Política
Ver día anteriorLunes 31 de octubre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El mundo cambia... y no siempre hacia adelante
A

propósito de las convulsiones políticas que ha vivido el ex imperio británico, antes un paradigma de la estabilidad política y ahora con tres primeros ministros en menos de tres meses, vale la pena reflexionar sobre la tendencia a pensar en que la historia es lineal y está regida por leyes inmutables, apuntando siempre hacia adelante, cuando es muy diferente: es azarosa, veleidosa y contradictoria. No es camisa de fuerza atada a una teoría política, no es racionalidad histórica, es realpolitik.

Una revisión de lo que ha ocurrido en el mundo en los últimos siglos –en dos partes– nos permitirá apreciar que ha habido enormes progresos, pero también grandes regresiones en materia de libertades fundamentales, derechos sociales y activos institucionales. Ninguna conquista es de una vez y para siempre. Tampoco ninguna caída es definitiva.

Comenzando por la propia Gran Bretaña, tierra de la primera constitución política, el primer país en el que se acotó el poder del monarca con un parlamento bicameral y activo, confeccionador del presupuesto y las leyes tributarias; el primer país en elaborar un sistema de indicadores técnicos y cuentas nacionales; el suelo donde fermentó la revolución industrial y la mayor generación de valor agregado en los siglos XXVIII y XIX; uno de los tres pilares de contención del expansionismo hitleriano en la Segunda Guerra Mundial, y la patria de John Locke, el padre del liberalismo clásico. Ahí mismo, hemos visto, en pleno siglo XXI, los mayores dislates autoritarios, autárquicos y antidemocráticos.

Luego de ser uno de los principales impulsores de la Unión Europea y de tener gobiernos socialdemócratas de vanguardia, como el de Tony Blair y su tercera vía, Europa y el mundo –y los propios británicos azorados– vieron como Boris Johnson y un puñado de retardatarios conservadores impulsaron el Brexit y aislaron a un país antes abierto y proeuropeo, lo que causó un daño inconmensurable a su economía.

Después llegó la primera ministra Liz Truss, con el programa más regresivo de la historia moderna: menos impuestos para los ricos y disminución de los programas sociales para los pobres, lo cual generó una crisis financiera que en unas horas derrumbó a la libra esterlina, para no hablar de las protestas sociales.

En Italia, luego de tener al último grande entre los pensadores socialistas, Antonio Gramsci, el teórico del bloque hegemónico para ampliar la lucha de los obreros a los campesinos y los sectores medios populares, pasamos décadas después a un gobierno oligárquico de frivolidad y telecracia, el de Silvio Berlusconi, para descender, en este 2022, al gobierno más derechista desde Benito Mussolini, y que emula a ese régimen: la nueva primera ministra Giorgia Meloni, al frente de un bloque neofascista.

Decía que la historia no es lineal, y prueba de esto es la amenaza que hoy pende sobre los derechos sociales de los deciles de menores ingresos de la sociedad italiana, los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo, el derecho de cada individuo a sus preferencias personales y, sobre todo, la mayor amenaza de todas: una embestida contra los migrantes.

En Francia, origen de la icónica revolución que consagró los derechos del hombre y el ciudadano, que trasladó los poderes reales del monarca a la cámara de los comunes, y que más tarde devoró a sus hijos Danton y Robespierre en la guillotina, acusados de corrupción y crimen político, así como Marat, asesinado en su casa en una lucha fratricida que no cesaba, pero al fin y al cabo una revolución que legó al mundo las libertades políticas, el embrión de los derechos humanos y la ciudadanía sin restricciones patrimoniales; por eso es una tierra de izquierdas y derechas ilustradas, donde han figurado lo mismo François Mitterrand y Michel Rocard, que Charles de Gaulle y Giscard d’Estaing.

Pero una Francia que en el siglo XXI vio nacer, mirando hacia el retroceso, a dos Le Pen, padre e hija, Jean y Marine, enemigos acérrimos de la igualdad de los seres humanos, de las libertades fundamentales, de los derechos sociales y de la emigración en busca de nuevas oportunidades. El mundo debe agradecer a quienes han impedido que se consuma la victoria de estos activistas del neofascismo, comenzando por el actual presidente Emmanuel Macron, centrista apoyado indirectamente por figuras de izquierda como François Hollande.

En España, pasamos del dictador Franco a un gobierno civilista, alternando entre dos bloques de derecha e izquierda, aglutinados en torno al Partido Popular y el Partido Socialista. Pero ahora vemos cómo han ido emergiendo expresiones neofascistas de ultraderecha: facciones del propio Partido Popular y sobre todo el movimiento Vox, abiertamente proimperialista, hostil a los inmigrantes y desdeñoso de las culturas prehispánicas de América, a quienes retrata como bárbaras e incivilizadas.

La lección es clara, y lo profundizaremos en la siguiente colaboración: el pensamiento progresista y democrático ha ganado importantes batallas, pero la guerra no está ganada: el mundo seguirá cambiando, pero no tiene un formato prestablecido. La lucha política por las libertades fundamentales y los derechos sociales tendrá que seguirse librando todos los días.

* Presidente de la Fundación Colosio