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Echeverría y Caperucita Roja
A

principio de los años 70, sin que recuerde la fecha exacta, una joven amiga me dijo que ya no era posible tolerar el terror que se ejercía contra el pueblo mexicano y que contra ese mal era necesario responder con las armas. Varios días después su madre llegó a mi casa, ya que la chica había desaparecido y no tenía idea dónde se encontraba. Yo también ignoraba su paradero. Posteriormente me enteré que esa muchacha se había convertido en guerrillera y había sido acribillada por el Ejército en el sureste de México.

El terror como política predominante en un Estado es por lo general coyuntural, aunque puede ser de larga duración, como en varios países de Europa ocupados por las tropas nazis. Sin embargo, el poder no puede solidificarse si uno se sienta sobre las bayonetas, como decía el marqués de Mirabeau. En el siglo XX han existido estados dinosáuricos, como los encabezados por los dictadores Leónidas Trujillo o Anastasio Somoza, que usaban constantemente la violencia contra sus propios pueblos. También hubo déspotas modernizadores, como los que encabezaron tiranías en el Cono Sur con objeto de aniquilar los movimientos populares y exterminar a muchos luchadores sociales.

Sin embargo, un Estado requiere en forma apremiante el consenso de sus gobernados y de ser posible su adhesión entusiasta; de lo contrario, los cimientos de su poder serán muy frágiles; en México, durante la década de 1960, hubo movimientos populares que impugnaron severamente al régimen autoritario prevalente y entre esos movimientos el que tuvo el punto cimero fue el estudiantil de 1968, brutalmente agredido el 2 de octubre de ese año. No hay que olvidar las luchas de los maestros y médicos, así como los alzamientos guerrilleros en varios lugares de la República.

Luis Echeverría Álvarez (LEA) arribó a la Presidencia en 1970. A inicios de esa década un grupo de intelectuales proclamó: Echeverría o el fascismo. Para ellos, si el gobierno continuaba con las prácticas represoras de la administración de Gustavo Díaz Ordaz, la nación caería en el abismo del fascismo y por ello había que apoyar a LEA, que de inmediato se presentó como legítimo heredero de espíritu juarista y de Lázaro Cárdenas.

Una de las maniobras más eficaces de LEA fue precisamente seducir a intelectuales famosos y además prohijar una efebocracia con objeto de lograr el apoyo juvenil a su gobierno, recordando que tanto los promotores ideológicos como los jóvenes habían sido decididos adversarios del genocida Díaz Ordaz; una meta sustancial del echeverrismo consistía en la neutralización y la domesticación de la izquierda, al presentarse él mismo como un magnífico abanderado de las luchas populares, no sólo en México, sino en varias partes del mundo. Con sus típicas artimañas, sembró la confusión y provocó multitud de resquebrajaduras entre los grupos de luchadores avanzados.

Lo que el echeverrismo no combatía era lo mismo que había originado el gran descontento popular en muchas décadas anteriores. En el país la explotación económica y la opresión política y cultural habían devenido protuberantes, la democracia representativa brillaba por su ausencia y el subdesarrollo nacional era cada vez más pronunciado. En la época de LEA la luna de miel con los grandes empresarios llegó en muchos momentos a la cúspide, pese a notorios conflictos que el presidente tuvo con magnates como los que dominaban la economía regiomontana.

LEA impulsó una redistribución más equitativa del ingreso y en política exterior se mostró como aliado del presidente socialista Salvador Allende y con frecuencia mostraba simpatía por la revolución cubana. Recuerdo que el gobierno tuvo el tino de asilar a muchos exiliados chilenos que impulsaron la educación y las culturas nacionales, pero tampoco me olvido de que varios compañeros de la causa chilena y yo le pedimos al secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, que no sólo se asilara a los chilenos, sino a miembros de otras nacionalidades que estaban en la patria de Pablo Neruda cuando el golpe de 1973. Las peticiones no fueron aceptadas.

Quienes realmente abogaban por la resolución de los grandes problemas nacionales fueron reprimidos y por ello comenzó la guerra sucia, un combate abierto y de vocación genocida contra multitud de movimientos populares y muchos de sus principales dirigentes. Más que proclamar Echeverría o el fascismo los jóvenes de entonces proclamamos Echeverría y el fascismo larvado. Los miembros de agrupaciones izquierdistas éramos constantemente hostilizados, vigilados y en muchas ocasiones amenazados de muerte.

Indudablemente LEA intentó lograr diversas bases de apoyo en sectores del pueblo mexicano y lo consiguió parcialmente, pero, a fin de cuentas, los aspectos más tétricos de su gestión tuvieron mucho más peso que los positivos. LEA fue el lobo populista disfrazado de abuelita que pretendía engañar a Caperucita Roja, o sea, a la sociedad mexicana. Pero ya estamos en 2022 y las caperucitas y los caperucitos están mucho más avispados y politizados; la experiencia histórica ha infundido una madurez mayor a los habitantes de este sufrido país, aunque todavía falta mucho camino por recorrer para establecer una auténtica democracia donde las principales tomas de decisiones sean de uso corriente entre la gran mayoría de los mexicanos tanto los que se encuentran en el territorio nacional como los que se encuentran fuera de él, principalmente los que están en Estados Unidos. Como apunta Luis Hernández Navarro ( La Jornada, 12/7/22), LEA pasa a la historia no por lo que aparentó ser, sino por lo que realmente hizo.