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EU, México y la geopolítica del petróleo
A

l despuntar el siglo XXI, tras los atentados terroristas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, el presidente de Estados Unidos George W. Bush y sus consejeros buscaron sostener el declinante poder político global del imperio con base en un potente aparato militar, una economía y diplomacia de guerra permanentes y la perpetuación de un clima de inestabilidad caótica con eje en el miedo. Ya entonces, la caída relativa de la capacidad industrial de EU exhibía la erosión de la hegemonía imperial en el mundo. No obstante, el grupo de neoconservadores que rodeaba a Bush Jr. (Rumsfeld, Wolfowitz, Armitage, Perle et al.) desempolvó el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano de 1997 y The NewYork Times Magazine y The Wall Street Journal amplificaron la idea de que cierta dosis de imperialismo y expansionismo estadunidense podía ser la mejor respuesta al terrorismo. Como señaló entonces Michael Ignatieff, la guerra de EU contra el terror era un ejercicio de imperialismo ( Times Magazine). La invasión a Afganistán (2001) fue seguida del golpe de Estado frustrado del Pentágono y la CIA en Venezuela (2002) y la invasión militar a Irak (2003), ambos países productores de hidrocarburos y miembros de la OPEP. Se repetía la vieja historia iniciada por EU en Irán en 1953, con el derrocamiento de Mossadegh, siempre con el señuelo de establecer la democracia.

Más allá de las teorías conspiracionistas (los intereses del clan Bush y el vicepresidente Dick Cheney en la industria petrolera), todo tiene que ver con los afanes geopolíticos y los hidrocarburos. Por esos días, M. Klare dijo en La Jornada que quien controle Oriente Próximo controlará el grifo global del petróleo en el futuro próximo. Ya antes Henry Kissinger había sentenciado: Controlad el petróleo y controlaréis las naciones; controla la comida y controlarás a la gente (la actual agenda de Davos). El petróleo mantiene en movimiento a los ejércitos y la infraestructura industrial del mundo. Para EU el acceso al hidrocarburo era cuestión de seguridad nacional. De allí los intentos por derrocar a Hugo Chávez y Saddam Hussein; por estabilizar o reformar al régimen saudita, y consolidar su posición en Turquía y Uzbekistán para controlar las reservas de petróleo de la cuenca del Caspio. Objetivo: cerrarles el grifo a Europa, Japón y China.

En 2003, la política de EU hacia Irak generó brotes de resistencia de Alemania, Francia, Japón y China, y asomaron los perfiles borrosos del bloque de poder euroasiático que Halford Mackinder había previsto como candidato al dominio geopolítico del orbe, tan temido por Kissinger. De allí que junto a su poder militar (con sus guerras de baja intensidad, sus revoluciones de color y sus operaciones encubiertas), las sanciones (castigos) y los bloqueos económico-financieros y el terrorismo mediático, el imperialismo cultural se convirtió en un arma importante para asentar la hegemonía de EU mediante una combinación variable de consentimiento y coerción (incluidas invasiones y la eliminación de enemigos), a fin de afianzar la dominación y el liderazgo intelectual y moral de Washington.

Dominación que en América Latina se había impuesto en los dos siglos anteriores al amparo de la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto, mediante una combinación de relaciones comerciales privilegiadas, patronazgo, clientelismo, coerción encubierta y golpes de Estado, y en su último tramo, vía la financiarización de la economía a través del Consenso de Washington (1989), como ejercicio de poder del complejo Wall Street-Departamento del Tesoro-FMI/Banco Mundial/BID, que, a través del Estado neoliberal, impulsó una serie de megaproyectos a escala continental, que profundizó lo que David Harvey ha denominado acumulación por desposesión, remedo contemporáneo de la acumulación primitiva u originaria descrita por Marx en El capital, basada en la violencia, el saqueo, el fraude, la usurpación y el despojo de bienes comunales.

En 1992, con la mira puesta en la privatización de Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad, EU había logrado negociar con México el Tratado de Libre Comercio de América del Norte: la alianza entre el tiburón y la sardina (que entró en vigor en 1994), al unísono de la contrarreforma energética de Carlos Salinas que abrió el camino a la enajenación de los recursos gaseros, petroleros y mineros del subsuelo.

Durante la presidencia de Vicente Fox (2000-06), y a la par del diseño de nuevos corredores económicos en el mundo (como el acuerdo Rusia-Irán-India para instaurar una ruta comercial euroasiática más corta y barata a través del mar Caspio, en lugar del Canal de Suez), EU lanzó el Plan Puebla-Panamá, como parte de un proyecto de reordenamiento territorial de facto que introdujo a México de manera furtiva en la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte (2005). La ASPAN incluyó una integración energética transfronteriza (gasoductos y tendidos de redes de electricidad desde EU al Canal de Panamá a través de México) subordinada a Washington y megaproyectos del capital trasnacional que subsumieron los criterios económicos a los de la seguridad de la potencia hegemónica, con una normativa supranacional que hizo a un lado el control legislativo en el socio más débil del eslabón: México. Mientras, se impusieron leyes contrainsurgentes que criminalizaron la protesta y la pobreza y acentuaron el disciplinamiento social.

Con Felipe Calderón (2006-12), el PPP mutó a Proyecto Mesoamericano, incorporando la seguridad democrática del autócrata colombiano Álvaro Uribe en clave de Iniciativa Mérida, que de la mano de la CIA, la DEA y el Pentágono militarizó y paramilitarizó a México, y se convirtió en zonas económicas especiales con Enrique Peña Nieto (2012-18). Hoy, bajo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, el viejo anhelo decimonónico del imperialismo estadunidense de controlar el Istmo de Tehuantepec, cobra vida a través de un corredor interoceánico que enlazará Coatzacoalcos, en el Golfo de México (océano Atlántico) con Salina Cruz, Oaxaca (océano Pacífico), interrelacionado de manera dinámica con otros dos megaproyectos: el Tren Maya en la península de Yucatán y la refinería Olmeca, en Dos Bocas, Tabasco. Los tres, como nuevos enclaves para la acumulación de capital por despojo.