Opinión
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La nave del olvido
L

a ingenuidad de los jurados internacionales en el Festival de Cannes puede medirse en el caso del director sueco Ruben Östlund, quien ha ganado dos Palmas de Oro, ni más ni menos, con sátiras igualmente superficiales. La primera fue The Square, en 2017, una burla al mundo de los museos y las instalaciones, y la segunda fue El triángulo de la tristeza, que se estrena ahora en salas selectas. (La película es una coproducción internacional en la que hasta hay capital mexicano aportado por la compañía Piano).

En esta ocasión, el objeto de la sátira son los influencers y los nuevos ricos con sus pretensiones que es, en su facilidad, como patear a un hormiguero. Dividida en tres partes, la película se centra primero en una pareja de atractivos modelos, Yaya (Charlbi Dean) y Carl (Harris Dickinson), en constante pleito porque el segundo paga las cuentas cuando ella es quien gana más.

En la segunda, la pareja es invitada a un viaje en un lujoso yate, donde los demás pasajeros incluyen a un vulgar oligarca ruso que trafica con fertilizantes (sí, es el rey de la mierda) y viaja con su esposa (Sunnyi Melles) y su amante (Carolina Gynning); una pareja de británicos (Amanda Walker, Oliver Ford Davies) que ahora comercian con granadas de mano; y un diseñador escandinavo de apps (Henrik Dorsin), que se las da de seductor. Todos ostentan malos modales sobre todo cuando se presenta la emergencia.

Lo único divertido de la película –cuyo título, por cierto, se refiere al triángulo de expresión existente entre las cejas– ocurre cuando, bajo el mando de un capitán ebrio (Woody Harrelson, desperdiciado), el yate sufre los efectos de una tormenta. Pronto, la mayoría de los pasajeros empiezan a vomitar en cantidades industriales, y los excusados rebosan de porquería. Esa orgía de escatología es llevada a niveles de delirio y a ratos evoca el humor irreverente de un sketch de los Monty Python, sin la gracia de los cómicos británicos.

La narrativa naufraga en más de un sentido cuando el yate se va a pique y los sobrevivientes deben arreglárselas en una isla al parecer deshabitada. En esa instancia, las observaciones de clase de Östlund se hacen más superficiales y el asunto se arrastra hasta llegar a un final abierto. Resulta que la única que sabe sobrevivir es una mujer llamada Abigail (Dolly de Leon), una afanadora de la nave. Y el sistema de clases se invierte. Ahora ella es la poderosa y se vuelve una tirana. Así, Östlund nos asesta otra idea elemental: el poder corrompe.

No cabe duda de que el realizador tiene la mano pesada. Y eso convierte a la sátira en un ejercicio de obviedad y complacencia. El humor de El triángulo de la tristeza equivale al tipo que cuenta un chiste y nos da un codazo en las costillas para que entendamos. El problema es que Östlund se tarda dos horas y media para contarnos un chiste que ya nos sabemos.

El triángulo de la tristeza

D y G: Ruben Östlund/ F. en C: Fredrik Wenzel/ M: Canciones varias/ Ed: Mikel Cee Karlsson, Ruben Östlund/ Con: Charlbi Dean, Harris Dickinson, Vicki Berlin, Dolly de Leon, Woody Harrelson/ P: Film i Väst, BBC Films, 30WEST, Plattform Produktion. (entre otras compañías). Suecia-Francia-Reino Unido-Alemania-México-Turquía-Grecia-Estados Unidos-Dinamarca-Suiza, 2022.

Twitter: @walyder