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Perú: viejo monroísmo y militares antipueblo
U

no. A vuelo de dron, echando una mirada realista sobre el continente, cabe preguntarse hasta dónde la hegemonía estadunidense está en crisis. En Asia, África y parte de Medio Oriente, tal hegemonía viene, en efecto, declinando. ¿Pero en América Latina y el Caribe (ALC)?

Dos. Resta menos de un año para recordar las proféticas palabras del presidente James Monroe, pronunciadas hace 200 años: América para los americanos (2 de diciembre de 1823).

Tres. Tenaces luchas antimperialistas corrieron desde entonces. Sin embargo, los gobernantes y congresistas de ­Washington no parecen dispuestos a mover el dedo del renglón. Y aquel monroísmo (que se creía superado) amaga con renovados bríos en el presente. V. gr.: el golpe contra Evo Morales en Bolivia (2019) y el perpetrado contra Pedro Castillo en días pasados.

Cuatro. ¿Desde dónde retomar, entonces, los ideales de integración, cooperación y unidad de ALC? ¿Desde una Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), paralizada por el presidente Alberto Fernández, uno de los gobernantes más desconcertantes del continente?

Cinco. Hace 40 años, en una didáctica ponencia dictada en la UNAM, el politólogo chileno Antonio Cavalla Rojas (1943-2012) demostró que el sistema interamericano (acordado en 1948, año de constitución de la OEA) no era más que la lectura geopolítica impuesta por Estados Unidos y sus aliados latinoamericanos, desde los tiempos de Monroe.

Seis. “Fue el inicio del periodo –explica Cavalla Rojas– de la geopolítica en ‘seguridad continental’ y ‘seguridad nacional’. Añade: “Los geopolíticos estadunidenses se vistieron entonces de ‘internacionalistas’, posando como teóricos científicos y asépticos entre nuestros estudiantes de relaciones internacionales”.

Siete. La revolución cubana (1959) y la bolivariana (1999) combatieron el viejo monroísmo, caracterizado por anexiones territoriales, expediciones punitivas, torpes golpes de Estado, y el supuesto de la inmadurez geopolítica latinoamericana. Tesis que hasta nuestros días, progresistas y retrógrados, repiten con tozuda necedad.

Ocho. Asignatura pendiente: la revisión, análisis y valoración de las ideas geopolíticas de militares de nuestra América (Cárdenas, Perón, Vargas), que entre los decenios de 1930 y 1960 se atrevieron a pensar en una geopolítica de raíz popular, afincada en lo que el general chileno Carlos Prats (asesinado por Pinochet en 1974) llamó una estrategia geoeconómica. O sea, de dominio nacional de los recursos naturales.

Nueve. En su ponencia, Cavalla Rojas puso de ejemplo el pensamiento geopolítico peruano, que tomó vuelo tras el golpe del general Juan Velasco Alvarado (3 de octubre de 1968), dando paso a una experiencia militar inédita, realizando un conjunto de transformaciones económicas que proyectó a su país con una voz independiente y antimperialista en el contexto internacional (1968-76).

Diez. El núcleo intelectual de la revolución peruana tuvo lugar en el Centro de Altos Estudios Militares (CAEM). Su exponente mejor conocido fue el general Edgardo Mercado Jarrín (1919-2012), imbuido de las ideas de Juan D. Perón, Getulio Vargas y el egipcio Gamal Abdel Nasser.

Once. Básicamente, y en oposición al monroísmo emanado del National War College (y copiado por los militares brasileños), Mercado Jarrín se adelantó varios decenios a su época. Para empezar, estimaba que la bipolaridad entre Oriente y Occidente había sido superada por el desarrollo histórico, y que no regía para los países latinoamericanos. Y luego, que si el Estado es un concepto jurídico, la nación es un concepto sociológico.

Doce. Añade el militar peruano: La fuerza armada no es el gobierno, ni la nación, ni el Estado. Ella pertenece al Estado en cuanto es uno de sus pilares básicos y garantía del ordenamiento normativo.

Trece. Por ello expresa: En definitiva es el gobierno, haciéndose eco de las interpretaciones de los diferentes grupos, en los cuales juega un papel fundamental la participación de las organizaciones de base, a quien compete identificar el interés nacional, y concretarlo en objetivos nacionales.

Catorce. El CAEM velasquista revirtió el uso bastardo y asesino que, en estos momentos, descargan las fuerzas armadas de Perú contra su propio pueblo. En este sentido, Mercado Jarrín afirmó, categóricamente: El fin esencial de toda acción política son las mayorías nacionales, las masas, a las que hay que interpretar y promover.