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Volver y reafirmar
E

n su reciente informe, a tres años del triunfo electoral, el Presidente volvió, con firmeza, sobre la línea de sus andares previos. En Palacio Nacional, recalcó la ordenanza básica del fenómeno ciudadano que lo llevó a ser mandatario de esta República. Dio por sentado el significado de la voluntad colectiva de cambiar el, hasta entonces vigente, régimen político. Y, confiado en la congruencia de sus trabajos, volvió a presentarse inserto en la transformación iniciada desde el mero inicio de su gobierno. Y no sólo hizo tal recordatorio, sino que apuntó al horizonte hacia delante. En verdad, un acto de significación al que no se le puede negar el masivo apoyo ciudadano. Podrá sí, y para algunos, no estar de acuerdo tanto en la orientación programática seguida como en la manera de instrumentarla, pero no negar la pretensión de continuidad.

En el patio de honor de Palacio se volvió a constatar la reciedumbre para perseverar en su alto compromiso con él mismo y con la mayoría que le dio su voto al modelo propuesto. Uno que, desechando el de acumulación y concentración desmedida, clame por una sociedad crecientemente igualitaria. Esa huidiza patria donde se vivencie el trayecto ascendente de la justicia distributiva y que inicie, con decisión, el rescate de los que, siempre, han sido dejados en el olvido. Ese fue, desde este entender, el mensaje básico de renovada propuesta de trabajo.

Por los años que restan al sexenio, podrá verse, sin duda, a un Presidente comprometido con sus deseos de dar lo mejor de sí mismo, al tiempo de solicitar a sus compañeros de aventura confiar en la ruta marcada para bien de la nación. Podrá decirse que es una manera idealizada de atisbar lo sucedido. Que, en verdad, poco hay y hubo de autocrítica y nula mención de aquello que ha sido dejado de lado o trastocado. Y, en efecto, muchos lo dirán o verán lo ocurrido de esa triste e incompleta manera. Pero otros volverán a retomar, con nuevos bríos, la ruta de las transformaciones venideras. Lo que sigue será, para los que opten por afirmar convicciones justicieras, la áspera, pero reconocible, tarea de pulir y complementar lo iniciado. Volver a comprometerse, con vocación popular, en rescatar esta República.

Prosigue, sin embargo, la ríspida discusión si el actual, es un gobierno de izquierda. Y, más a fondo, si algo construye. A lo mejor basta recordar el compromiso con los humillados, con los excluidos, con los que sufren para conseguir techo, alimentos y seguridad para ellos y sus descendientes. No se puede negar que, en este aspecto, se ha dado un vuelco que involucra ingentes recursos para, al menos, paliar tan lamentable e injusta situación agudizada por la pandemia. Analizar, con ánimo de entendimiento, esta promesa perseguida de manera cotidiana. Así se podrá asir una categoría precisa de la línea definitoria de izquierda.

Pero no es sólo ese rasgo el que se impone sobre la crítica, sino otros muchos elementos. En efecto, AMLO continuamente regresa a clamar un sitio para la grandeza nacional. Sin duda es una visión de Estado que matiza y se opone a otra, bastante extendida, de menospreciar lo propio. Nada contradice tal concepción a cualquier inclinación de izquierda. Tampoco puede tacharse de ser conservador introducir en el discurso rasgos morales, éticos y hasta de cariz religioso pues, en poco o nada, ofenden a un bien asentado nacionalismo, rasposamente laico. A lo mejor algunos puedan sentir pena ajena pero no más allá de esos aires.

Quizá el punto neurálgico de la caracterización del gobierno y, en particular, de las posturas adoptadas por el Presidente, se refieran a su apuesta democrática como método para la acción política o, más extensa aún, de vida comunitaria. Esta apuesta se distancia de la repetida e insistente crítica de ser autoritario y destructor. Más todavía, de ir hacia un gobierno predemocrático. Una suma, bastante extendida, de actos de gobierno que suponen e involucran persistente respeto a las libertades, al pluralismo, a los derechos y a la información suficiente para entender el presente y el camino por delante. Alegar que AMLO y su gobierno intentan un retorno a idealizados tiempos del nacionalismo revolucionario, no se sostiene. Y no lo hace, porque no existen hechos que lo respalden. Por el contrario, la prédica que se hace apunta hacia un futuro cierto y factible.

Es quizá por ese sendero, de respeto a disidentes escogido como ruta, a lo que se deba gozar de paz interior. El gobierno ha optado por dirimir sus conflictos y carencias mediante la negociación continua y el voto decisorio. No se conocen grupos de peticionarios que hayan sido reprimidos o no atendidos en sus reclamos por álgidos que hayan sido. La diferencia con otros países a este respecto es notable. No se registran protestas masivas, lindantes con la franca rebelión como sucede en regiones cercanas. Aquí, a pesar de los estragos pandémicos, se trabaja con intensidad y firme guía.