Política
Ver día anteriorMartes 15 de noviembre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La hidra
L

os recuerdos yacen en un mundo que desapareció en el otro siglo. Las memorias de las hazañas revolucionarias pueblan páginas de una literatura de minorías, o de una historia ajena al mainstream histórico actual. La política de masas con miras al cambio social profundo es sueño no soñado hoy. Muchos que fueron izquierda, se volvieron liberales y neoliberales; acaso piensan que maduraron, quizá juzguen que vivieron pesadillas, tal vez creen en nada; sobrevivir, vegetar en la comodidad, no más pensar en la humanidad y en lo humano. No pensar, sans phrases. Al estilo del movimiento woke. Una comodidad perturbada por la ansiedad.

Izquierda significaba tener la mente y las ganas puestas en alcanzar el socialismo. Un abierto querer la muerte del capitalismo. El fin de la explotación de los trabajadores por el capital. La sepultura del trabajo enajenado. La expiración de la mentira envuelta en el intercambio mercantil entre el capital y la fuerza de trabajo. La superación de la sociedad en la que aparece natural que unos vivan de las ganancias del capital (beneficio industrial, utilidad comercial, ganancia financiera y renta inmobiliaria), y otros del salario.Es que, sabe usted, unos nacieron para lo primero, y otros, para el salario. Natural: la naturaleza pare y cría capitalistas y asalariados y otros explotados por el capital.

El sueño de la superación era grande, y hoy duerme tan profundamente que parece muerto y sepultado. Aunque la índole estructural de la sociedad es la mismísima, y su devastación social empeoró con la globalización neoliberal. Pero las máscaras de sus estafas se desmoronan. Antes la ley era para todos y todos (dizque) éramos iguales ante la ley. Hoy la ley está desnuda: es un instrumento del poder. Los de abajo lo perciben, y esa es una operación de inmenso valor en la conciencia de los dominados, aunque no puedan usarla para manipularla en su favor, como lo hace la clase dominante. Pero no hay engaño.

Los capitales se han concentrado sin pa­rar. Los menos se vuelven fabulosamente millonarios; aun así, ahora tienen más prisa, y mayor es su codicia por acumular. La desigualdad así engendrada es la más aguda de la historia, y esos pocos de arriba no están dispuestos a ceder nada de su terreno ganado. Su propia inmensa acumulación los asusta: esto no puede durar, dice su proceder: pero más, quiero más. No los apacigua el discurso de ultraderecha: los pobres son pobres porque son unos brutos; los pobres merecen ser pobres. Aunque este discurso mentecato es también impotencia. El reclamo de no polarizar muestra su verdad.

El siglo XX fue moldeado por el desarrollo industrial y el capitalismo colonial, pero también por la resistencia de los pueblos, y por una amenaza que podía derrumbarlos: la izquierda socialista. Por eso el capital cedía: auge del sindicalismo, partidos obreros, derechos laborales, seguridad social, Estado de bienestar, fin del viejo sistema colonial. La izquierda ganaba e inspiraba. No obstante, la globalización neoliberal, que hundió a la URSS, también hundió a la izquierda socialista, que no pudo dejar inspiración para una izquierda del siglo XXI.

No todo son ganancias para el neoliberalismo. Ni mucho menos. El neoliberalismo creó un capitalismo destemplado y despiadado, obcecado en capitalizar la educación, la sanidad, el agua, los puertos, los caminos, y todo lo que antes fue servicio público. El neoliberalismo puso al capitalismo contra la pared con sus cada vez más frecuentes crisis; queda cada vez menos por mercantilizar; el capitalismo está ahora en el filo de la navaja con su ya manifiesta incapacidad para volver a impulsar la productividad, fuente histórica de todos sus éxitos. El capitalismo financiero y digital del siglo XXI no puede desandar el camino andado por la estulticia neoliberal. Por si fuera poco, el neoliberalismo fue el vehículo para convertir a China en potencia planetaria: produjo al adversario de las potencias capitalistas históricas, que serán desplazadas, a menos que la guerra nuclear lo impida todo.

La izquierda del siglo XXI es una hidra de mil cabezas que no puede aprender de la experiencia de la izquierda del siglo XX. Mil cabezas que piensan y actúan respondiendo a retos particulares, impulsadas por la indignación originada por la gran diversidad de condiciones detestables de vida de las mayorías del planeta. Es distinta de la izquierda del siglo XX que actuaba más o menos unificada en sus fundamentos teóricos y programáticos, a partir de condiciones nacionales diversas.

La izquierda del siglo XXI tiene que hacerse cargo de la catástrofe climática; de la fuerza transformadora del feminismo antipatriarcal; del mundo nuevo de la geopolítica imperialista, con el surgimiento a la par de un nuevo bloque de potencias emergentes de naturaleza distinta al centro imperialista formado el pasado siglo. Con sus mil cabezas, esa hidra tiene un solo cuerpo. El camino del anticapitalismo del siglo XXI será un nuevo encuentro de la sociedad internacional consigo misma.