Número 165 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
VACUNAS DE ESPERANZA
Esperando un turno en la clínica, Arechuyvo, municipio de Uruachi, Chihuahua. Claudia J. Harriss

Baja Tarahumara

La precariedad de los servicios de salud

Claudia J. Harriss DEAS, INAH

Desde tiempos remotos, la vida de los warijó en sus rancherías de la baja Tarahumara se manifiesta por su forma cultural estratégica, con una organización social a partir de una autonomía de facto basada en grupos domésticos, la agricultura de subsistencia a pequeña escala, la movilidad y el aprovechamiento sustentable del medio ambiente. Esta les ha servido para amortiguar el contacto y los conflictos con personas no indígenas que llegan a su región.

Para los de la sociedad dominante, del pasado y presente, estos pequeños poblados resultan de difícil acceso. Los que trabajan para los proyectos de desarrollo, a veces mantienen ideas centralistas, con programas diseñadas para otras latitudes del centro y sur del país. Afortunadamente los locales que trabajan para las instituciones federales y estatales son muy hábiles en adaptarse a los programas y lidiar con las complicaciones del andamiaje serrano. No obstante, en los tiempos del Covid-19, muchas instituciones del gobierno federal se encuentren colapsadas por la falta de recursos, la cual va truncando sus capacidades para poder atender las necesidades y demandas de las comunidades serranas.

Asimismo, la carencia de clínicas equipadas en la tarahumara es un reto histórico. Las primeras fueron establecidas como parte de las políticas indigenistas del Instituto Nacional Indigenista desde 1952 y, entre 1965 y 1995 hubo una expansión de pequeñas clínicas y la formación de asistentes de medicina rural en pequeñas rancherías a lo largo y ancho de la sierra. Por las mismas carencias, muchas están en desuso mientras que otras solo cuentan con visitas esporádicas de un médico o enfermera. Esto significa que, para estar atendidas, las personas tienen que trasladarse a la clínica hasta nueve horas a pie o en mula a los pueblos interétnicos o cabeceras municipales. Además, hay una falta de infraestructura de caminos que comunican los serranos a las ciudades regionales, cuando requieren del hospital. Poder pagar un chofer y camioneta para el traslado no está al alcance de todos. Así mismo, desde los años 1980, la violencia creciente del narco en la sierra, ha dejado lugares sitiados y al personal de salud expuestos a situaciones extremadamente adversas cuando gente armada llega a todas horas demandando atención.

Los warijó, como las otras poblaciones indígenas serranas, no cuentan con medios de comunicación más allá de las radios. De algún modo, por el mismo distanciamiento y su conocimiento intimo del medio ambiente, han logrado sobrevivir y frenar la transmisión del Covid-19. Aunque viven con muchas carencias, en tiempos de pandemia, estar en una ranchería he sido una gran ventaja. Su gran capacidad, adaptabilidad y conocimiento del entorno hay funcionado como estrategia ante las epidemias atraídas desde los españoles. Pero a un costo muy alto. Por ejemplo, durante los brotes de tuberculosis en los años 1970, por la ausencia de servicios médicos, algunas familias y rancherías enteras dejaron de existir. Y aunque tienen un arsenal de medicina tradicional del monte, los warijó siempre se expresan abiertos a la medicina alópata, pero no han llegado las vacunas a muchas rancherías. Un curandero warijó dijo: “nosotros tenemos medicina muy buena. Ustedes también tienen medicina buena. La diferencia es que la de ustedes es más rápida”.

La promoción a nivel nacional de la llamada “Sana Distancia”, tiene mucho sentido en las urbes, pero carece de una traducción adecuada para la sierra. Aquí hay una falla en la comprensión de las lógicas locales donde las distancias son “normales”. “Quédate en casa”, es extraño para los que trabajan en la milpa, cuyas casas tienen cocinas al aire libre y estructuras para almacenar granos y herramientas. Para los de la sierra, quedate en casa no es una opción.

El cierre de las escuelas albergues y de las cocinas comunitarias tiene un impacto negativo. Sobre todo, para los sectores infantiles y de adultos mayores que dependen de ellas para comer entre semana. Las instituciones que distribuyen despensas no cuentan con camionetas de doble tracción para llegar a muchos de estos lugares. Otra traba es la falta de acceso al internet en la sierra, donde la educación a distancia no existe. La misma campaña de vacunación tiene retos para transporte, refrigeración y equipos para atender los casos de reacciones adversas en zonas sin hospitales, de modo que estas comunidades requieren de una atención urgente. •