Opinión
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Israel y Palestina, lumbre que hiela
G

illes Deleuze, el destacado filósofo francés, nos habla del juego de la diferencia y la repetición, hábilmente guiado por el instinto de muerte. Urdimbre de tiempos diversos en laberínticas bifurcaciones convergentes hacia azarosas ficciones, senderos hacia Ananké.

Espejo de doble faz, donde la otra cara del instinto de muerte intentaría en el juego a la manera de Fort-Da, la dominación de lo negativo, de la ausencia y de la pérdida. Negación como concesión, en un intento para contender con el mal radical. Perversión radical, la diabólica pulsión de muerte, de agresión o destrucción, por tanto, según Jacques Derrida, pulsión de pérdida.

Otro nombre para Ananké. Pulsión muda que opera en silencio, que nunca deja un archivo que le sea propio. De acuerdo con Derrida, esta pulsión destruye a su propio archivo por adelantado, como si fuera ésta en verdad la motivación misma de su movimiento más propio. Como si trabajara con el único fin de borrar sus propias huellas. Devorar el archivo incluso antes de haberlo producido. Pulsión archivóltica por vocación silenciosa, no dejando en herencia más que su simulacro erótico. Por tanto, el mal de archivo está colindando con el mal radical.

A su vez, el inconsciente freudiano transita en el Medio Oriente por los efímeros senderos de la transitoriedad del lenguaje, mutación constante de las palabras y las cosas. Sometido a la condición de un cambio permanente que le hace ser el que es, transfiriéndole, a través de la vorágine de las transformaciones, la falta, el hueco de su inmutabilidad. La huella que se grava pero desaparece al aparecer la nueva percepción en una pantalla virgen. La inmutabilidad como resultado de la acción permanente de un cambio perpetuo, efectuado en los enlaces de las transformaciones, en la mutación constante de la letra.

Registro freudiano conmocionado de efectos profundos que nos provocan lo percibido, las cosas, cuando las percibíamos en parte inscritas como trazo vivo, sobre el arcano del vacío misterioso en su potencialidad de enlazarse con todo el resto de percepciones grabadas en la mente.

Lectura freudiana fulgurante movediza de la realidad, sólo otro interior. Piel de lo invisible o irradiación fluctuante de un poder sumergido en acuciante tránsito de concreción irrepetible. Punto oculto en el que aparecen las imágenes trashumantes donde se comunica la vida, desde el desamparo original y nos hace indesligables uno del otro.