Opinión
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Contra la corriente de la historia
P

ara muchos, la terrible experiencia del 2 de octubre de 1968 fue suficiente. Para otros más jóvenes, la del 10 de junio fue la que sobrepasó la paciencia de la que depende el ser ciudadano. Ambas mareas desembocaron en la convicción de que sólo quedaba la guerra revolucionaria, la eventual demolición del Estado heredado de la Revolución.

No es adecuado decir, como recientemente se ha dicho, que ésta fue la alternativa principal emanada de aquellas inolvidables jornadas. Frente a este discurso que pronto se tornó práctica militar y de enfrentamiento, siempre estuvo el enarbolado por los principales dirigentes del movimiento que en 1971 fueron liberados de su injusta e ilegal prisión. Lo mismo puede decirse de los planteamientos formulados por el ingeniero Heberto Castillo y poco después por Demetrio Vallejo, quien había sufrido más de 10 años de cárcel junto con Valentín Campa y otros dirigentes.

Por su parte, don Rafael Galván y sus compañeros del STERM pusieron en alto un discurso de inspiración proletaria que a la vez se presentaba como reivindicación de lo mejor del nacionalismo popular forjado por la propia Revolución. De sus iniciativas emanaron otras más ambiciosas y complejas, como la Declaración de Guadalajara o el Frente Nacional Popular, que reflejaban convicciones democráticas y patrióticas.

A cuentagotas, desde el poder se fue abriendo paso la idea de que era indispensable abrir espacios donde cupiéramos todos; así se dio paso a la reinvención y fusión de partidos, como ocurrió con la coalición de izquierda, a nuevas miradas de valoración de la política, pero también de la importancia de un Estado renovado por las emulsiones políticas que se alimentaban de vastas corrientes de reclamo social que muchos veían como la sucesión obligada del reclamo democrático estudiantil.

Lo que resultó de todo ese magno proceso de cambio fue un teatro híper poblado por caracteres disímbolos, pero con ambiciones de apropiación política de la política, pero se dejó de lado el reclamo social; exigencia que hubo de acomodarse a mutaciones estructurales de la economía y del mundo laboral, hostiles en su mayoría a esa justicia social que proclamaban los destacamentos sindicales de la década de los 70, quedando el cambio político en deuda con los contingentes que más habían contribuido a la pedagogía democrática, desde las propias bases sociales del país, y cuya tradición de alianza con el Estado había sido conculcada por el propio Estado.

La realidad se ha probado compleja y rejega al encuadramiento, y la experiencia fundadora de la corriente democrática priísta mostró la eficacia histórica que todavía tenía esa visión. Al mismo tiempo, parece indudable que el ímpetu reformista de instituciones políticas que desembocó en el IFE y en el sistema plural de partidos, así como en las varias alternancias pacíficas, en y frente al sistema político de partido casi único, ha dado de sí. Queda una democracia insuficiente e ineficiente que no incluye ni genera políticas de transformación económica que tengan a la cuestión social en su horizonte y corazón.

Con la crisis que vive el planeta y la búsqueda de alternativas en muchas de las naciones avanzadas, el mundo cerrado de la globalización tiene que explorar caminos y territorios antes vedados, que incluyen la defensa y mejora de la democracia para, ahora sí, ponerla al servicio de la reforma social.

La pequeñez de los emprendimientos anunciados por Morena, demoler la institucionalidad electoral y enaltecer las palancas de una democracia participativa que no se sostiene sin democracia representativa eficaz, se ha vuelto evidente en sus alcances, pero también en sus peligros. Las hostilidades contra la institución electoral y sus consejeros pone en riesgo la estabilidad del sistema político y puede devastar los propios cimientos del entendimiento político sobre el cual hemos construido. Defectuoso y oxidado, pero todavía apoyo desde el cual es posible enfrentar las conmociones y proponerse proyectos de renovación de estructuras e instituciones.

Hay que exigir un cambio semántico de fondo. Proponer para convencer de la necesidad urgente que tiene México de cambiar de rumbo y curso. El alejamiento de la 4T de la corriente histórica principal del cambio mexicano es un extravío que no se compensa ni con hogueras contra consejeros electorales ni con persecuciones abstractas de funcionarios abusivos y corruptos. Tampoco con fútiles litigios imaginarios y no tanto.