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Nosotros ya no somos los mismos

Periodismo honesto y libertario

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La Jornada realizó el pasado día 28 un homenaje a Josetxo Zaldua Lasa, quien fuera coordinador general del periódico, a un año de su fallecimiento.Foto José Núñez
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jalá la multitud haya tomado en consideración la titánica (aunque fuera tintánica, no podría ser más divertida) empresa que la osada columneta se ha echado a cuestas al proponerse presentar a ustedes unas bien informadas figuraciones en torno a la atinada y factible –como todas suyas– propuesta que ante la opinión pública nacional presentó el señor Vicente Fox Quesada a fin de que los cinco ex presidentes vivos (los que no lo estén pueden, exhibiendo su acta de defunción, ser legalmente exculpados por su inevitable ausencia) pudieran reunirse con el actual titular de Poder Ejecutivo porque ellos, los seis, unidos representan, indudablemente, los sentimientos de la nación. Hablar de todo y de nada, pero que el pueblo los vea juntos, fraternos y optimistas. Cada uno representa una diferente forma de pensar (para ser honesta, la columneta acota: ciertamente no todos). Pero hay algo indudable: su amor profundo y sincero hacia el pueblo del que todos forman parte. (La columneta vuelve a deslindarse). Por encima de personales ambiciones (legítimas, por supuesto, las de cada uno) y de diferencias aparentemente insalvables, un tricolor cordón umbilical los une en una común madre… patria. La semana pasada croniqué dónde habían pernoctado el señor y la señora Fox y cómo se habían trasladado a Palacio Nacional. Solamente me faltó comentar que él, por indicaciones de la señora, iba envuelto, como momia egipcia, en vendas blancas de pies a cabeza, para invisibilizarlo y no correr riesgos de ser reconocido y lapidado. La segunda gran sorpresa de la mañana fue ver descender de la ambulancia a la grácil Marta disfrazada de Florencia Nightingale (Italia 1820/Londres 1910), considerada la creadora del primer modelo conceptual de la enfermería. Tras agria pero breve discusión, los cónyuges tuvieron que entrar por la calle de Corregidora.

Segundos después, don Carlos Salinas hacía su arribo. Llegó en una minitanqueta, de las presumidas por la Sedena el 16 de septiembre. Lo hizo, camuflajeado: uniforme de combate, de esos verdes con gris que no engañan ni a una ardilla, pero que, según cuentan los proveedores de armamento, descontrolan a los sensores electromagnéticos e indican por el calor corporal la presencia del enemigo. Al llegar vio a Fox y, de inmediato, se dirigió hacia los baños, prefería encerrarse en el retrete el tiempo necesario para no tener que intercambiar señas, ademanes y, en extremo insólito, hasta palabras, con el inusitado sucesor del año 2000. Para su fortuna, en ese momento (7:50) hicieron su aparición los restantes ex.

Desafortunadamente, una vez más la columneta no podrá dar cuenta sino de su atuendo, pues no quiere dejar pasar este lunes sin hacer referencia a una ceremonia no alegre, pero menos aún doliente. Sí, en todo caso, profundamente emotiva, sincera (pronuncian en mis rumbos y, ciertamente, se oye mejor): La absolutamente merecida instalación de una placa con el nombre de Josecho Zaldua en el espacio destinado a las tareas en las que la comunidad de trabajo de La Jornada se empeña, cotidianamente, en ser la voz de aquellos a quienes se les escatima. Recuerdo que cuando Zaldua y yo nos conocimos, en automático nos caímos mal. Para él yo era un intruso sin derecho a ocupar un espacio, por cientos pretendido, en el diario en el que, si bien no era mano, sí un importante dedo. Como tal se comportó siempre: colaborador no sólo eficientísimo sino profundamente leal al diario y a su dirección. La Jornada fue en México su vida, y, su vida en México, el ejercicio de un periodismo honesto, libertario y muy bien hecho. Durante años forjó, conciente o impulsivamente, no su imagen si no su realidad: hosco, intransigente, gruñón pero al tiempo, comprensivo y solidario. Así vivió sus días y noches en las casas que habitó al parejo con sus compañeras y compañeros de trinchera y con Sandra y Amaia, las murallas infranqueables de su refugio. Gracias Josecho por ayudar a dar nombre a la columneta.

Jorge Fons abrazó la tradición de Luis Buñuel, primero, y de Luis Alcoriza, después, quienes hicieron del cine un ensayo visual sobre la identidad mexicana. Fue también un traductor de la literatura al cine; sus adaptaciones cinematográficas de las novelas de Mario Vargas Llosa ( Los cachorros), de Vicente Leñero ( Los albañiles) y del premio Nobel egipcio Naguib Mahfuz ( El callejón de los milagros) dialogan con las obras y las reinventan.

Fue también un director comprometido social y políticamente. Su visión del mundo, de la historia y de la justicia se resumen en su gran documental sobre Vietnam, pero, sobre todo, en la que sería su película más significativa: Rojo amanecer, su retrato en clave familiar e íntima del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco. Con su muerte perdemos a un creador artístico excepcional: director, productor, autor, actor, al tiempo que a un compañero singularmente afectuoso y solidario. Alguna vez platicando sobre las películas que a cada uno le gustaría dirigir o producir me contestó: “¡Claro que me gustaría hacer La cabeza de la hidra!, pero a esa película Leduc le ha hecho mucho la lucha, esa a él le corresponde. Así era Jorge Fons. El día de ayer en la página 6 de la sección de espectáculos de La Jornada de Enmedio, aparece un reportaje de Sergio Raúl López, en el que refiere que especialistas y colaboradores de esta importantísima realización aseguran que existe, en algún laboratorio de Estados Unidos o dentro de los anaqueles del mercado negro, algún ejemplar íntegro de la cinta Rojo amanecer. Obviamente, dar con ese original y hacerlo público sería para Jorge el mejor homenaje. Si en la tarea algo puede contribuir la columneta, háganselo saber.

El próximo lunes nos veremos con los ex, en Palacio Nacional.

Twitter: @ortiztejeda