rápido. Al ver las escenas de los instantes previos a la tragedia y la configuración de ésta por la acción equivocada de uno de los inmolados, aparece claro que los responsables lo son por omisión: nadie propositivamente cometió esas muertes terribles, ni siquiera el dueño de la mano insensata que prendió fuego y atrajo la muerte al instante. A este hombre le espera la más amarga sobrevivencia: será culpable de por vida, probablemente en una celda, todo porque buscaba trabajo y una existencia mejor. La indagación para señalar a los responsables llegará a su veredicto; ojalá no falte ninguno, en un correcto juicio legal; pero quizá nadie quede conforme sea cual fuere la decisión del juez. El fallo sonará vacuo frente a la dimensión de la tragedia.

Gobierna la sociedad occidental un capitalismo colonial que extrae valor de todos los seres humanos a los que domina, explota y mantiene en la miseria en Asia, África, América Latina (AL). Eso ha ocurrido en la libre AL, después de haber padecido colonialismo territorial esclavizante por 300 años. Los hiperexplotados en estos territorios padecen la vida a la que los lleva una historia jodida sobre la cual no tienen decisión. Los espacios en los que las mayorías viven prisioneros de la pobreza extrema son tierra arrasada. Los más valientes, los más arrojados, los que van volviéndose más intrépidos y fuertes, salen en caravanas de miles a buscar un lugar en los centros del sistema, donde saben que hay abundancia. Y deben recorrer miles de kilómetros bajo todos los climas, por mar o tierra, para encontrarse con el rechazo: en los centros se reservan el derecho de admisión y son bien recibidos quienes lleguen con cartera llena y pasaporte en regla. Aquí o allá, les gritan muertos de hambre. El sistema primero los mata de hambre y luego, aquí o allá, su condición miserable es convertida en un insulto: ¡muertos de hambre!

Los muertos de hambre no sólo no tienen qué comer, tampoco tienen dónde orinar y defecar, ni dónde bañarse, y traen consigo apenas unos exiguos hilachos por vestimenta. Resuelven todo de cualquier modo, ahí donde estén. Huelen mal. También por eso se vuelven repelentes para muchos de quienes no sufren la estrechez extrema. Enferman en la travesía y mueren por miles en el intento, por diversos motivos, incluida la inseguridad que los acecha en cada paso. Pero son y serán un río sin fin. No hay alternativa: el sistema colonial sólo morirá junto con el padre que lo engendró, el capitalismo.

Hay en México una atmósfera, producto de la tragedia, de aguda crispación. El gobierno no tomó las decisiones adecuadas ante la migración creciente y México quedó atrapado en un interregno propicio a la catástrofe. Es necesario desandar los pasos que lo llevaron a la situación actual. La intransigencia abusiva de Trump y nuestra negativa a ser usados como tercer país seguro (que no podemos ser frente a la magnitud del problema), nos llevó a ese interregno llamado Quédate en México, programa abierto por Trump, cerrado por Biden y reabierto por Biden. Los hechos desbordados de la migración demandaron de México ser tercer país seguro: no lo somos. Con seguridad muchas cosas pueden ser cambiadas en el Instituto Nacional de Migración, pero eso no nos convertirá en tercer país seguro, uno apto para atender bien a cientos de miles de migrantes.

El río de esos peregrinos no parará y el grito de ¡justicia! tampoco. Tendríamos que enfrentar a EU en el seno de la ONU y definir y comprometer ahí los términos de un nuevo patrón internacional de desarrollo orientado por una justicia social efectiva, frente a ese río humano que cruza fronteras en todo el orden planetario.