Política
Ver día anteriorMartes 4 de octubre de 2022Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Giorgia Meloni
O

currió como se anunciaba: la derecha posfascista ganó la elección de Italia, el país con la tercera mayor economía de los 28 asociados en la Unión Europea (UE). Múltiples miradas de dentro y fuera de Europa temen ahora verse en ese espejo: ¿la ultraderecha extrema, fascista, es el futuro? La fiamma tricolore, emblema ultranacionalista del partido Fratelli d’Italia (FdI) de Meloni, pertenece de origen al partido Movimiento Social Italiano, creado por seguidores de Benito Mussolini. Ese emblema, el más antiguo símbolo de la ultraderecha italiana, ya ondea sin pudores, al lado del lema Dios, Patria y Familia, proferido literalmente con furia, por Meloni. El afamado emblema fue expresamente diseñado para oponerlo a otro más antiguo: el de la hoz y el martillo.

FdI obtuvo en la elección reciente 10 puntos porcentuales más que la suma de los alcanzados por sus aliados, los partidos de derecha de Berlusconi (Forza Italia) y Salvini (La Lega); FdI es aliado del partido de extrema derecha español Vox, del partido nacionalista gobernante de Polonia Ley y Justicia y del partido Demócratas de Suecia, que surgió de un movimiento neonazi.

Meloni alcanzó la victoria con la participación electoral más baja desde la Segunda Guerra Mundial. No obstante sus hasta ahora habituales estridentes gritos propagandísticos fachos, no saldrá al balcón del Palazzo Chigi, sede del gobierno italiano, a agitar su emblema y su lema, de derecha ultranacionalista. Evitará excitar las muy turbadas aguas de Bruselas, sede de las instituciones de la UE y, sobre todo, del Banco Central Europeo (BCE). Dice la página web de la UE: El presupuesto a largo plazo de la UE y NextGenerationEU, el instrumento temporal concebido para impulsar la recuperación, constituyen el mayor paquete de estímulo jamás financiado en Europa. Ambos instrumentos fueron aprobados en julio de 2020, y el principal beneficiario es Italia, con 235 mil 120 millones de euros, casi un tercio del presupuesto. El alcance de este impulso astrónomico es en buena medida obra de Mario Draghi, primer ministro renunciante que llevó a la elección de Meloni, y presidente del BCE de 2011 a 2019.

El monto asignado a Italia está atado a la Agenda Draghi, una serie de 63 reformas modernizantes neoliberales comprometidas por el ex premier con Bruselas. Meloni no renunciará a esa plata y, por tanto, se alineara a la agenda. Ocurre, sin embargo, que uno de cada cuatro electores italianos votó Meloni no porque sea heredera de Mussolini, sino porque ofreció al sector más débil del país –ahora protegido por Dios, la patria y la familia– protección frente al desastre social provocado por las prácticas neoliberales de Berlusconi y Salvini, por la izquierda moderada del M5S (Movimiento Cinco Estrellas ), y por la también izquierda moderada del Partido Democrático. ¿Izquierda?

La política neoliberal continuará y Meloni reducirá sus promesas de campaña: “No hay mediaciones posibles; se dice sí, o se dice no: sí a la familia natural, no a los lobbies LGBT; sí a la identidad sexual, no a la ideología de género; sí a la cultura de la vida, no al abismo de la muerte [aborto]; sí a la universalidad de la Cruz, no a la violencia islamita; sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva; sí al trabajo de nuestros ciudadanos, no a las grandes finanzas internacionales; sí a la soberanía de los pueblos, no a los burócratas de Bruselas” (cierre de un discurso en un mitin de Vox, unos días antes de la elección italiana). Las dos últimas soflamas, toparán impotentes con Bruselas; el resto chocará dramáticamente con una gran parte de la sociedad italiana.

Meloni es posfascista porque hace mucho tiempo que los partidos fascistas italianos abandonaron su creencia en el totalitarismo de Estado y se abrieron y acercaron a los partidos de la derecha. Es raro que, habiendo sido ministra a las órdenes de Silvio Berlusconi, no haya comprendido que no es posible desterrar la hegemonía neoliberal con un manotazo sobre la mesa.

Como en tantos países esa hegemonía se enfrenta a una resistencia que no logra sacudírsela. Vivimos, así, hace mucho tiempo, una parálisis crítica. La lucha de los pueblos no puede consistir sólo en resistir. Los partidos de izquierda verdadera son poca cosa sin un movimiento social vigoroso que cuente con el mundo del trabajo. La hegemonía neoliberal, sin embargo, ha comportado la introyección de un individualismo profundo: los asalariados terminaron por aceptar, por ejemplo, que el salario no es resultado de un sistema de negociación colectiva, sino de pagos individuales que remuneran el capital humano: lo que no hiciste tú para invertir en el crecimiento de tus propias capacidades y destrezas, se traducirá en tus bajos ingresos, es tu responsabilidad.

A la luz de la elección en Italia, las izquierdas ya plantean la necesidad de su refundación. Es parte de la hegemonía neoliberal: la política está restringida a las élites políticas, desvinculada de la vida real de las sociedades.