Número 167 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
Efraim Hernández Xolocotzi (1913-1991). H. Iltis (Chapingo,1977)

EditorialLa tecnociencia a debate

El desarrollo materialista impulsado por la ciencia occidental ha dejado de lado los aspectos éticos, al suponer que el crecimiento material conlleva el bienestar social. Este supuesto no está respaldado.

Efraim Hernández Xolocotzi. Agricultura campesina ¿obstáculo o alternativa? Seminario en el Colegio de Posgraduados, 1988.

La gente de campo y en particular los “agrónomos de guarache” como Efraím Hernández Xolocotzi, el “maestro Xolo”, siempre supieron que la ciencia y la tecnología no son neutrales y que las formas de producir que el capitalismo impulsa en la agricultura erosionan tanto los ecosistemas como las comunidades

La agricultura moderna como parte del desarrollo capitalista tiende a homogeneizar a los genotipos y a los agroecosistemas. Su multiplicación de los procesos degradativos se debe al objetivo de máximas ganancias…

Que la ciencia y sus aportes tecnológicos no son imparciales y están marcados por la lógica, prioridades e intereses dominantes en el sistema que las cobija, no es algo que todos acepten. La presunta neutralidad del conocimiento científico y su condición de intachable motor del desarrollo humano son mitos fundacionales de la modernidad; un orden prometéico donde a lo más se acepta que la ciencia pude usarse mal, pero no que sus propios paradigmas pudieran estar sesgados.

Es casi un lugar común criticar la iniquidad de las relaciones sociales propias de la economía capitalista, en cambio es más reciente el reconocimiento de los daños que en el trabajador y el consumidor producen el modo material de producir y la materialidad misma de los productos.

Desde siempre sabemos que las relaciones laborales que establece el orden del gran dinero son relaciones de explotación, pero hoy sabemos que también su tecnología y sistemas de trabajo dañan físicamente a los trabajadores de la misma manera como los productos así generados enganchan y dañan a los consumidores.

El precio de un producto esconde una relación de explotación, su seductora envoltura muy probablemente oculta el daño a la vida que ocasionó su producción y ocasionará su consumo. El mal sistémico acecha tras del valor de cambio de sus mercancías, pero también tras de su valor de uso.

Por fortuna esto se ha ido reconociendo y hoy por el etiquetado de los alimentos podemos saber si su producción fue orgánica es decir libre de agrotóxicos y si contienen sodio, calorías, azúcares o grasas en exceso. Lo que hay detrás de estos avisos es un sistema productivo peligroso que en su afán de lucrar no solo despoja del valor de su trabajo al trabajador también daña su organismo y el de los consumidores.

Un par de ejemplos. El monopolio es económicamente pernicioso pues aumenta sus ganancias a costa de reducir la competencia de la que depende el incremento de la productividad; el monocultivo es ambientalmente pernicioso pues aumenta los rendimientos a costa de reducir la diversidad ecosistémica de la que depende la fertilidad. Monopolio y monocultivo: perversiones económicas y agroecológicas simétricas que hay que combatir por igual.

En los ochenta del pasado siglo una parte de los campesinos mexicanos concluyó que mientras los acaparadores, la agroindustria y el sistema financiero les impusieran sus reglas los pequeños productores serían bolseados. Y discurrieron que para liberarse era necesario “apropiarse del sistema productivo” mediante organizaciones económicas autónomas: comercializadoras, agroindustrias, financieras, aseguradoras… Y con sus asegunes, estuvo bien.

Pero con el tiempo estos y otros campesinos se dieron cuenta de que no bastaba con apropiarse del proceso productivo, era necesario revolucionarlo. No podían quedarse en controlar los eslabones económicos de la cadena, había que trasformar también los procesos tecnológicos y con ello la calidad de lo cosechado. Primero fue para acceder a mercados que demandaban productos saludables; pero pronto se dieron cuenta de que, aunque más laboriosos, los procedimientos “orgánicos” cuidaban la salud del productor y la salud de los ecosistemas. Entonces se volvieron ecologistas… y estuvo bien.

Así como el unilateral y asimétrico extensionismo sirvió para imponer los insumos tóxicos y la tecnología agresiva de la revolución verde, la recuperación y desarrollo de insumos inocuos y tecnologías amables demanda un esfuerzo técnico multilateral, respetuoso y dialogante en que participen tanto campesinos como portadores de conocimientos formalizados.

No es una idea nueva. Ya la predicaba hace más de cuarenta años el maestro Xolo para quien era claro que en los conceptos, valores y prácticas de la agricultura campesina se pueden encontrar respuestas a la catástrofe provocada por el productivismo, de ahí que sus saberes deban ser reconocidos, estudiados y desarrollados con el auxilio de la ciencia formalizada.

El sistema de investigación resultante de un enfoque tecnócrata de desarrollo agrícola no capta la importancia de la agricultura campesina para coadyuvar a resolver los problemas

En el estudio de la economía campesina hay que considerar su estructura y función, la racionalidad de las prácticas agrícolas aplicadas en el manejo de los recursos y los mecanismos propios degeneración, de transmisión y de aceptación de conocimientos…

Por todo lo dicho es muy celebrable que la política de autosuficiencia y soberanía alimentaria de la 4T vaya dirigida principalmente a los campesinos y que dos de sus principales programas: Sembrando vida y Producción para el bienestar, tengan un enfoque expresamente agroecológico.

En el caso de Producción para el bienestar, las Escuelas campesinas son Comunidades de aprendizaje donde agricultores y promotores (uno social y otro productivo), recuperan, intercambian y desarrollan conocimientos agropecuarios en un ejercicio cuyo paradigma no es el “tecnócrata” y “materialista” de la tecnociencia occidental, sino el holista y ético de los pueblos agrarios; que no es lo mismo maximizar a toda costa las ganancias que procurar el bienestar presente y futuro.

Así como los policultivos que remedan a los ecosistemas naturales son más sostenibles que las siembras de una sola planta, así los trabajos en colectivo son más eficientes que los que se realizan por separado. Y no solo ni principalmente por economía de escala sino también y sobre todo por la confluencia de capacidades, saberes y recursos que hacen posible. El sistema en que vivimos es hostil a los pequeños productores y los labriegos de todo el mundo han aprendido que solo trabajando y luchando juntos es posible hacerle frente. Escasos de tierras y de capital la mayor riqueza de los campesinos es la organización.

Está bien que las transferencias monetarias de Sembrando vida y Producción para el Bienestar lleguen a los campesinos directamente y no a través de organizaciones clientelares que los desviaban. Pero, así como quienes participan en las Escuelas campesinas se organizan para intercambiar y desarrollar conocimientos agrícolas, así podrían organizarse para producir los insumos, para acopiar y comercializar el producto que sale al mercado, para procesar algunas cosechas, para acceder al crédito... más todas las necesidades familiares y comunitarias que se acumulen, que sin duda serán mejor atendidas si se suman esfuerzos que si cada quien le busca por su lado.

El gobierno no puede forzar la organización de los campesinos y cuando lo hizo las agrupaciones inducidas duraron poco, véanse los casos de los presidentes Luis Echeverría y Carlos Salinas, aunque también el de Lázaro Cárdenas. Sin embargo, así como en las Comunidades de aprendizaje se aprende a mejorar semillas, hacer compostas o combatir plagas así se podrían intercambiar experiencias de trabajo conjunto y discutir los pro y contras de las diversas formas asociativas. Porque bien vista la organización de los productores es una ecotécnia… y la más importante porque con ella se procuran las demás. •