Opinión
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Y tú, ¿dónde estabas?
R

etomo la pregunta planteada, para entablar un diálogo imaginario, en sentido contrario con quienes la plantean para desautorizar toda crítica o divergencia dirigida a proyectos del gobierno federal actual. El ambiente de descalificación que prevalece en el país no abona a eso que llaman democracia, por cierto, intrínsecamente ligada al espacio electoral de forma reduccionista.

Hay, sin embargo, otras preguntas necesarias que ameritan reflexión. Una, que de buena fe haré, será: y tú, ¿dónde estabas cuando los pueblos indígenas luchaban? Para orientar la respuesta habrá que reconocer que el conjunto de la sociedad y la clase política, de todas sus siglas no han incorporado esa dimensión en sus respectivos proyectos de nación, lo cual no es privativo de México, prevalece en especial en el conjunto de países de América Latina con pueblos indígenas.

El pluralismo se ha visto como una amenaza, se ha impuesto la doctrina jurídica del monismo: cada país, con un solo pueblo. Y vale señalar que tal postura, en nuestro caso, trasciende a los pasados sexenios, a sus gobernantes incluso a la sociedad. En algunos se ha utilizado un recurso retórico y reactivo con el eje del lugar común de la deuda histórica, reconociendo que son originarios, que han pretendido pagar con folclore, apoyos económicos insuficientes y diversos para combatir la extrema pobreza, han dicho, ahora focalizado en las personas que integran a los pueblos.

Bien sabemos que las últimas décadas, en aras del llamado desarrollo, han dado entrada a proyectos contra los territorios de los pueblos. Para qué hablar de los que están en curso. Ahí es donde se ha encendido la emergencia y la lucha frente al despojo. Es inevitable recurrir al ejemplo del zapatismo, sin duda no es lo mismo 1994 hasta 1996. En esos inicios públicos parecía emerger una conciencia civil que llevó a acuñar la frase todos somos indios. Tal vez la recuerden quienes estuvieron y ya no están porque ha sido su decisión silenciosa, cuando después de ello se esfumó la suerte de moda, lo vimos después.

De lo políticamente correcto se pasó paulatinamente a la visión realista; decían que primero había que ganar elecciones y mejor si la Presidencia de la República. Mientras los años transcurrían, el EZLN se concentró en la organización en sus territorios y así dio a conocer que ya tenía juntas de buen gobierno, en los hechos hizo realidad la autonomía que le demandó al Estado y se pactó en los acuerdos de San Andrés para luego , en 2001, hacerle ajustes de técnica jurídica y vaciar su contenido; 22 años después no se observan visos realistas de una reconsideración constitucional, si bien hay quienes lo esperan, habrá que decirlo, no los zapatistas, no el Congreso Nacional Indígena.

Dicho esto queda claro que la vía indígena zapatista se marcó por la organización, la lucha para detener las múltiples caras del despojo; no siempre con éxito, lo sabemos. La etapa actual coloca la mirada en el anticapitalismo más allá de nuestras fronteras, para hermanarse con los pueblos que enfrentan similares desafíos. No en balde señalan en esta etapa que la lucha es por la vida.

Por otra parte, habrá que anotar que la lucha colectiva de los pueblos no implica que la situación de sus integrantes individuales esté exenta de dinámicas y procesos que tienen hegemonía en todas las sociedades. Es el caso del patriarcado. Se trata de una hegemonía que se apoya en una construcción social en torno al género que afecta a casi todas las indígenas o no.

También las zapatistas han dado cuenta de la necesidad de que la autonomía no omita la dimensión antipatriarcal. Lo hicieron desde sus inicios con la ley revolucionaria de las mujeres y hay avances con nuevas prácticas y encuentros internacionales ­significativos.

Hasta hoy, en general los movimientos de mujeres no dan cuenta de la complejidad que entraña para las indígenas su pertenencia a un pueblo y la dimensión de género. En este caso plantean sus demandas y reivindican sus derechos, no para ir contra su cultura o de su pueblo, sino para pensar la costumbre desde una perspectiva que las incluya y no las violente. En los últimos 20 años, han construido espacios propicios para la reivindicación de demandas propias en tanto mujeres. Muchas de ellas son similares a las genéricas de toda mujer, pero otras cuestionan, desde dentro de sus pueblos, concepciones y prácticas avaladas por la llamada costumbre. Ejemplo de ello, los matrimonios pactados a edades tempranas y sin su voluntad donde una prohibición legal será sólo el inicio de un proceso que materialice la consigna propia: la costumbre es buena cuando respeta a la mujer. Dicho lo cual: ¿y tú, que estás haciendo para impulsar desde tus espacios y condición que el país pluricultural, respete la autonomía y detenga el atropello contra los pueblos indígenas en nombre del llamado desarrollo?