Número 184 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
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EditorialHacia una revolución productiva

México tiene un serio problema agrícola. La agroexportación: cerveza, tequila, berries, aguacate, jitomate… va de gane, pero la dependencia alimentaria terquea: las importaciones son cuantiosas y por la guerra de Ucrania cada vez más caras. Somos altamente dependientes en maíz forrajero, trigo, arroz, soya, frijol… y los programas de fomento: Producción para el bienestar, Sembrando vida, Fertilizantes, Precios de garantía aun que se ampliaron no bastan. La soberanía alimentaria es un pendiente de la 4T que demanda balances y propuestas con vistas al futuro.

Pero mientras los procuramos no está de más buscar inspiración en el pasado. La 3T, que sin duda revolucionó la propiedad agraria ¿fue también una revolución agrícola? Pareciera que no. Los proyectos campesinos radicales de Zapata y Villa ponían el acento en el acceso a la tierra no tanto en el modo de cultivarla. Una vez más la excepción es la revolución maya del sureste.

La función que en el villismo cumple la División del Norte y en el Zapatismo el Ejército Libertador del Sur la desempeña en la península de Yucatán el Partido Socialista del Sureste que realiza su primer congreso en Motul en 1918. Y el tema central del encuentro es la necesidad de una revolución agrícola peninsular tanto en las prácticas de cultivo como en el modo de organizarse para producir y comercializar.

Como los primeros oradores divagan el presidente el Partido Felipe Carrillo Puerto centra la discusión en el carácter estratégico de la revolución agrícola y la necesidad de propuestas concretas para intensificar los cultivos: “No hemos comprendido bien lo que este punto significa. En la vida económica de todos los pueblos debe procurarse primeramente que los elementos de primera necesidad no sean importados… que nuestro suelo produzca cuanto consumimos… porque de esto depende la salvación del estado de Yucatán… México es un país riquísimo y Yucatán la manzana de la discordia. Y si Yucatán sigue dependiendo de los norteamericanos porque no nos prevenimos, estamos perdidos… dejaremos de ser parte de la República Mexicana. Ya ven ustedes la importancia que tiene extender los cultivos intensivos hasta en las partes más lejanas de nuestro estado sino queremos quedar sujetos al vecino que nos espía y nos acecha”.

Al desplazar a las siembras de autoconsumo, el monocultivo henequenero de exportación causó la dependencia alimentaria pero también la esclavitud de los mayas. Así lo plantea Carrillo Puerto en otra intervención: “El estado de Yucatán bien cultivado será capaz de bastarse a si mismo pues se acabará con la tendencia de acaparar todas las tierras para solo cultivar henequén. Y no existiendo el acaparamiento de la tierra desaparecerá el acaparamiento de los hombres que dignificados no volverán a ser vendidos como esclavos”.

Pero la lucha contra el latifundio y contra el monocultivo no son fines en sí mismos y solo tienen sentido si sirven para recuperar la riqueza agrícola y el equilibrio ecológico que la agricultura industrial ha destruido. “Las tierras se están dando para que trabajemos en ellas -dice Carrillo Puerto- Por ejemplo, recuperando muchas clases de cereales que se producían en nuestro suelo y se han abandonado. En nuestras manos está fomentar de nuevo los cultivos desaparecidos y no seguir haciendo lo que hasta hoy; destrozando la tierra, acabando con nuestra madre, con la única productora, porque sin ella nada existiría”.

Carrillo Puerto que había sido campesino en Uci y convivido con los agrónomos que trabajaban en el Morelos zapatista quería intensificar la agricultura yucateca partiendo de los saberes rústicos, pero también de la ciencia. “Hemos venido cultivando el maíz usando los mismos procedimientos que nuestros tatarabuelos… y después de pasar días trabajando sobre nuestras milpas recogemos una cosecha insignificante que apenas nos basta para no morirnos de hambre… Por esto cuando hacía propaganda por el oriente pretendí convencer a los trabajadores de que la única salvación para nosotros eran los sistemas intensivos. Convencerlos por ejemplo de que no debían quemar por completo los montes y que era mucho mejor que removieran la tierra pues obtendrían dos ventajas: no consumir las ricas materias que contiene y no desperdiciar la madera dejando que el fuego la consuma”. También insiste en aumentar la densidad de plantas y reducir de cinco a dos el número de granos que se ponen en cada agujero. “Con este procedimiento en lugar de hacer cincuenta mecates de milpa se harían veinticinco, pero con el mismo rendimiento”.

Si es mejor hacer milpa o sembrar un solo producto es tema de controversia en el congreso. Buenaventura Lizama de Didzantún le parece mal que los campesinos “Siembren en el mismo lugar el maíz, el frijol, las calabazas, los ibes, el espelón, el camote y todo lo que quepa en su tabla de cultivo… sin ver que para producir frutos óptimos cada planta debe tener un plantío se parado”. En cambio, Enrique Erosa de Yobaín sostiene que “al mismo tiempo que se siembra maíz se puede sembrar el espelón, la papaya, el chile y otras cosas más”, y lo confirma Pedro Romero de Pustinich: “Voy a decirles lo que me ha dado buen resultado, se siembra el maíz dejando dos varas desurco a surco y en medio se ponen los espelones, las papayas y otras cosas que son muy útiles. El maíz se siembra de cuarta en cuarta poniendo dos o tres granos en cada agujero y de esta manera veinticinco mecates dejan más provecho que si fueran cincuenta de puro maíz”.

El relato que hace Rafael Patrón de Kopomá, sobre como siembra un conocido suyo es una lección de lo era la milpa yucateca: “Por mi rumbo hay un viejecito que se dedica al cultivo intensivo, así como acaba de decir el señor Carrillo. El primer año se ocupa en cercar el terreno y desmontarlo, después va haciendo la siembra en surcos y pone en cada agujero dos o tres granos de maíz. Cuando se levanta el fruto procura hacer un chapeo en la época de lluvias, para que todo el sahcab o caña de maíz se pudra y sirva de bono a la tierra, después se le da una ligera quemadita para para evitar la humedad que pueda quedar. El terreno así preparado sirve para cuatro o cinco años dando muy buenos resultados en las cosechas: Después se deja para que se convierta en hubché y así se evita el gasto de dinero para hacer nohchac. Yo quisiera que todos tomaran en consideración lo que les he expuesto para que no se acaben los montes”.

Por lo que se ve el modelo milpa apabulló en Motul. Pero la solución a los problemas no está solo en producir más y mejor. Y es que muchos campesinos no tienen tierra y tienen que tomarla en arriendo dejando en manos del hacendado la mayor parte de su ingreso pese a que el pago por acceder a tierras incultas está prohibido. Además de que con las compras anticipadas o “al tiempo” el coyote se queda con la tajada de león: el precio al que se vende el maíz en Mérida es de tres a cinco veces mayor a lo que se le paga al productor en Temax. Arriendos altos y precios bajos por los que los campesinos “no pueden vivir con sus cosechas de maíz y se ven obligados a dejar ese trabajo para ir a donde puedan ganar mejor”.

Para mejorar sus condiciones como productor el campesino necesita capacitación orientada a mejorar sus prácticas agrícolas, apoyo para hacer cumplir la ley y no pagar arriendos, créditos para evitar la usura y acceso directo a los mercados. Es decir, necesita organización; nada de lo planteado en el Congreso es viable sin las Ligas de Resistencia que son la base del Partido Socialista del Sureste.

La capacitación es un acuerdo del Congreso que compromete a las Ligas: “Quedan obligadas todas las ligas de resistencia a tener un terreno con dos hectáreas de extensión destinadas a la estación de experimentación agrícola local, y a ella pueden acudir todos los asociados a practicar los métodos intensivos”. Con el mismo objetivo habrán de organizar conferencias y reuniones de intercambio.

El crédito y la comercialización no fueron resolutivos expresos, pero se plantearon en el congreso. Dijo el delegado Gamboa: “Si se hace valer el decreto del gobierno prohibiendo el arrendamiento de tierras y si a los que se dedican a la siembra de maíz se les ayuda a que puedan venderlo a buen precio lo seguirán cultivando. Y si además la Caja de resistencia de la Liga les presta dinero ya no tendrán que pedir prestado a los hacendados comprometiéndose a venderles a precios muy bajos”.

Campañas de alfabetización, centros de experimentación agrícola, conferencias de capacitación técnica, una Caja de Resistencia con capacidad de dar prestamos, cooperativas de comercialización y en proyecto también de producción son algunas de las actividades con las que no tanto el gobierno de Yucatán, que entonces presidía Salvador Alvarado sino el Partido Socialista del Sureste y las Ligas de Resistencia impulsan la revolución agrícola que los campesinos yucatecos necesitan.

Una transformación que promueven desde abajo el Partido y las Ligas pero a la que el poder legislativo y el ejecutivo estatales -cuando en ellos domina la izquierda- dotan de visión integral y perspectiva estratégica. Una ley aprobada el 27 de diciembre de 1920 establece en sus considerandos: “Yucatán es de carácter monocultor en la actualidad; pero históricamente está comprobado que sus tierras producen algodón, higuerilla, chicle, maderas preciosas, maíz, frijol, caña de azúcar y otros bienes cuyo cultivo se ha reducido o abandonado. Es indudable que si la dirección económica del estado estuviera entregada en manos competentes se hubiera hecho ya una división de zonas agrícolas. Naturalmente el sistema capitalista aleja la posibilidad de la distribución de la propiedad agrícola e industrial por regiones, lo que sólo es factible cuando el interés comunal está sobre el particular o privado; pero nuestro estado requiere urgentemente tener un granero, es decir una región dedicada exclusivamente al cultivo de cereales de primera necesidad para evitar, o mitigar, los rigores del hambre por carencia de estos productos básicos en la alimentación indígena”.

Esto es lo que hacían y decían los yucatecos hace un siglo ¿Hay ahí enseñanzas útiles para los retos del presente? Creo que sí. •